31.7.07

Bergman III


El Caballero se está confesando. Tras la reja está la Muerte. (El Caballero todavía no lo sabe). De vez en cuando mira a un crucifijo situado en una pared.
El CABALLERO: Quiero confesarme y no sé qué decir. Mi corazón está vacío. El vacío es como un espejo puesto delante de mi rostro. Me veo a mí mismo, y al contemplarlo siento un profundo desprecio de mi ser. (Pausa) por mi indiferencia hacia los hombres y las cosas me he alejado de la sociedad en que viví. Ahora habito un mundo de fantasmas, prisionero de fantasías sin sueños.
LA MUERTE: Y a pesar de todo no quieres morir.
EL CABALLERO: Sí, quiero.
LA MUERTE: Y entonces a qué esperas.
EL CABALLERO: Deseo saber qué hay después
LA MUERTE: Buscas garantías.
EL CABALLERO: Llámalo como quieras. ¿Por qué, al menos, no me es posible matar a Dios en mi interior? ¿Por qué prefiere vivir en mí de una forma tan dolorosa y humillante, puesto que yo le maldigo y desearía expulsarlo de mi corazón? ¿Sabes? Estoy a punto de llegar a una conclusión... Creo que Dios es una especie de realidad engañosa, de la cual los hombres como yo no podemos desprendernos. ¿Me escuchas?
LA MUERTE: Te escucho.
EL CABALLERO: Por ello, yo quiero saber. No deseo creer. Ni suponer, sino saber... Deseo que Dios me tienda su mano, ver su rostro y que me hable.
LA MUERTE: Pero se calla.
EL CABALLERO: Así es... Le grito en medio de la noche, pero es como si no hubiera nadie en ningún sitio.
LA MUERTE: Puede ser que no haya nadie.
EL CABALLERO: Sí, ya lo he pensado. Pero, en ese caso, la vida sería un horror absurdo. Nadie es capaz de vivir con la Muerte ante sus ojos y creyendo que todo ha de desembocar en la nada más absoluta.
LA MUERTE: La mayor parte de los hombres no piensan ni en la Muerte ni en la Nada.
EL CABALLERO: Sin embargo, tiene que llegar un día en que se encuentren sobre el borde mismo de la vida.... y entonces habrán de mirar hacia la Noche.
LA MUERTE: En efecto. Y ese día puede ser cualquiera...
EL CABALLERO: A veces pienso que tal vez fuera necesario que los hombres hiciésemos una imagen de nuestro miedo y que a esta imagen la llamáramos Dios.LA MUERTE: Te encuentro inquieto... Demasiado.
EL CABALLERO: Es que la Muerte ha venido a verme esta mañana. He comenzado a jugar con ella una partida de ajedrez, con lo cual puede decirse que me he comprometido a cumplir una misión urgente.
LA MUERTE: ¿Y cuál es esa misión?
EL CABALLERO: Mi vida ha sido algo completamente vacío, sin sentido. He cazado, he viajado, he convivido con todo el mundo. Pero todo ha sido inútil... Lo digo sin vergüenza y sin remordimiento, porque sé que la vida de los hombres está hecha así. Es precisamente por eso por lo que deseo utilizar mi aplazamiento: para realizar aunque sólo sea un único acto que tenga alguna significación.
LA MUERTE: ¿De modo que ese es el motivo por el que juegas al ajedrez con la Muerte?...
EL CABALLERO: Sí; aunque no ignoro que es un adversario muy considerable. Sin embargo, hasta ahora, no he perdido ni una sola pieza.
LA MUERTE: ¿Y cómo has planteado tu juego ante tal adversario?EL CABALLERO: Pienso jugar con una combinación de alfil y caballo, de la cual todavía no se ha dado cuenta mi contrincante. En la próxima jugada, atacaré su flanco izquierdo.
LA MUERTE: Lo tendré en cuenta.Por un instante, la Muerte muestra su rostro tras la rejilla del confesionario.Y desaparece en seguida.
EL CABALLERO: Esto es una traición. Pero nos volveremos a encontrar. Hallaré una salida...
LA MUERTE (invisible): Nos encontraremos en el albergue. Y allí continuaremos la partida.El Caballero se incorpora.Y, levantando su mano, la contempla a la luz de un rayo de sol que penetra en el interior de la iglesia a través de una pequeña ventana.
EL CABALLERO: Esta es mi mano. Puedo moverla. Mi sangre corre por mis venas. El sol está aún alto. Y yo, Antonius Block, juego al ajedrez con la Muerte.

Bergman II

La Parca artera, jugadora de ventaja, ha tardado lo suyo, pero ha dado cuenta del jugador aventajado, del hombre tranquilo que buscaba, entre las piezas, el significado del juego.

Addenda:
Y el azar, esa extremidad de la muerte, que matrimonia la miseria y lo sublime, también se ha llevado a Antonioni.

Alex le dio las gracias a Miss Ice y yo se las doy a él.

Voices inside my head ( Hey Sabina )


Dice Sabina que Woody Allen parece el pijoaparte de Marsé, personaje literario del lumpenproletariado catalán . A ver si Joaquín lee este blog mío, se para en este suelto pequeñito y me confía las razones de su frase. Más que todo porque no alcanzo.

... y Herrmann

¿ Algo que decir, Alex ? Imagina que no supieras nada.
Que no tuvieses información sobre Psicosis. Que jamás
hubiéses visto la película de Hitchcock.Ves esta foto y en-
tonces, ¿ qué ?

26.7.07

Gritos y susurros: La gramática del dolor






No entendí Gritos y susurros cuando la vi por primera vez y tal vez ahora tampoco haya llegado, en profundidad, a comprender el discurso fílmico de Ingmar Bergman, su devastadora panorámica del dolor y de la muerte. Hay ocasiones en las que me parece el director más aburrido y cargante de la Historia del Cine y otras en las que es inevitable admirar su talento y concluir con la certeza de que es uno de los cineastas capitales del siglo XX: el que suscita adherencias encendidas y el que provoca bostezos mantenidos.

Me animé a ver películas de Bergman cuando leí que Woody Allen lo admiraba. Por él llegué a Kurosawa de igual forma. También así escuché a Bach con interés cuando supe que Keith Jarrett, el pianista que tuteló mi ingreso en los pirados por el jazz a mediados de los ochenta, lo tenía como su música favorito. Estas cosas suelen pasar: lee uno un cuento de Cortázar, se queda prendado y desea leerse las Obras Completas. Hasta se marca un plazo. Al principio, en honor a la santa verdad, no vi yo en la filmografía del director sueco nada que despertara mi asombro.

Gritos y susurros es la historia de una mujer a la que el cáncer de matriz devasta y el hermoso bodegón familiar que ameniza sus últimos días formado por dos hermanas y una sirvienta. En las manos equivocadas, barrunto que con este episodio de tintes absolutamente dramáticos podría haber facturado un film sensible, pero escorado involuntariamente al amarillismo, a cierto impudor en mostrar el dolor como si de un objeto cuasierótico se tratase. En este caso, Bergman hace un estudio sobrio del dolor, un documento visual que lacera la dormida visión modernizada del espectador, en exceso alimentado por soluciones narrativas de intensidad menor. La fe, la muerte y la incomunicación, los grandes temas del Bergman, aparecen aquí, pero no están escritos con la incontinencia metafísica de antaño. Lo que aquí se narra es el devenir de la enfermedad, la opresión del palacio familiar, el rojo como pulsión del alma. Bergman va de la realidad a la fantasía, del presente imperturbable al pasado como hélice que todavía acciona los mecanismos de la frustación y de los conflictos visibles. Las mujeres que escoltan a Agnes hacia la muerte están también muertas, vaciadas, despojadas de todo hálito vital e internadas en un gris tenebrismo, capaz de hacer aflorar odios secretos, iniquidades, los fundamentos del miedo a afrontar la visión y la existencia del otro, aunque sea la hermana, la que ha crecido en su interior y ha consignado todas las vicisitudes de la vida en una misma página de un diario.

Bergman filma con descaro los rostros de sus heroínas muertas, de las mujeres abocadas al silencio y al rutilante esplendor de una vida burguesa que no procura ninguna felicidad espiritual. Gritos y susurros es un descarnado viaje al centro mismo del desencanto: no hay amor, no hay humanidad en esos personajes espectrales, que rezuman miseria y exhiben comportamientos propios de quienes han perdido todo y saben que nunca van a recuperar cuanto anhelan.

