A pesar de que obstinadamente se reiteren, hay cosas que no acaban de comprenderse. Se las mira con el desprecio de quien no se cree ajeno o incluso con la mansedumbre de quien no posee alcances para desentrañarlas. Haber comenzado el año con la alarma sobre nuestras cabezas era algo previsible, pero lo que parece inasequible es la razón por la que no hemos sabido (no sabremos) sobreponernos a nosotros mismos, tan confiados, tan irresponsables, y dar con la llave que cierre definitivamente esta cruda guerra civil contra las costumbres, de las que no nos zafamos, con las que vivimos y que ahora, mal que nos pese, padecemos. Costumbres arraigadas, hechas costra. Cabe argüir que es una batalla perdida y que simplemente nos estamos dejando vencer: que se salve el que pueda. En las guerras se desquicia el sentido común, es cosa sabida. Unos pasarán al siguiente nivel (permitidme el símil de videojuego) y otros perecerán en el corriente. Toda esa heroica salva de eslóganes en los que se coloca un número (2021) en la creencia de que va a enterrar otro (2020) es un entretenimiento frívolo. Ni entretenimiento siquiera. Está mal hecho el ser humano. No es la antigua dicotomía sobre si lo anima el bien o es el mal el que lo espolea y hace que avance. Es más bien una refriega pequeña la que está haciendo que todo se esté yendo a la mierda. Pequeña, si la comparamos con dos guerras mundiales (por nombrar dos recientes) o con otras pandemias como el hambre o la falta de justicia en ciertos países (en tantos, en todos en cierto sentido). Esa refriega es íntima, está adentro nuestro. Se libra en privado. Quien cree estar al margen de la ley (de pronto he pensado en el Salvaje Oeste) está al margen de la inteligencia. Añado a inteligencia bondad, justicia, responsabilidad, solidaridad, no sé con cuántas de esas palabras grandilocuentes se podría dar una idea exacta de lo que trata este asunto: todas se quedarían cortas. Ya no se ven descerebrados como se solía, aunque algunos todavía desobedecen a sabiendas y exhiben su marca incivil bien a la vista. Ayer, sin ir más lejos, paseaban mi calle cuatro o cinco de ellos bañados en alcohol. Iban sin mascarilla, iban cantando. Había (además) toque de queda. Nada que hacer. Esperar que alguien con autoridad los detenga. Iba a escribir los haga entrar en razón. Qué iluso.
7.1.21
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