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Los datos relevantes son los que trascienden siempre. Oímos la biografía consentida, pero se impide accesar al material íntimo, al vuelo doméstico, al orden natural de los vicios que mueven la sangre. No soy lector de diarios: rehúyo ese contar fidedigno con el que algunos libros intentan venderse. Soy un voyeur emocional, una especie de intruso legal y deseo que el que narra su vida no la estropee ateniéndose a la verdad que la condujo. Escama esa verdad, por narrativa que sea. Prefiero, en ciertos casos, la mentira, un apremio de fingimiento, Soy de los que se turban con la rendición de los excesos y me aturde (me espanta, me aleja) el relato veraz, todo esos capítulos que pueden ser verificados. Por eso no leo muchas biografías. Hay a mano novelas como para morirse en sus páginas. Literalmente. A veces he pensado en eso, en la posibilidad de que la cultura (la literatura, la belleza del arte, en general) ocupen el lugar que no colma lo real, que la felicidad a la que uno aspira en este mundo proceda únicamente de lo libresco, del épico (en el sentido de heroico, de mítico) universo cinematográfico o novelístico. Una vez suspendida la credulidad, el resto viene solo, en tromba, esplendoroso. Es más: agradezco que se me suspenda de modo transitorio y se me instale, es un decir, en ese territorio inocente en el que creemos completamente lo que, en otras circunstancias, a ras de realidad, no aceptamos.
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Fui un disciplinado alumno de Ciencias hasta que razoné la primacía absoluta de la ficción. Es más hermosa la metáfora que la ecuación. Aunque habrá quien sostenga que la realidad se construye metafóricamente y que las metáforas, vistas en detalle, diseccionadas hasta no poder ahondar más, son artefactos lógicos que celan en su interior algoritmos, enigmas vestidos de ciencia, pero extraíbles a un discurso poético, alentados por la magia de las palabras. Si no hay magia, si el asombro no está presente, no hay emoción ni hay aprendizaje. El asombro es el motor que mueve el mundo. Dante se lo contaría a Beatriz y le explicaría la semiótica del amor puro en estos tiempos del facebook. El asombro es el algoritmo que agita las tripas de la máquina, pero la ciencia es la que hace que yo ahora escriba.
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Hace unos años refería Fernando Savater, en unas jornadas educativas organizadas en un instituto de mi localidad, que la ciencia, incluso la más árida y de más gris envoltorio, debía contar una historia. Que en la propia tabla periódica de los elementos, en su interior encriptado, debe haber una historia. Varias. Sigo pensando en eso casi a diario. No es estrictamente un pensar sino más bien un sentir, un hecho emocional que no se maneja por los mecanismos de la razón. Existo por variadas y muy convincentes razones, pero disfruto de esa existencia por la posibilidad de escuchar historias y de contarlas. Vuelvo al argumento inclasificable: al boscoso engendro de mis vicios. No tengo tiempo para asimilar todas las historias que quiero escuchar. Me falta tiempo para hacerlas mías. Es más: es posible que sepa encontrarlo, tal vez dé con la fórmula para estrujar los días, pero carezco por completo de la voluntad precisa para elegir con acierto y no perder el tiempo en toda esa medianía que en ocasiones nos circunda. ¿Todo el tiempo viendo películas de Ford o de Wilder o de Rossellini? ¿Leyendo aCortázar o a Poe o a Musil? ¿Escuchando a Bach o a Petrucciani o a King Crimson? Supongo que no. Espero que no. De esta apología encendida de la ficción y también de la belleza que encierra no se pueden extraer conclusiones excluyentes. No vale, en el fondo, nada ese manto de belleza que nos colocamos si no los acompañamos con otras vestiduras, las reales, las que no tienen nada que ver con las otras. Incluso, como dice K., podemos asilvestrarnos con un capitulito de CSI o moviendo el pie con una pieza de Madonna. Es de hecho mucho más sencillo. Requiere una involucración menor. Estamos destinados a involucrarnos cada vez menos en la realidad. La poseemos, pero no la soportamos. Cansa pensar. El que piensa, como decían Les Luthiers, en un número formidable, pierde. Las propias redes sociales, en la realidad alternativa que proponen, ningunean o anulan la de verdad, la que nos circunda. Cultura para todos en su horario habitual de las dos de la madrugada..