La revisión de la cinta me ha dolido como antes no lo hizo: tal vez consista en eso el mensaje subliminal o descaradamente explícito, no lo sé, de Bergman: el ofrecimiento de un prolijo inventario de emociones únicamente traducibles si la edad o la experiencia del espectador posee los instrumentos de lectura adecuados. Imagino que si le doy una tercera revisión en treinta años encontraré significados nuevos: el buen cine es esto, la posibilidad fastuosa de que cada película sea distinta cada vez que nos enfrentamos a ella. El buen cine o la buena literatura o la buena música, el Arte, en definitiva.

Fotografía justamente merecedora del óscar en la ceremonia de 1.972: Sven Nykvist, habitual de Bergman, apabulló al jurado con su genialidad a la hora de crear atmósfera opresivas.






Los fantasmas y la máquina

Mujeres espectrales, Maher Attar
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Lo que da a estas mujeres el aspecto fantasmal es el chador. Detrás del negro ominoso que las circunda en la fotografía se celebran los Juegos Islámicos para Mujeres. Momias de sí mismas, como leí una vez a Francisco Umbral. No ha habida excesiva publicidad del evento. En todo caso hubiese ocupado algún programa de zapping en las madrugadas del verano entre anuncios de baterías de cocina y publireportajes sobre las bondades de las bicicletas estáticas. O tal vez alguna controversia de contertulios fajados en burkas, ayatolas y capitalismo salvaje. Entre todos entretienen al espectador occidental, ajeno al misterio de la fe ajena y, por tanto, incapacitado para ejercer ninguna crítica. La fe obvia el alambique cartesiano de la razón y construye sus mitos alrededor de muy crípticos y a menudo incomprensibles preceptos, alentados hasta el desmayo en las escuelas coránicas, pero al final de toda esta algarada semántica las mujeres de la foto carecen de epidermis y eso, a la luz de nuestra imperfecta sociedad, vibrante de cosméticos y de cultos desaforados al dios cuerpo, nos sigue pareciendo digno de asombro. Y en los paseos marítimos del mundo, entre zapatillas de marca cara y aceites sublimes para engañar al tiempo, pasean su flechazo místico, sus arcanos y sus ojos enormes y profundos que aquí, por exigencias del arte fotográfico, están también censurados.

Wallander

Tal vez sea un imposible, pero debería haber algún procedimiento que nos permita ver Las uvas de la ira por primera vez después de haber visto a Tom Joad fatigar el polvo. Envidio a quien me confiesa que jamás ha leido los cuentos de Borges y me imagino el placer absoluto pacientemente oculto en los libros. Tengo la idea de que la vida es más soportable si se la abastece de cultura, término ampuloso que todavía no entiendo enteramente, pero que contribuye a que se fije y amplíe otro que sí me parece más explicable, la felicidad. Uno es feliz por este enriquecimiento de índole subjetivo. Lo que a mí me fascinó en la música de Van Morrison aburre a quien se ha sentido pleno y dichoso escuchando a un cantaor atacando una bulería. Yo todavía no he visto en el flamenco nada que me asombre y seguro que habrá quien aplique en mí el cuento que yo ahora me estoy contando hacia los demás. No sé si me explico. Tal vez sea un imposible, pero me encantaría no haber tenido el gusto de perderme en la prosa barroca y poética de Nabokov o no haber estado toda la noche bajo un flexo emboscado en las tramas hipnóticas de Patricia Highsmith. Me han recomendado la literatura de Mankell, un autor nórdico cuyo creación fundamental, el detective Kurt Wallander, asombra a todos los lectores que crecieron con Agatha Christie. Me han recomendado un tomo impresionante, un tocho de grosor intimidatorio, de ensayos de Gore Vidal. Me han recomendado Fast food nation. El verano da para perderse en esas tentaciones. Yo no suelo recomendar libros o discos o películas. Me parece legítimo escribir sobre Las uvas de la ira en mi blog, pero sería incapaz de venderla, atropellada, nerviosa y tal vez fanáticamente, a nadie a viva voz. El mejor gesto, en estos casos, es regalarla. Se va perdiendo esa sana costumbre: regalar aquello que a nosotros nos ha hecho más felices con la secreta intención de provocar en quienes queremos la misma emoción que nos ha embargado a nosotros.
Tú eres el regalado, decía Cortázar al final de un texto pequeñito que ahora han enfangado los publicistas y que conoce ya casi todo el mundo, incluso los que nunca han puesto un ojo en Cortázar. Qué alegría, al cabo, no haber caído en ese vértigo. Ojalá yo pudiera ahora regresar a mi época universitaria con algunas de las certezas que ya manejo. Claro que también desde otra edad y otras lecturas habrá alguien que mire mi bagaje y desee un poco del asombro que todavía no he gastado.
Mañana empiezo con Wallander, ya lo tengo en la mesita de noche.

25.7.07

Smiley II: crónicas de verano

La España provinciana restalla en los pasquines católicos a pie de altar que la feligresía cincela a verbo puro para que este gobierno laicista, gallardo y filantrópico sepa que no tragan con los fastos de la ciudadanía y con los desprendidos gestos igualitarios de ZP. Esa España perturbada ve cómo un líder socialista resultón y épico deconstruye a golpe de decreto el legado humanista, toda la catedral milenaria de su causa, victoriosa siempre sobre los embates paganos, republicanos, marxistas y hasta gubernamentales. La España escandalizada por el intervencionismo estatal, que es como una competencia inaudita en lo que, antaño, era privilegio del cura párroco, de la curia capitalina y de los catecismos bendecidos por la Santa Sede. Así que España hace aguas monclovitas y se ahoga en su lento ingreso en el laicismo, que es una palabra novísima, aunque lleva toda la vida en los diálogos de iniciados y en las tertulias de barra de bar. La España laica abroncada por la España creyente es la historia antigua de los dos bandos súbitamente conjurados a ningunear la voz del otro. La España rústica de los veranos de doctrina diminuta se anima con estos alzamientos verbales. Hasta Polanco, señor del feudo libresco, es decir, de la cultura organizada como tutora de las masas, ha muerto en días claros, rebajados de la tensión política habitual y preámbulo de lo que ya sabemos que trae agosto, la vida amortiguada, los periódicos menguados, todo muy new age para que España no se agite en exceso y consienta, en su vértigo bimilenario, un receso pequeñito, un alto el fuego dialéctico. Por eso Polanco, el hombre al que todos los demás conceden trono y voz de mando en la Historia reciente, ha muerto en julio, en rumor de reverencias y desafectos, pero en primera página, sin que ninguna artillería de mayor calibre le reste pompa y circunstancia. Los sociales y los populares le han rendido tributo en columnas y en improvisados testimonios de calle y no sabremos nunca qué hubiese pasado si en lugar de conducir la nave complejísima de la patria desde la trastienda, en timón invisible, hubiese ocupado plaza electoral y sometido a sufragio popular su cruzada mediática, pero hay gobiernos invisibles (Bruno Cardeñosa dixit) y poderes sutiles que tutelan el diario de un país y le proporcionan su caligrafía doméstica, barroquizada o infantil, críptica o femenina, es lo mismo, de lo que se trata es de darle prosa al castillo de naipes de la patria y traer al disparadero las filigranas amatorias de los príncipes para que el pueblo, la grey, la otrora gleba conformista, regrese al debate antiguo sobre las monarquías. Lo de El jueves, ya saben, es baladí, cosa que el verano acabará por esconder y dar paso a asuntos de mayor trascendencia. Tal vez espías rescatados del sótano de la corte: topos en La Gran Vía. La España condenada a buscarse todavía porque no le ha bastado su periplo de siglos y quiere verse en este siglo XXI convulso y relativista, arrodillado al dios de la tecnología y cada vez más escorado, cuando no fugado, del dios de la cosecha y de los evangelios. Por eso triunfa entre la población lo cívico, la cartografía exigente de la libertad y de la igualdad, que ZP ha descubierto y ha ofrecido a beneficio de campos y asociaciones de vecinos.Eso es capítulo aparte y habrá que volver a John Le Carre. Smiley ha vuelto a lomos de una ola salvaje para enseñarnos que nada ha cambiado en exceso.

