Vuelvo a Chesterton: en su Ortodoxia
reconocía una emoción que brotaba subconscientemente y reconocía el
hecho de que este mundo nuestro debía tener algún objeto verdadero. Que
la vida era un cuento y que, en tanto cuento, debía tener un narrador.
¿Quién me narra a mí? ¿A qué género pertenece la trama en la que estoy?
¿Será un subgénero? Me agrada el thriller, pero no tengo alma de Sam Spade ni
mi perfil se arrima a la épica sucia de un callejón a oscuras en el que
dos policías de paisano custodian el cuerpo obscenamente acuchillado de
una stripper. Bien pensado no tengo ni idea de en qué cuento estoy
metido. Me lo pregunto en ocasiones. Sin abusar. Fantaseo con la
posibilidad de revelarme contra el autor invisible que me guía. Sólo que
no lo tengo a mano. Ni siquiera tengo la certeza de encontrarlo.
Tampoco de que exista. Ahí andamos. Enredados en metafísicas. Siempre
estamos enredados en metafísicas. Este blog entero es la extensión
blasfema de esa intriga teológica. Dentro de cada uno de nosotros hay un
teólogo. Lo escribió también Chesterton. Borges remató que para serlo no es imprescindible la fe. Dos pájaros buenos. Llevo un par de días en ese
bucle. Emboscado en la divinidad, entregado a esa pesquisa falible, pertrechado de libros, obsequiado de luz, perdido en mi habitación, sin saber qué hacer, se me pasa el tiempo entre un montón de discos revueltos...
30.10.12
26.10.12
Lo fabulado, lo vivido, lo aprendido
No coincido con Banville en eso de que la escritura es mucho más interesante que la vida, como recoge hoy El País. Coincido con Marías,
en el mismo periódico, en otra frase de titular que viene a decir que
cuesta más escribir cuanto más ha escrito uno. Escribir es una extensión
de vivir. La escritura es un apéndice, nunca un cuerpo en sí mismo.
Aprecio los excesos porque suelen dar resultados formidables en el arte,
pero malogran la vida de quienes los adoptan y hacen infelices a
quienes la comparten con el artista. Me quedo con la sencilla humanidad
de Marías rechazando hoy el Nacional de Narrativa, con esa honesta
manera de distanciar lo fabulado y lo vivido, con la manifestación del
pudor y de cierto amateurismo constante. Porque escribir, a pesar del
empeño y de los años, de la certidumbre de que al lenguaje se le cerca y
se le termina por domeñar en cierto modo, es un oficio de tinieblas. Va
uno a tientas. No sabe nunca jamás qué acudirá al texto. Si la gacela
del numen o el plomo del vacío. Escribir es, además, un arte doloroso.
Duele evacuar todo lo que se evacúa cuando se escribe. Incluso la mala
literatura extenúa. Uno, al manuscribir de noche, oyendo jazz de fondo,
sinitiendo al fondo de la casa la presencia dormida de los suyos, al
teclear en el editor del blog, piensa que no merece la pena ese vaciado.
No sé a qué viene este exhibicionsimo diario. Marías y Banville, los
impúdicos de hoy, me llenan cuando los leo (Los enamoramientos, este verano, y El mar,
hace poco más) pero me produce un extraño sentimiento de ternura y de
agradecimiento intuir que se entregan y se hacen pobres, dejándome a mí
rico, como dejó escrito Rilke, el poeta. No tengo yo certezas
sobre si soy escritor o lo finjo. Debo serlo a la luz de la cantidad de
textos que he ido dando o dándome a lo largo de muchos años. Lo soy, en
todo caso, de un modo precario y feliz. Mi proceso de vaciado no es
dramático. Funciona con absoluta morosidad. Terminaré hueco al final. No
tendré dentro nada enteramente mío. Habrá fragmentos de Emilio Calvo de Mora en
miles de pequeñas entradas en el blog y en cientos de poemas y en un
par de libros (pocos, evidentemente) que se me ha concedido publicar. A
veces imagino que no escribiera. Que fuese solo un lector. Que me sitúe
en el extremo opuesto a Banville, en el más alejado, y batalle en lo que
pueda por vivir y renuncie en lo que pueda a escribir. No me sale. No
hay valor para ese acto de salvación. Todas las veces en que se me
ocurre cerrar este rincón de amigos que me leen (son muchas veces, lo
confieso) encuentro razones para contradecirme y me siento como hoy y
dejo caer lo de siempre, ya saben, un poco de jazz, otro poco de cine y
algo de poesía. Entretanto, feliz en mis vicios, leo lo que los otros me
ofrecen. Ahora me divierto con la muchachita punk de Fogwill. Asunto para el post de mañana, creo.
