En las tripas del Google reposa el alma humana. Quién duda esto. A él confiamos nuestra concepción del mundo. En los sótanos cibernéticos de ese buscador se tutelan los expedientes íntimos de millones de usuarios. El Google, como oráculo moderno, ya está. Ahí está el inventario de sus vicios y de sus afanes. Nada de esto escapa a la Iglesia Católica así que han puesto en circulación su propio Google, al que llaman Buigle, y con el que pretenden emanciparse del Estado en materia económica y contribuir al sostenimiento independiente de sus nobles causas y de sus muchos gastos.
Todavía no sé si poner Buigle como página de inicio. Llevo muchos años con Google y me da no sé qué esa traición. Un buscador es como un libro de familia. Su archivo histórico guarda todos tus desvelos. En algún remoto rincón del motor de búsqueda Google deben andar mis últimos años en la Tierra. Si hiciéramos un listado de mis búsquedas sabríamos de qué pie cojeo y dónde coloco la cruz en la Declaración de la Renta. Lo mío y lo ajeno: todo bien registrado por si alguna vez hace falta olisquearlo todo.
Lo de Buigle, no obstante, me tiene desconcertado, aturdido desde que anoche encontré su existencia como por azar, que es la forma en la que el navegante amateur atiborra su ocio de suculencias y delicatessens semióticas.
Vamos: A la palabra pecado le encontramos miles de entradas. Igual sucede con redención, culpa, martirio, limosna o sacrificio. Términos de una neutralidad moral a prueba de inquisidores como barroco, telúrico, fútbol o Elvis aparecen limpiamente, sin que la autoridad censora del propio buscador ejerza su catón interno. Curiosamente la palabra sexo no existe y nos piden con toda amabilidad que intentemos sustituirla por otra. Y ahí es donde me ha llegado el desconcierto. Cualquier otra palabra que quiera decir todo lo que quiere decir sexo será siempre inferior, en significantes, al inefable vocablo primigenio, pero he aquí que los jerifaltes informáticos del hallazgo eclesiástico omiten el sexo y suponen que el mundo puede girar sin su concurso. Así llevan dos milenios: lo que engolosina al pueblo les produce a ellos malestar, sofoco, rubor y hasta quebrantos psiquiátricos. El amable lector puede ampliar el campo de acción y colocar en el recuadro mágico la palabra que se le antoje. Yo escribí Cañizares y me encontré que se privilegiaba al portero de fútbol sobre el excelentísimo y reverendísimo cardenal arzobispo de Tolero, primado de España. O sea que el motor tiene fallos internos que no dudo que solventarán en breve. O no es un fallo y en realidad tienen dentro un topo, un ser humano con amplitud de miras y capacidad para gobernar los designios del espíritu humano y dar cuartelillo digital a toda la avalancha formidable de tentaciones y de campos de batalla dialécticos que se interponen entre el cumplimiento de la moral y el abastecimiento de placeres mundanos o entre la ética cristiana (sólo la cristiana, claro) y consenso jurídico, legislado y civil al cien por cien de temas como la eutanasia, el aborto, los métodos anticoceptivos o la dudosa, a lo visto hasta hoy, laicidad del Estado. Entre unos y otros está el Buigle para poner las cosas en su sitio y crear afición entre los parroquianos y provocar estupor entre los disidentes.
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Si la Sexta y Público, adalides de la carga contra los poderes tradicionales del imperio purpurado, son capaces de hacer programas abiertamente irreverentes (Salvados por la campana) o pedir sin rubor que el lector no dé su favor a la casilla de la Iglesia, ¿por qué no puede ésta, en idéntica medida, usando parecidos medios, barrer para casa y hacer un buscador como Dios manda? Pues eso.