24.7.07

500

El amanuense digital pillado en un arrebato creativo.


Recuerdo que hace un año por estas fechas me rompí el dedo del pie. Lejos de perderme en lamentaciones y monólogos blasfemos, decidí cosas que me gustan y a las que normalmente no dedico el tiempo que merecen. Leer y ver cine. El incidente óseo me sorprendió de vacaciones en la playa y me sentí como Edmundo Dantés en su castillo de If, si bien yo tenía un portátil a mano y una conexión rápida a la red, generosa contribución a la causa de un cuñado fantástico que tengo. Presa del tedio y azuzado por Víctor Trujillo, demiurgo impecable de Muchocine, una página formidable para estar al día sobre películas, abrí este blog que empezó siendo de cine y ha acabado convirtiéndose en una especie de diario de este activista mental por el que me tengo. Luego hay que afinar el pensamiento y revisar los dislates de la escritura, los ripios, las cabalgaduras fonéticas y todos los vicios semánticos y sintácticos de los que uno se acaba de retirar nunca. Todas las buenas intenciones terminan después despeñadas, descarriladas, arrumbadas estrepitosamente, al menos para mí. En fin...

El Espejo de los Sueños, tal es su nombre, nostalgia de un libro de poesía que la Diputación de Córdoba tuvo a bien publicarme hace ya unos años, ha crecido hasta llegar a las 500 entradas. Nada de fanfarrias, no vienen al caso ni tampoco sabría cómo mutarlas a texto. Me vale la libertad absoluta de escribir lo que me viene en gana y alojarlo en este diario. También el júbilo pequeñito de ver cómo los usuarios crecen en el chivato que me informa sobre sus visitas. Gente que viene y repite y hasta tiene el detalle de dejarme un comentario a pie de entrada. Mañana empezamos otra vez. Este acceso sentimental finaliza aquí. Todavía estoy a tiempo de no publicarlo.

Rambo de circo


¿ A qué no esperaban menos ?

El demonio en la botella



Este tipo tiene sólo tiene un año más que yo, pero ha vivido la tira. Puestos a poner sobre la mesa mi vida y la suya, me gana en casi todo. Y eso que es únicamente un año. Exactamente un año menos tres días. Además tiene una mano en la que un guante cableado emite una luz que parece el big bang puro y duro.Yo a lo sumo soy capaz de enarbolar con una cara parecida una jarra de cerveza con mucha espuma. La fotografía está sacada del rodaje de Iron Man, es decir, más Marvel. Cuando agoten la nómina de superhéroes se acaba el cine palomitero de toda la vida y tendremos que ver cine sesudo en las salas, con lo traumático que es contemplar las alambradas mentales de Bergman o los arrebatos metafísicos de Lars Von Trier de la época primera, cuando lo del Dogma y el cine desafectado de glamour. El chiste es que Robert Downey Jr. es perfecto para el papel de Hombre de Hierro porque ya sabe qué es volar y cómo se hace. Lo interesante para el buen aficionado al cine es que el actor ha vuelto a la carretera. Sólo falta que no recaiga en los vicios de antaño. En Zodiac estuvo formidable. La historia de Iron Man es la redención de Tony Stark, un multimillonario alcohólico que crea una armadura excepcional que le permite hacer virguerías físicas a beneficio de catálogo de McDonald's y similares, que pronto vamos a tener Robert en muñequitos junto con la hamburguesa y las patatas de luxe. Como Edward Norton va a meterse en la piel de Bruce Banner para hacer de Hulk ya sólo nos falta George Clooney haciendo de Capitán América. Tiempo. Para mayo de 2.008, Iron man. Vamos servidos de acrobacias, divanes de psiquiatra para héroes disfuncionales y carteleras reventonas de la rica fauna comiquera yankee. Me pido fila siete.


23.7.07

Paleoliteratura doméstica

Leí en algún sitio que los alfareros chinos manuscriben en la base de sus vasijas y jarrones alguna epifanía de la fe que profesan, algún tipo de manifestación sobre la verdadera naturaleza de su exacta función en el mundo. Esa firma personal permanecerá ajena al concurso de la luz en el fondo de sus obras. La oscuridad velará la integridad de ese mensaje íntimo, que está a salvo de la injerencia de lo humano y que no está sujeto a las modas y a la fanfarria frívola del tiempo. La paleoliteratura es una disciplina de nuevo cuño y cela tesoros formidables en el poso de los años.
En este siglo XXI, problemático y febril, el alfarero chino escribe en word y registra su prosa secreta en un archivo alojado en un disco duro. Los años devastan todos los soportes. Ni la cerámica china soporta el vértigo de los siglos.
El escritor es el hacedor de prodigios, un notario sensible, un alfarero chino que oculta en la literatura explícita la obra verdadera, el propósito de su empresa.
También el pintor privilegia en su pintura una intención épica, simbólica, rayana en lo mesiánico. En todo obra de arte, si en verdad lo es, subyace, sublime, una línea de texto secreta, una epifanía.
El manejo feliz de estas frivolidades de ocioso libresco procura un júbilo menudo, pero intenso, un distraído espasmo súbitamente alojado en el centro fascinante de un párrafo.

21.7.07

La risa floja



Me ha sorprendido la risa floja y de verdad que no tenía intención, que este hombre ya ha entregado al cine suficiente material sensible como para arrobarse un destacado lugar en su inventario de estrellas, pero no acabo de creerme al hombre que vimos hace poco dar ánimo a las huestes merengues en el Bernabéu y que ha convencido a su amigo Bekcham para que pruebe fortuna -es un eufemismo- en la soleada California. Y sé que no debo dejarme llevar por prejuicios porque cuando se estrene el film -agosto del próximo año- igual asistimos a un despliegue de registros enorme ( como en Magnolia, pongo por caso) y debo esconder la risa floja ésta que la guisa marcial del amigo me ha proporcionado a estas tardías horas de la noche. En fin. El film de marras se llama Valkiria y lo dirige Bryan Singer, que ha dejado aparcados su patrulla de héroes y se ha enrolado en un proyecto de conspiraciones para matar a Hitler que, a buen seguro, hará caja. La foto, no obstante, permitidme, no tiene desperdicio. Cosas peores hemos visto. Lo principal es no perder jamás la capacidad de asombro. En eso estriba el amor al cine.

20.7.07

Midnight in my heart















El Summer Project de Woody Allen parece que tiene ya título definitivo: Midnight in Barcelona o Medianoche en Barcelona. Javier Bardem se lo monta con Scarlett Johansson, Penélope Cruz y Rebecca Hall en lo que, a la luz de lo contado, se asemeja mucho a la comedia de enredo a la que Allen es tan adicto. Se estrenará en 2.008, sin fecha segura. A mediados de Octubre llega Cassandra's dream, el film que rodó con Colin Farrell y del que este cronista vocacional no posee información alguna, salvo el ciertamente no demasiado atractivo póster promocional visible justo abajo. No se precisa mucho para ir al cine y ver más Woody. El amable lector excusará que haya subido tanta foto de la nueva diva de Woody Allen. Tenía cuatro o cinco fotos más, pero me pareció altamente inconveniente abusar.

19.7.07

Papeles que queman







La historia del Cine tiene un inventario a menudo invisible de nombres alojados en el olvido o rescatados para frivolizar sobre la duración de la fama y la fugacidad absoluta de su estela. María Schneider es la niña de pechos grandes y cintura estrecha, de pubis selvático y modales de pija consentida que se cruza con el viejo nihilista, muerto en vida, como un zombie comido por la culpa y por la miseria de haber vivido demasiado aprisa, personaje ya escrito en su totalidad con el contrapicado del inicio y la maldición a Dios. La mística del polvo anónimo, el dolor encerrado entre cuatro paredes donde se acuertela la carnalidad de dos seres en soledad que buscan, en el miedo, en la humillación, en el roto vértigo de su tristeza, una felicidad ilusoria, un mundo feliz en el que ir depositando las infamias y los secretos, la metafísica y el paganismo, todo cuanto es humano y cuanto no lo es a través de cuentos y de fábulas, de pequeñas historias y de grandes fracasos. Como la vida misma o tal vez la vida de verdad.