24.10.12
Macca y Pass: un diálogo vintage
Macca ha hecho un disco con Joe Pass. Han estado un rato charlando sobre los viejos tiempos. Pass le ha confesado que disfrutó con los clásicos de los Beatles. Que hizo lo que pudo cuando arregló algunos para sus discos modernos. Que Lennon no tenía que haber muerto. Que la juventud de ahora ha perdido cierto sentido primaria de la belleza. Que los standards del jazz son inmortales como el arcoiris después de que llueva o el amor bajo un paraguas en un domingo en el campo. Que es feliz por todas esas cosas. Macca le ha confesado que jamás pensó hacer un disco de clásicos. Que los tiempos son los que son y hay veces en que el talento, aunque no se termine nunca de agotar, sí que sobreviene con menos ardor que antaño. Ah qué dos. Es mentira todo al final. El último disco de Macca es una maravilla a la que no le hace falta nada. Ni siquiera que toque el viejo Joe. El gris día de hoy me lo ha adornado el swing y la dulzura de todas esas canciones. Algunas, a pesar de haberlas escuchado cientos de veces, me han parecido nuevas. El american songbook del colega Stewart es una máquina sacaperras. Esto es otra cosa, amigos, esto es otra cosa.
Dietario del caos
1
Qué te importa el infinito futuro si perdiste el infinito pasado. Lo dejó escrito Borges. Solo está el presente. Nada hay salvo este editor del blog que avanza y me informa sobre la irrelevancia doméstica de Borges. Ah Borges, qué manipulador. Fabula cuatro tramas metafísicas y te hace suyo. No sale uno nunca de Borges. Qué importan el resto de los autores si hay Borges. Dejo ahora esto escrito, pero no es del todo cierto. Fabulo, maquino, manipulo, finjo, someto a la voluntad ajena una idea mía que no acabo de sentir enteramente propia. Al fin y al cabo los demás fabulan, maquinan, manipulan, fingen, someten bla bla bla. Me ha sentado mal la pequeña siesta del martes. No sé qué habré soñado. Está saliendo ahora. Lo que sea que ande por ahí adentro me está forzando y está venciendo.
2
A diferencia del eminente Walter Bishop, el mad doctor de Fringe, esa trama bipolar y huidiza, no tengo interés alguno en saber si hay otro mundo en un desquiciado borde cuántico del actual. No me interesa un doble que en la realidad paralela escriba en un blog, enseñe inglés en una escuela, pasee bares, ame el sello Verve o no soporte a Wert en televisión. Me pregunto si habrá otro Wert en otro universo. Si el caos se habrá apoderado de los pasillos de la escuela y enseñar y aprender sean verbos carentes de significado alguno. Si (como pasa aquí) el maestro se esté convirtiendo en un registrador de la propiedad didáctica y ocupe una considerable parte de su horario lectivo (y el no lectivo cuenta a veces más) en cumplimentar documentos, en rellenar formularios, en dar cumplida cuenta de las veces que se irrita en clase, tose o se pregunta (a lo callado, sin exteriorizarlo, en una admirable actitud de prudencia que nadie va a agradecerle) el porqué están convirtiendo la escuela en un lugar sin alma. No encuentro respuestas. Es que no soy el eminente Bishop y carezco de la formación adecuada. Además no me meto sustancias tóxicas (al menos las que se mete mi amigo Walter) ni tengo una vaca en mi estudio.
