De haber sido ciervo habría sido más feliz, sin que de esa apreciación mía se desprenda que no lo soy, pero es una felicidad a la que siempre le falta algo. Es ir por esos bosques y sentir envidia de la buena cuando a mi lado pasa una nutria y alguien le dice "Eh, nutria" o el zorro, antes de zamparse al ratón, en el momento en que está a punto de hincarle el diente, le dice: "Ratón, di tu última palabra". Es que no puedo evitar tenerle cariño a las palabras. Dicen lo que somos. Yo no soy yo entero, esto es, completo, sin merma, si no soy nombrado con propiedad. Y he aquí la causa de mi quebranto, tal vez el único, no crean que me quejo por gusto: nadie sabe cómo me llamo. Ciervo, me dicen, cuando no lo soy, por lo que no me doy por aludido. Ciervo, repiten. Wapití, contesto. Waqué?, preguntan Wayó, concluyo. Hemos montado un grupo musical, por amenizar la vida comunitaria. Arranca uno y sigue cualquiera. Wapitú, wapiké, wakayó. Estamos buscando letra nueva. La melodía nos encanta.
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