María Schneider desapareció después de esa revelación. Se quedó en la niña pija que Brando desvirga intelectualmente, en la hija incestuosa que el padre pervierte con la narración de la belleza impura del mundo y los cuentos fundacionales de su barbarie sin Dios. No tuvo ningún papel a la altura del personaje de El último tango en París ( 1972). Tal vez no lo buscó. Buñuel la quiso para ser Conchita en Ese oscuro objeto de deseo (1977), pero Ángela Molina se ganó el favor del aragonés. La treintena de films que hizo después abastecieron el saldo de videoclubs y la memoria de cinéfilos enciclopedistas que no consienten perder la pista de icono tan perdurable salvo, quizá, The passenger, dirigida por Antonioni y con Jack Nicholson como partenaire reconocible o Le Baiser con Helmut Berger y Sidney Rome, ahí es nada.







Leí que nunca estuvo del todo satisfecha con su concurso en la película de Bertolucci, que tenía veinte años y no pensó en la repercusión mediática, y morbosa, añado yo, de su papel, tan jubilosamente carnal y tan mistificado por la posterior divinización - excesiva, a mi entender - del film. En la zozobra insoportable de su fama se hizo adicta a la heroína y pasó por un hospital mental en Roma para desengacharse de sí misma y de la estela rutilante de polvo de estrella que fue dejando su meteórico asalto a la popularidad.








En alguna entrevista ha consentido que al menos conoció a Brando, que llevaba sandwiches y cerveza al set de rodaje de El último tango y la instruyó en los secretos de la condición humana, haciéndola bajar a la tristeza y a la compasión, a la durísima evidencia de que nacemos solos y que la muerte es el corolario previsto. En la tierna edad de ese descapullamiento, la actriz no encajó el peso formidable del libreto, su diamante canalla, su locura dialogada, razonada, convertida, en última insancia, en bautizo demoníaco porque eran tiempos de Nietzsche y de defunciones apocalípticas, de libros ardiendo y de barricadas en el fondo del alma para que nada traspase y todo pueda ser traducido a antojo, convertido en bandera de todas las manifestaciones. Eva Green, con toda edad, en otro discurso y sobre otro contexto político y sobre todo social, hizo Los soñadores a las órdenes de Bertolucci. Los paralelismos son evidentes, pero la última chica Bond no salió trastabillada de la empresa. Es más: ha sido el punto de partida para una carrera longeva.







Treinta y cinco años después del famoso tango, la actriz parece todavía deslumbrada por el icono involuntario al que confió su juventud y tal vez su carrera cinematográfica. Incapaz de superar ese techo dramático - que por otra parte no fue nada del otro mundo - se refugió en inventados amores lésbicos, en series B de ínfima catadura artística y en algún honroso concurso en films de mayor alcance ( Los actores de Bertrand Blier en 2000 y una aceptable Jane Eyre de Franco Zeffirelli a finales de los noventa ). La sodomización de la mantequilla ha marcado una vida. Zoe Valdés contaba no hace mucho que compartió con la Schneider el jurado de un festival de cine de mujeres en Cretéil, y que ambas lamentaron que en Cuba no se estrenara en su día el film maldito, la cinta de Bertolucci. Tampoco aquí. Quienes querían perderse en las cortinas sucias del apartamento parisino y ver a Paul buscar en el cuerpo de Jeanne una brizna última de inocencia y un lugar en el mundo en el que volver a ser alguien tuvieron que cruzar la frontera. Lo verde empieza en los Pirineos, decía el casposo arrebato patrio a caballo entre lo cutre y lo indecente.

18.7.07

Paseo marítimo


A la caída de la tarde advertir un rumor de caracolas y aceite de coco y el mar de atrezzo como si el tiempo hubiese detenido su vértigo infame en la coreografía de espuma que las olas trenzan en la arena pisada.

16.7.07

Golosinas pop



Son tal vez dos parejas de moda. Por un lado, Becks y Posh, el futbolista con glamour y la spice girl sin encantos justificables. Acaban de llegar a Beverly Hills para cumplir un nuevo contrato. En realidad viven a salto de firma. No despiertan excesivas animadversiones porque no dan ruedas de prensa para airear sus aristocráticos vicios. Tampoco lo precisan. La incontinencia que les ha dado la fama y los cuartos es de tipo icónico. Son anuncios biológicos y cobran por toser o por visitar un mercado de arte egipcio en la playa de Malibú. David Beckham es un tipo que tira faltas al borde del área con primor y belleza. Esa es su tarjeta de presentación profesional. Y corre como un animal la banda o el césped que le echen. Es generoso en el esfuerzo y tiene en la discreción una virtud inconmensurable. Su fantástica fuente de ingresos es su mutabilidad, su proverbial sentido de la imagen. La esposa es el aditamento necesario para que esa imagen pública, embadurnada de popularidad incuestionable, sea cómplice de ciertos valores sociales que están bien vistos. Leí hace poco algo sobre el conformismo cultural y el genocidio de las ideas verdaderamente interesantes. La línea de pensamiento que suscita la pareja Beckham-Adams es plana en cuanto a significados: ofrece tan sólo un icono, una representación pop, una lata Campbell con carne y tatuajes de la que Warhol se sentiría especialmente orgulloso. La prensa amarilla o rosa o hepática o venérea vocingla la mudanza de los pipiolos a tierras hollywoodienses. Sabemos las hectáreas de su nueva mansión o el número de cuartos de baño para invitados. Nos informan de que hay vecinos de relumbrón y que su amigo Tom Cruise vive a tres achuchones de Porsche de la finca. Nos abastecen de informaciones tan absurdas que los mecanismos de defensa de nuestra humillada psique obra el milagro de darles empaque de relevancia y parece que en lugar de hablar de trapos, marcas de colonia y besos al borde de una piscina art-decó estemos asistiendo a una reflexión sobre democracia en Hispanoamérica. Algo parecido debe pasar con esa televisión canalla que se avitualla de las pericias lúbricas de un puñado de famosillos de saldo. Las cifras nunca engañan: todavía esa segmento de la información copa ránkings. Con quienes no van a tener carnaza es con los protagonistas de la segunda foto. Woody Allen y Scarlett Johannson. El primero es una de las mentes más lúcidas del panorama cinematográfico de los últimos treinta años. Ella es una actriz en alza, un icono pop absoluto que también hubiese engolosinado a Warhol y una de esas mujeres raramente signadas por los atributos de la belleza sin que sea, en modo alguno, una belleza absoluta. Lo que ocurre, lo que manifiesta la zozobra espiritual, ideológica y hasta sentimental que estamos atravesando es que ambas imágenes acceden en idéntica alza de valores a los ojos del espectador, que suele ser ninguneado, despojado de toda dignidad como actor de este sencillo acto de comunicación. Y eso contando con que la foto de los Beckham no ofende tanto como otras, pero está ahí, insinuando lo que está al caer, presentando la realidad embutida en una impostura que encandila al personal menos inmunizado y alarma, por su artificio, por su maquinaria fascinante de marketing, a quienes no comulgan con estas apariencias de la belleza y prefiere hocicar su bendito ocio en propuestas de menor calado social, pero infinitamente más convenientes para el recreo mental. De eso se trata: de entretener. ¿ O es algo más ?

15.7.07

Dios en sus propias palabras


De Testigo de cargo, aparte de las consideraciones cinéfilas, recuerdo el combate entre Elsa Lanchester y Charles Laughton por causa de un buen puro y la altiva presencia de Marlene Dietricht, una especie de Alien con lápiz de labios y voz cascada que engulle a todo hombre que se le ponga al paso.
Billy Wilder nunca manejó a las mujeres con brillantez. Sus féminas se limitan a ejecutar con el debido oficio el libreto, a intermediar entre el talento del director y la bondad de la obra, pero casi nunca son estimuladas al modo en el que George Cukor era un maestro o, más domésticamente, Pedro Almodóvar.


“Marlene Dietrich es como la Madre Teresa pero con mejores piernas” confesó Wilder con ese tono cortado con cuchilla de afeitar.