3
Me dice K. de qué van a hablar los informativos cuando la economía alce el vuelo y la prima de riesgo sea una prima lejana a la que no vemos desde la primera comunión. Volverán a las guerras coloniales, le digo.Sacarán de archivo imágenes de los dictadores ajusticiados por el pueblo. Inventarán un género nuevo. Llamarán a los guionistas de Cuéntame y les pagarán una morterada indecente de pasta para que escriban una segunda parte exclusivamente financiera. Música de Vetusta Morla, Love of Lesbian, Russian Red y en ese plan. Escenas de manifas en las calles. Perroflautas Plazas hasta la bola de antisistema. Luego está la opción Messi. K. es culé. Es curioso que la travesía triunfal del Barcelona por los estadios del mundo haya coincidido con la crisis. En cuanto Mourinho gane tres o cuatro grandes cosas volverá la luz a las sombras y el agua correrá por la acequia.
4
Frank Capra: hace falta un Capra para sacarnos del bache, del revés, del agujero, del no sé qué me pasa que ni yo mismo me entiendo. Uno a tope, claro. No el Capra documentalista de guerra, propagandístico, subido de barras y estrellas, sino el bienintencionado, el idealista, el pequeño poeta de las pequeñas cosas. Un buen Capra en un ministerio, haciendo un comentario aquí, dando un toque de ternura allá. No sé si haría que todo funcionase, pero seguro que sería un grupo humano formidable. De esos que en navidad se regalan montones de cosas y celebran en la intimidad la armonía del mundo en un prodigioso blanco y negro.
5
Echo en falta algunas caminatas que antes daba a poco de caer la noche. No las hago porque guardo un recuerdo extraordinario de todas ellas y temo estropearlas si éstas no están a la altura. Es fácil malograr una caminata. Se te puede acabar la batería del ipod. A veces pienso que no soy nada sin los inventos del señor Jobs. Soy un hombre de mi tiempo de un modo brutal. Soy un feliz adicto de las tecnologías. De todas. No soy delicado. Teniendo botones, pudiéndose programar, si tienen puerto usb y un perfil actualizable por la red, me siento satisfecho. Por eso últimamente no ando. No tengo perdón de Jobs.
23.10.12
Dios es inalámbrico, yo soy inalámbrico
Se me ocurren muchas razones para que la tribu se congracie con la divinidad y la adore. Ninguna de esas razones apela a la razón ni se construye acudiendo a ella y pidiéndole auxilio. A los dioses se les invoca comunitariamente. Se extiende más vivamente el sentimiento de unidad con lo divino si tenemos a la vera a otro que actúe como espectador y como actor de la trama. Se va trenzando un hilo invisible, se va tejiendo una red de metáforas. Las catedrales antiguas, a su modo, servían de puente entre el hombre y su Dios. No poseyendo ninguna de esas razones, careciendo de la promiscuidad espiritual que advierto en gente a la que aprecio o a la que estimo amigos, no estaré sentado alrededor del Gran Ojo de Dios. No sé qué me pierdo al negarlo, pero no me preocupa el vacío. A los ojos de los próceres de la Iglesia seré un descarriado, uno de esos que corrompen el buen funcionamiento de la moral y que agitan a los demás, incitándoles a no dejarse llevar por el éter de la fe. Solo hay que observar con cuidado los titulares y luego enfangarse en el discurso excluyente de los jerarcas de la Conferencia Episcopal. Me incluyen en una historia en la que no he pedido entrar. Dan por hecho que es mi historia, creen que no hay otra, sostienen que ninguna de mis tribulaciones rivaliza en dignidad y en ardor espiritual con las suyas, me instalan en el limbo de los descreídos, cuando la verdad es que uno cree de cierta forma, pero no en absoluto la que ellos predican. Tampoco sé si a los ojos de mi conciencia obro con inteligencia. A la fe la mueve el corazón en el deslumbrante modo en que maquina sus cuitas el enamoramiento. Asunto tan serio como la fe no puede ser vendido como la mercancía que algunos pretenden. No hace mucho un obispo del ramo, Munilla, ofrecía la idea de que el mal que asola el mundo (la sociedad española más en concreto) provenía infelizmente de esa falta de valores cristianos de la ciudadanía, del ateísmo feroz de la juventud, más finamente expresado. Echa en hombros como los míos la causa del caos. En otra declaración de principios sanadores, pretendían misionar España, evangelizar los asentamientos paganos, en fin, conducir la palabra de Dios allá por donde no precisan su presencia. Y no ve uno mal en ese periplo pedagógico. Lo inaceptable es ese afán descalificador que exhiben cuando hablan de la masa laica. Lo que no entra en cabeza razonable es que pretendan con ese empeño admirable que aceptemos el error de nuestras vidas y las emboquemos hacia la luz de la religión. Errado andaré, perdido sin norte, pero feliz en mi laberinto. Ufano de mi causa, adepto de mis vicios, igual a los otros, a quienes declaman su fe en endecasílabos y la pregonan (bien que hacen en enseñar lo muy suyo) en las plazas y en los cafés. Y el día en que mi alma desee hincar la rodilla y escuchar la llamada de la fe, seguro que habrá quien me asiste y conduzca, quien allane mi camino hacia la salvación y me asegure (ay) un puesto en el coro celestial de los elegidos. Y si no es así, a pudrirme en la tierra, a regresar al vacío total de donde provengo. Amén.