Audrey Hepburn fue un capricho del galán oculto en su fachado de hombre menudo y no excesivo dotado de encantos. Tal fue el flechazo profesional que incluso privilegió la opinión de la actriz sobre la de Humphrey Bogart en Sabrina con riesgo de romper el muy delicado equilibrio de temperamentos que destilaba el elenco del film. De Bogart decía que era "un tipo terriblemente simpático hasta las once y media. Luego se cree Bogart" a lo que el actor, alcohólico a cierre de plató, recién oscarizado por La reina de África y en la cúspide de su divismo añadía: “Wilder es el tipo de director con el que no me gusta trabajar. Pertenece a esos alemanes prusianos, con un fuerte acento y el látigo en la mano. Sólo trabaja en equipo con el guionista y excluye a los actores. ¡Ni siquiera se me dijo cómo acababa la película y quién se quedaría con Sabrina!”.


Shirley MacLaine fue la actriz favorita del director. Junto con el binomio Lemmon-Matthau, Wilder llevó al estrellato la pareja Lemmon-MacLaine ( Irma la dulce y, sobre todo, El apartamento ). De la hermana de Warren Beatty, Wilder llegó a declarar que era la mejor actriz que había estado a sus órdenes y lamentó no poder contar con ella en más proyectos. Por otra parte, es aquí en donde la actriz ha realizado sus mejores papeles. Y también los más laureados.


Marilyn Monroe era el infierno, pero valía la pena, dijo Wilder en una de sus muchas biografías. Precisaba únicamente disciplina, pero admitía que el gracejo para la comedia de la estrella era formidable. Otro asunto bien diferente era la profesionalidad, el tono dramático y la observancia de las directrices marcadas por su mano: ahí la Monroe desbarraba y daba la talla que los críticos sospechaban que podía dar, la de la rubia cañón que no tiene pudor con la cámara y que solventa las deficiencias actorales con irresistibles arranques de sex-appeal, morbo y simpatía.


Más de dos millones de dólares fueron las pérdidas que la Fox tuvo por la informalidad de la actriz en La tentación vive arriba, el primer film de Wilder y Marilyn Monroe."Sobre la impuntualidad de Marilyn debo decir que tengo una vieja tía en Viena que estaría en el plató cada mañana a las seis y sería capaz de recitar los diálogos incluso al revés. Pero, ¿quién querría verla?… Además, mientras esperamos a Marilyn Monroe todo el equipo, no perdemos totalmente el tiempo… Yo, sin ir más lejos, tuve la oportunidad de leer Guerra y Paz y Los miserables”. Con faldas y a lo loco fue la última batalla entre ambos. Marilyn Monroe cruzaba un momento difícil - cuándo no - con la sombra de Arthur Miller como marido Pigmalión. Los olvidos continuos en su diálogo y la negación a interpretar de la forma en que Wilder pedía hizo que el director fulminase toda relación futura con la actriz: "lo he discutido con mi médico, mi psiquiatra y mi contable, y todos me han dicho que soy demasiado viejo y demasiado rico para someterme de nuevo a una prueba semejante”



Como nadie mejor que Wilder para hablar de Wilder, habla Wilder:



La censura



Teníamos que ser muy ingeniosos para burlar a la censura y esto nos obligaba a escribir con más sutileza. No estaba permitido que un personaje dijera ni siquiera una insignificante palabrota como cabrón o hijo de perra. Una vez, a Charlie Brackett y a mí se nos ocurrió este sustitutivo: "Si tuvieras madre, ella ladraría". No se podía ver en una película a un hombre follando con una mujer con la que no estaba casado. Ni siquiera se podía ver a una pareja en una cama al mismo tiempo. Por lo que se refería a la oficina Hays (la que se encargaba de aplicar el Código de Censura sobre las películas) todos los dormitorios del mundo tenían camas separadas. Así que el problema era cómo mostrar a ese hombre y a esa mujer haciendo el amor. Alguien lo resolvió con una parte en la que la criada hace la cama del hombre a la mañana siguiente y sobre la almohada encuentra una horquilla. Lubitsch era el genio de lo que yo llamo el truco de la horquilla en la almohada. Quiere mostrarte, digamos, a un hombre y una mujer que tienen una relación apasionada. Primero, una escena en la que se besan ardientemente la noche anterior. Después... fundido en negro, y a la mañana siguiente... los vemos desayunando. Ah, pero cómo sorben el café y cómo devoran las tostadas. No cabe duda de que han satisfecho otros apetitos. En aquel tiempo, la mantequilla se untaba en la tostada y no en el culo; pero había más erotismo en esa escena del desayuno que en todo El último tango en París (1.972). Lubitsch hacía caso omiso de si la censura era estricta o flexible. No recuerdo haber visto nunca un desnudo en una película suya, ni gente echando un polvo. Hoy en día vas a ver una película y ya hay un coito mientras aparece el título... ¡en el título de la película!. A Lubitsch nunca se le hubiera ocurrido hacer algo así. Su mente no funcionaba de esa manera. Te enseñaba lo justo para excitarte... Las películas de Lubitsch no eran censurables y, sin embargo, eran mucho más eróticas que las que se hacen ahora. A veces desearía que existiera la censura, porque se nos ha esfumado la diversión, el juego sagaz que manteníamos con ella.



Hitchcock



Me aburro si hago siempre lo mismo. Admiro a Hitchcock; pero no podría trabajar como él, porque siempre hacía la misma película. Me dije: "Ahora voy a hacer una película mejor que Hitchcock" e hice Testigo de cargo , por ejemplo. Salto de un lado a otro, como una pieza de ajedrez, siempre con proyectos diferentes... Puedo hacer distintos tipos de películas. Spielberg hace lo mismo: después de rodar una película de dinosaurios, hace una de nazis. Es muy difícil copiar o parodiar una película mía, porque uno nunca sabe bien lo que va a ver.



Lo violento, lo soez



Es muy difícil encontrar un proyecto que me interese y que a la vez tenga probabilidades en el mercado de hoy... Ahora el público mayoritario es menor de veinticinco años y carece de tradición literaria. Prefieren la violencia estúpida a una trama sólida; los tacos, a un diálogo inteligente; el desarrollo pectoral, al desarrollo de los personajes. Nadie escucha, sólo se sientan y esperan que les asalten una serie de sobresaltos y sensaciones fuertes... Son malos tiempos. Ernst Lubitsch, que con una puerta cerrada conseguía más de lo que la mayoría de los directores de hoy consiguen con una bragueta abierta, habría tenido graves problemas en este mercado. No encajo en ningún sitio. Puede que algunos directores digan: "Si quieren películas para el público joven, también sé hacerlas". Bueno, pues yo no sé. Si uno compone valses, no puede empezar a componer de repente música disco: sonará falsa.



Ser director



Recuerdo perfectamente el día en el que dedicí ser director. Fue cuando vi una película cuyo guión yo había escrito para la UFA, en Alemania. En la película salía un club nocturno que tenía un gran cartel en el exterior: "Es obligatorio llevar zapatos y corbata". Había dos porteros, que miraban a las personas que entraban para ver si llevaban zapatos y corbata. En uno de los gags que escribí, un hombre llevaba una barba larga; el portero lo para y mira debajo de la barba para asegurarse de que lleva corbata. Cuando fuí a ver la película, me encontré con que el director le había puesto a ese actor una perilla; ya no había una barba que levantar para mirar debajo. El director conservó el chiste porque creyó que seguiría siendo divertido; pero ya no tenía gracia. Así que dije: "hasta aquí hemos llegado". Uno debe recordar, como guionista, que nadie va a leer lo que escribe. Por eso me hice director, porque nadie leía mis guiones.



Sueltos:



"Trabajar en el cine era vergonzoso, era lo más despreciable. Gracias a Dios se inventó la televisión."
"Lo más importante es tener un buen guión. Los cineastas no son alquimistas. No se pueden convertir los excrementos de gallina en chocolate."
"Lo único que me partiría el corazón sería que me quitaran la cámara y no me dejaran volver a hacer películas."
"He hecho películas que a mí me hubiera gustado ver. Y yo sólo quiero ver películas que me entretengan."
"Hay algo sorprendente: cuando reflexiono sobre todas mis películas, me llama la atención que, en las épocas en que estuve deprimido hice comedias. Y cuando me sentía feliz, rodé temas más bien trágicos. Quizás intente inconscientemente compensar cada uno de mis estados de ánimo."
"Normalmente, cuando te encuentras con una persona que parece insignificante y que no llama la atención se dice: detrás de esa fachada, hay más de lo que parece. En mi caso sucede lo contrario: detrás de mi apariencia hay menos de lo que parece."
"Para hacer una película hay una sóla regla: sólo hay que hacer aquello que sea de utilidad a la película."
"Un director tiene que ser policía, comadrona, psicoanalista, adulador y bastardo."
"La televisión es lo más maravilloso que podía habernos sucedido. Siempre hemos sido lo más bajo de lo bajo, pero ahora han inventado algo a lo que podemos mirar desde arriba."
"El exilio no fue idea mía, sino de Hitler."
"Si usted cree que tengo acento, debería haber conocido a Ernst Lubitsch (...) Pero tenía un oído estupendo para las expresiones y el argot americano y, como decía Van Gogh, o tienes oído o no lo tienes."
"Al público no hay que dárselo todo masticado, como si fuera tonto. A diferencia de otros directores que dicen que dos y dos son cuatro, Lubitsch dice dos y dos... y eso es todo. El público saca sus propias conclusiones."
"Una vez me preguntaron: ¿Es importante que un director sepa escribir?, y yo respondí: no, pero sí es útil que sepa leer."
"En mis películas no hay grande movimientos de cámara ni puntos de vista destinados a demostrar que soy un director de cine. [...] En Europa, un director puede tomarse todo el tiempo del mundo para crear una atmósfera, y meter un montón de escenas de nubes que se disuelven; pero el público de aquí, si les muestras las nubes por segunda vez, espera ver entre ellas un aeroplano."
"Me gustaría morir a los 104 años, completamente sano, asesinado por un marido que me acabara de pillar, in fraganti, con su joven esposa."
"No tengo tiempo para considerarme un inmortal del arte. Hago películas sólo para entretener a la gente y las hago tan honradamente como puedo."
"Marilyn no necesita lecciones de interpretación; lo que necesita es ir al colegio Omega, en Suiza, donde dan cursos de puntualidad superior."
"Me han preguntado si volveré a trabajar con M. M, y tengo una respuesta clara. Lo he discutido con mi médico, mi psiquiatra y mi contable, y todos me han dicho que soy demasiado viejo y demasiado rico para someterme de nuevo a una prueba semejante."
"Marilyn era un absoluto genio como actriz cómica, con un sentido extraordinario para los diálogos cómicos. Tenía ese don. Nunca después he vuelto a encontrar una actriz así."
"Existen más libros sobre Marilyn Monroe que sobre la II Guerra Mundial. Hay una cierta semejanza entre las dos: era el infierno, pero valía la pena."
"El problema de Marilyn es que se enamoraba con mucha rapidez. No era la clase de mujer que se supone que debe ser un símbolo sexual, y eso la mató... Marilyn era una mezcla de pena, amor, soledad y confusión."
"Marilyn Monroe era de carne, y se fotografiaba de carne. Tenías la impresión de que bastaba con alargar la mano para poder tocarla."
"Si hay algo que odie más que el que no me tomen en serio es que me tomen demasiado en serio."
"Tengo diez mandamientos. Los nueve primeros dicen: ¡No debes aburrir!. El décimo dice: tienes que tener derecho al montaje final de la película."
"Es aburrido ver a alguien entrar en una casa por la puerta. Es mucho más interesante cuando alguien entra por la ventana."
"Los austríacos han conseguido el malabarismo de convertir a Beethoven en austríaco y a Hitler en alemán."
"Un húngaro es alguien que entra contigo en una puerta giratoria y sale antes que tú."
"Creen que la lentitud y la solemnidad son sinónimos de profundidad."
"Escribir un guión no es esperar a que llegue la musa y te bese en la frente; es un trabajo muy duro. He hecho ambos trabajos, y sé que dirigir es un placer y escribir un guión es un rollo."
"Del mismo modo que todo el mundo odia a Estados Unidos, todo Estados Unidos odia a Hollywood. Existe el profundo prejuicio de que todos nosotros somos tipos superficiales que ganamos diez mil dólares a la semana y que no pagamos impuestos; que nos tiramos a todas las chicas; que tenemos profesores en casa que dan clases a nuestros hijos de cómo subirse a los árboles; que cada uno de nosotros tiene dieciséis criados y que todos conducimos un Maserati. Pues sí, todo esto es verdad. ¡Aunque os muráis de envidia!."
"Todos los días miro las esquelas de los periódicos y me fijo sobre todo en la edad del muerto. La mayoría son más jovenes que yo. Me asusto y pienso: a lo mejor, lo único que sucede es que se han olvidado de mí."
"Si el Cine consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha aparcado mal el coche, no ha pagado la factura del gas o ha tenido una discusión con su jefe, entonces el Cine ha alcanzado su objetivo."
"He vivido la época en que se temió que el cine se viera desplazado por la novedad de la televisión. Pero no he compartido ese miedo porque sé que la radio y los discos no pueden destruir la ópera. La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oir las risas de otras personas."
"Las mujeres más interesantes en una película son las putas."
"Esas cosas horribles que son tan necesarias y que hacen a la gente millonaria -me refiero a los efectos especiales- no las sé hacer, no sé rodar choques de coches... En esta época, por lo que respecta a los argumentos, creo que ya está todo inventado. Ahora se hacen remakes."
"Quizás El crepúsculo de los dioses es una película cínica, pero para mí esa película es Hollywood; el guionista, el agente, la estrella olvidada, todos eran retratos del natural."
"Antonioni seguro que es un gran director, un gran artista. Pero en lo que a mí se refiere, soy incapaz de mantenerme despierto."
"Sobre Ingmar Bergman debo decir que los críticos no tienen ni idea de lo que está diciendo, pero, pese a todo, les chifla... Existe una asociación internacional de ese tipo de críticos, capaces de extasiarse ante el asno muerto de Cocteau envuelto con telas encima de un piano."
"Comprendo sin dificultad por qué Godard ha podido por sí sólo exterminar varias empresas productoras."



13.7.07

Harry Potter y la orden del fénix: El reverso tenebroso de la varita





Francis Bacon dijo que la ciencia y la magia propenden al mismo objetivo. Que esa complicidad fue rota cuando la ciencia dejó atrás a la magia al postularse como método más eficiente para alcanzar dicho objetivo. Todo eso lo sabía J.K. Rowling cuando comenzó la saga de Harry Potter. Sabía que un niño mago con una varita precisaba de un atrezzo fabuloso y fundó un universo deslumbrante de estaciones de tren falsas, encantamientos verbales a la vieja usanza y mundos escondidos debajo del aparente con su vértigo formidable de batallas, litigios y hasta colegios erigidos en paisajes sobrecogedores. La literatura dio el visto bueno al cine y nació una franquicia portentosa, una de las mejores vistas recientemente, facturada con imaginación y deseos de agradar el ojo adolescente que antes, con golosa fruición, había devorado cientos de hojas. Y el cine ha encontrado en las aventuras del mago Potter un filón robusto, inasequible al desaliento, bien pertrechado de la habitual ronda de trucos que harán las delicias de la chiquillería, aunque sin desatender la paciente asistencia de los adultos, no iniciados en la revelación mistérica de los libros y ajenos al alfabeto simbólico de este universo fundancional. Pero hemos llegado al verano cinco o seis, no sé ahora, de la era Potter y el producto habilitado para las circunstancias no es oscuro, como lo fue el facturado por Cuarón, ni se ha robustecido con ninguna pirotecnica nueva que encandile el ojo cómplice de estas filigranas técnicas tan gratas a las peripecias del mago.
Todo cuanto antaño era básicamente limpio ejercicio fantástico, vitaminado de ricos personajes, buen engarce dramático y apabullante imaginería visual se ha visto ahora menguado, rebajado a un correcto, pero desangelado, armatoste cinematográfico de fácil asimilación y más fácil todavía evacuación.
Ya escama el hecho de que parte de la bizarra maquinaria propagandística del film confíe su enganche con el público prepúber o ya lúbricamente pubescente en un estilizado beso que el bueno de Harry planta a una moza cómplice de sus artes mistéricas. El atolondrado Potter, que ocupa su mágico cerebro en ordenar los meritorios capítulos dramáticos de su infancia, no encuentra el amor: lo que ha entrado por su ojito es la pasión carnal, el tirón de hormonas que muscula su voz y garantiza que el mago adulto ha entrado en escena a mayor gloria de los futuribles enfrentamientos con el innombrable, verdadero mentor espiritual de toda la aventura y, a lo visto, descarado remake argumental de otra saga ya suficientemente conocida, Stars Wars . Potter es un Skywalker de más oscura leyenda, con su Darth Vader familiar de fondo, que sortea como el héroe a lo Propp los obstáculos habituales hasta investirse como héroe o villano absoluto solo que el piloto sideral de Lucas blandía un espectacular sable de luz, golosina de niños de todo el mundo, y Harry esgrime los argumentos de una varita de hechizos y encantamientos. El soporte logístico es el mismo.