14.10.12
En casa
Salvo el sombrero, que nunca he usado, el que mira la línea del horizonte, el skycraper de Manhattan, puedo ser yo. De hecho cada vez que me asomo a esta fotografía encuentro más razones que lo confirman. No hay (que recuerde ahora) paisaje en el que me sienta más identificado. Ninguno con el que me encuentre más en casa. Nada (o casi nada) que me cause una más cómoda sensación de refugio.
11.10.12
Sin plan B / El último disco de Van Morrison
Con muchos de los discos de Van Morrison tengo una relación absolutamente pasional al modo en que uno entabla pasiones con las personas o incluso con algunos paisajes. Pasional en el sentido vírico del término o en el otro, en el que acude la vocación etimológica, el sentir o el padecer latino de donde procede. Van Morrison es un estado afectivo más que un señor gordo con unas gafas de sol negras y un sombrero calado, muy cinematográfico, que canta con una voz áspera, telúrica, esdrújula y cósmica. Creo que no hay canción de Van Morrison que sea mala del todo. Ninguna que no contenga algo extremadamente hermoso. Como un brochazo de arte puro y sin concesiones, aunque el tapiz en donde trabaja el hombre sean texturas musicales cultivadas en el pop (ese género mediocre, dirán algunos) o en el jazz o en el blues o en el soul o en el country. No hay chasis en el que no trabaja por bien de la canción. Porque Van Morrison es un escritor fantástico de canciones, uno de ésos que las estrujan hasta que no pueden extraerle más emoción ni mejores luces. La música de Van Morrison (insisto en esta línea laudatoria) es un formidable compendio de las músicas que ha parido el siglo XX. De algún modo secreto y maravilloso este hombre perpetúa la labor educativa de su admirado Ray Charles y afina el oído y el alma para que los músicos que lo escoltan en el escenario y en el estudio creen una banda sonora completa, un inventario en donde copulan (alegre cópula, bendito fornicio, gloriosa coyunda) el jazz con el soul y el country con el rock. El último disco (al que le he dispensado dos buenas escuchas) es un regreso a Blue Note, en donde grabó What's wrong with this picture? y en donde se ha fajado el mejor jazz (con permiso de Verve) de la Historia. Born to sing / No plan B es una declaración de principios, una rendición de voluntades, de afectos por la música como un instrumento imprescindible para ser feliz. De acuerdo, Van Morrison no es el tío más simpático del mundo. Es un malasombra de mucho cuidado, pero he aquí al maestro en plena posesión de sus facultades, haciendo que los que estamos ahí, a la espera de algo nuevo, estemos entusiasmados. De los demás no sé nada. De Van Morrison poseo un sentimiento muy egoísta. Como si fuese un hombre que hace discos para que yo los escuche (como ahora) en casa, solo, mientras todos estén en la calle, a un volumen considerable, notando la presión de su voz en doce mil saltos sinápticos. De camino le vuelvo a dar las gracias a mi buen amigo (al que veo poco) Maljamo (he knows) que me puso en la pista de uno de los mejores discos que yo haya escuchado (A night in San Francisco, doble en directo, tre-men-do)
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