Fascinan, no obstante, algunos episodios puntuales: la escena de las bolas de las profecías o el majestuoso y limpio de barroquismos innecesarios combate final. Mención aparte el personaje de Dolores Umbridge, una sobreactuada, pero efectista Imelda Staunton. O una dulce y arrebatadora Ivanna Lynch en el papel de Luna Lovegood ( la del pudding, sí, con la cara y la voz más cercana a ese éter de mujer que es Nawja Nimri )
La criatura de J.K. Rowling tiene todavía pan que cortar en la mesa de estos veranos de pantalla grande y colas tremebundas habida cuenta de que la siguiente entrega literaria ( El príncipe mestizo ) hace ya las fanfarrias sinfónicas en prensa y similares. Se trata, en el fondo, de alfombrar la siguiente entrega, de ir preparando al personal en nuevos ritos iniciáticos y conducirlos con estimable estilo y naturalidad a la siguiente cola. Ahí estaremos.

Hollywood Blvd.

Frecuento el asombro como quien habita una habitación con pósters de Janis Joplin cuando se metía Hollywood en vena.
Los años herrumbran con disciplina todo indicio adolescente de vida.
Los dedos hurgan el oleaje fascinante de la travesía.
Glamour a la caída de la tarde, glamour untado de locura.
Algunas palabras derraman oro, noble propósito, veneno grato, indolentemente administrado.

LFC







"De qué sirve el reloj
si en el brazo del hombre
ya no hay
pulso."



Parece mentira que el autor de esta máxima horaciana sea el cromo de la derecha.


Atiende al nombre de Luis Felipe Comendador y tiene un diario iconográfico en la red que es adictivo. Viene a ser una especie de cuaderno de campo abastecido de unas imágenes que van de la imaginería barroco al arte pop sin olvidar los anuncios de colonia cara y los desfiles de barbies en plantas siderúrgicas a las afuera de Varsovia. A Sinatra reconvertido en metapoema fálico o a una familia bolchevique ensimismada con el fogonazo de la historia. La artesanía de photoshop trae de regalo una literatura menudita, hecha de briznas de pensamiento, alimentada por fortuitos destellos de ingenio o por hachazos sincopados de mala leche (¿Por qué las iglesias se hacen con cúpulas y bóvedas y no con cielo raso?) o (El infierno es ser consciente de que cuando hablas nadie te escucha).


Como un Zelig vocacional y naïf, está en todas partes. Como el Aleph del sótano bonaerense en el relato de Borges. Como el simpático Forrest Gump.

Supongo acertadamente que este hombre tiene vida fuera de sus actividades cibernéticas, pero es posible imaginar que existan varios ejemplares y cada uno tenga asignada una función. A lo visto, hay una que escribe. Otro edita lo que escriben otros. Otro ejerce de diletante artístico. No es pieza fantástica atribuirle el sacrosanto don de la ubicuidad, aunque esa virtud de los signados por la iluminación divina no ha sido fruto de sus cogitaciones religiosas. Se le ve pagano y ufano de su condición.

Monument Valley


Ser como James Stewart en las películas del Oeste, improvisar épicas en un saloon, andar como un héroe doméstico y sencillo, arrancar luego por pistolas y alfombrar de balas la tarde, pero la realidad impone luego sus cuarteles de zozobra y la vida desaloja la épica de las tardes de cine en casa, cuando los indios se arracimaban, hostiles, en nuestros sueños, y James Stewart era capaz de desfacer entuertos en Monument Valley.

10.7.07

San Carlos Borromeo II

San Carlos Borromeo, el estigma vallecano de la Conferencia Episcopal, no acepta a día de hoy el cierre de Rouco, Cañizares y compañía. Sostienen los disidentes que la fe no se sostiene por comulgar de una forma o de otra y que la liturgia consensuada es un rito que puede ser desarmado de sus símbolos y reescrito a la luz de estos nuevos tiempos. De lo que se trata, en este pulso mediático, es ver quién termina dando el brazo a torcer. Si los jerifaltes o la tropa pagana. Comprobar, en todo caso, si la fe se administra como un bien burocrático y estabulable en leyes inalterables o se aviene a un más liberal discurso. Escisión o anuencia. Ya se verá. El espectáculo, para quien no lo observa con la distancia del descreimiento, es jugoso. Y no hay morbo: hay debate, sana polémica.

Lenguas muertas

Las campanas de la fe celan ahora un rumor tridentino. Rewind: las iglesias hocican su modernidad en el pasado tal vez no demasiado tenebroso ( no hay que hurgar demasiado ni tampoco pecar de un pesimismo ideológico a todas luces imprudente o innecesario ) pero inevitablemente superado a beneficio de la feligresía del siglo XXI esperanzada en encontrar sentido a las incógnitas de la existencia y a alimentar su fe con la palabra de Dios. El concurso del latín en las homilías no va a ayudar a mucho. Ya hay obispos y prohombres de lo seglar que han censurado el arrebato filológico del Papa. Y quien ha aplaudido el gesto porque la fe, argumentan, es un misterio y el latín es cómplice de esa aureola de incertidumbre, de arrobo místico y de revelaciones en mayor medida que las lenguas vernáculas de cada país. Si antes el rito de oir misa podía suscitar la idea de estar ejecutando una dramaturgia mecánica, en exceso compartimentada en actos de teatralidad compartida, aunque tal vez no interiorizada, ahora la posibilidad de que el oficiante opte por la lengua romana puede espantar a más de un feligrés, ajeno a esta burocracia de lo simbólico a la que, por otra parte, no hay que restarle un ápice de legitimidad. Los jerifaltes de la Santa Madre Iglesia pueden obrar como gusten: están en su casa y nadie con más derecho que ellos para reformar el mobiliario semántico de su bendito ministerio. Leí que puestos a no entender el lenguaje de la misa que se hable en más críptica base: en gemidos o en jadeos místicos como una Teresa de Jesús gustosamente lacerada por los latigazos sublimes de la gracia. Tampoco es eso. No es cosa de que yo opine porque no tengo el gusto de asistir a ningún oficio ni probablemente lo tenga en el futuro, dada mi absoluta incapacidad para entender los misterios de los símbolos de la cristiandad ni el concepto etéreo y sublime de un Dios providente y cercano, pero acierto a comprender que hay ciudadanos de intachable filiación católica que ven con incredulidad este paso atrás, más todavía en estos tiempos de zozobra moral que no precisan gestos de esta trascendencia. Cierto que será el párroco el que decida, sin anuencia del obispo, si tercian los latínes o el castellano de Azorín y de San Juan de la Cruz en el responso, pero la dejación de esa responsabilidad en manos de un funcionario eclesiástico puede traer conflictos y, a la larga, un distanciamiento entre el pueblo y la Iglesia. Por si no había ya suficiente separación. Allá ellos con sus cosas que hay en el mundo asuntos de quizá mayor interés que éste. Hoy por ejemplo he visto en un periódico de tirada nacional una foto de David Beckham en su flamante Hollywood en una bicicleta. El texto que escolta la foto es mayor que el articulito en el que un columnista de relumbrón pone a caldo a Bono por salir ahora de la sombra manchega de su retiro para asaltar la presidencia del Congreso. Ya hay catalanes que están escandalizados por la (dicen) pública anticatalanidad del redicho jubilado socialista. Éste seguro que tiene su opinión acerca del latín en las misas. Ya se puso del lado de los curas rebeldes de Madrid. En esto, presumo, se aventurará también a llevar la contraria a la Cabeza pensante de la curia romana. Socialismo, aunque heterodoxo, manda.

Zodiac: El thriller falso






Minuciosa y sugerente hasta lo pornográfico, apabullante en su prolija disección de una investigación criminal, Zodiac no es una película comercial en modo alguno, aunque contiene trazas de cine de taquilla generosa a causa de su cotizado director, David Fincher ( Alien3, Seven, El club de la lucha, La habitación del pánico y la muy menor The game) y su más que competente elenco. Zodiac es un estudio sobre la obsesión que desciende desde lo meramente descriptivo ( los crímenes, los indicios relevantes de un caso que alarmó a la población de California durante los últimos sesenta y primeros setenta ) hasta lo enfermizo, representando por una serie de personajes encorsetados en un muy ambiguo territorio que ni es policial ni periodístico. Fincher no pretende miniaturizar la trama; más al contrario, lo que hace es hocicar su talento narrativo en todos los resquicios de modo que el espectador se ve asfixiado por una propuesta dramática excesiva, tal vez demasiado rigurosa, que no abandona su carácter cinematográfico en ningún momento y que indaga con morosa delectación en los aspectos normalmente más escondidos en este tipo de artilugios fílmicos: las indagaciones, las pesquisas, que resultan, en algún momento del metraje, cargantes y obviables, pero sin cuyo concurso el exquisito conjunto queda deslabazado, desvaído, como si le hubiesen sustraído cualquier mínimo rasgo de credibilidad y estuviésemos asistiendo a cualquier vulgar telefilm de sobremesa sobre asesinos en serie y desquiciados policías que tratan de darle caza.

Como hemos visto mucho cine de este pelaje, se debe ser muy exigente con Zodiac. ¿ El resultado ? Una cinta casi magistral, sobrecogedora, en todo caso, perfecta en su acendrado sentido de la ética y de la épica porque, bien mirado, el regusto final es ése: el de habernos tragado un monumental arrebato sentimental sobre la justicia, el derecho a encontrar la verdad y las trabas que el tiempo y la desgana de la sociedad tiene en dar con ella cuando los medios de comunicación, auténticos depositarios de las montañas de datos, ya han decidido darle soberanamente la espalda.

Zodiac deslumbra por su desmesura, que es también - a juicio de algunos - su demérito mayor.

No es posible disminuir sus excesos: se precisan sus dos horas larguísimas para que ningún hilo quede sin trenzar y, al tiempo, se tenga la última reflexión de que todos los hilos, al abovinarse, no han conducido a completar madeja alguna. De narrativa nunca atropellada, Zodiac entretiene en todo instante y tiene la virtud de no concederse licencias tal vez perdonables: una truculencia más explícita, un espíritu a lo Seven al que Fincher no es ajeno por cuanto esa obra maestra del último cine de entretenimiento ( comercial, dirán ) es suya. En este caso lo que hace el director es reescribir el patrón sobre el que abordar el género de asesinos en serie y reformular su discurso en base a criterios más literarios, más cercanos a modelos setenteros como Todos los hombres del presidente ( sé que no soy el único que ha visto esta similitud, de hecho antes de verla era ésta la única información que tenía del film ) o incluso JFK . Su pulcritud formal, su ausencia de entusiasmos doctrinales y su carácter marginal dentro del thriller hacen de Zodiac una cinta más que recomendable, que no es la obra maestra que podría haber sido ( tiene mimbres y alicientes para serlo en quienes así lo consideren en su fuero interior ) pero sí, y contundentemente, una película mayor dentro de la filmografía de Fincher a la altura de Seven. Curioso que sus mayores logros provengan de cimientos narrativos parecidos. Tal vez en la próxima incursión en el género le dé al hombre por escorar las miras ciento ochenta grados y bucear en el melodrama o en el musical, y todo sin abandonar asesinos en serie, claro.


7.7.07

God save the Queen

Estoy sobrecogido, atenazado por la emoción: Alonso le ha metido 423 milésimas a Raikknonen en lo que fue el viejo aeródromo de Silverstone. Rajoy medita sobre su retraimiento mediático tras el Debate sobre España en prime-time y Nadal, no muy lejos del piloto asturiano, mete passing shots y saques directos como quien toma aceitunas negras con un caña de cerveza en una terraza de verano. El mundo funciona así: se autocorrige y se afianza en su sistema operativo más natural. Unos ganan; otros pierden. El árbol de la ciencia come terreno a los templos de la fe y el gobierno zapaterista mete en el ministerio de Sanidad a un atrevido científico que ya ha suscitado las repulsas de la Conferencia Episcopal. Quizá no sea entonces tan malo y colabore con su gestión al advenimiento de una sociedad más inteligente: menos atrincherada en la superstición y en la primaria advocación hacia lo sobrenatural. Massa se acerca a Hamilton. Ha bajado el viento un metro por segundo. Londres tiene hoy 23 grados y ayer no dejó de llover. El temporal ha cesado lo suficiente para que el Gran Premio sea lo suficientemente espectacular. La ministra Calvo se despidió de su cargo en Barcelona a la vera de Woody Allen, Javier Bardem y la Johansson: a lo mejor es verdad eso de que la mujer tira a frívola y siempre da la fotogenia adecuada en todos los saraos ministeriales. Mi paisana ha dado paso a un culturalista de acendrada pasión por lo libresco, César Antonio Molina. Webber está en apuros. Fissichella está en vuelta rápida persona, pero en zona de descalabro. Ferrari no acaba de despuntar este año. Me preparo el almuerzo con la agridulce certeza de que Kubica ( aquél que se salvó por milagro papista ) ha entrado en ránking y puede todavía luchar por la pole. Yo me voy a poner un tentempié de sábado ( todo muy frugal, nada excesivo ) hasta la hora del almuerzo. Estoy amorosamente narcotizado por los vaivenes del crono en tele 5. Olvidaba que Kaká está a punto de vestirse de blanco y que el Tour arranca también la pérfida Albion con todas las sospechas escritas en cada pedalada.

5.7.07

Nuevas políticas demográficas del Estado del Bienestar



No suena mal, en principio, que el Estado fomente la natalidad de su ciudadanía premiando a los dichosos en fertilidad con 2.500 euros para afrontar con mayor dignidad económica el ingreso del neonato en este mundo nuestro, tan canalla y difícil en ocasiones. Así lo ha vocinglado con timbre de orador ya curtido ZP en el Congreso con motivo del Debate del Estado de la Nación. No suena mal porque esas políticas populistas ( el PP, de hecho, se arrancó hace no mucho con tirar de 3.000 euros de arcas públicas para idéntico asunto ) subrayan la filantropía de un Gobierno y su mano abierta hacia sus gobernados. El problema ( pues uno atisbo ) es que la cuantía, que ni es mucha ni es poca, vaya a ser ingresada en cuenta de todo aquel que se acerque al funcionario de turno y le hocique el libro de familia. Habrá quien necesite más y quienes no precisen ayuda alguna. Quienes sean por natural paridores y alumbren año tras año mientras el cuerpo, la fe y la bonancible fiesta de la coyunda aguanten y quienes, por principios, no abusen de natura y traigan un escaso descendiente para perpetuar el apellido o para contentar a los abuelos, que de todo hay en estas provincias del Estado. Lo que ya parece un poco risible, materia digna de ser tratada en profundidad por aquellos que puedan modificarla a mayor gloria del sentido común y de la lógica más elemental de las cosas, es que la cifra sea tan matemáticamente precisa: 2.500 euros. ¿ En base a qué se formula la cifra ? ¿ Serán los euros en cuestión igual de apetecibles y aprovechables por una familia "legal" de baja o nula renta que por una familia de muchos posibles, como se decía antes, bien abastecida de lujos y nada incómoda por traer todos los críos que Dios tenga a bien ? Tendría ZP que replantearse su gesto formidable, que lo es, y llamar a concilio financiero a sus asesores para que bien cambie la cifra o bien sea regulada con otros criterios y afecte en diferente medida según quién la solicite y bajo qué particulares circunstancias. Mientras tanto, imagino que el refranero cambiará, en lo fundamental, en lo léxico, su recetario de letrillas y ahora no vendrá el niño con un pan bajo el brazo o armado con una buena cuchara de plata en la boca: vendrá con 25 billetes de 100, estipendio simbólico, bien mirada la cantidad, que hará que las clases más pobres ( y normalmente más graciosamente reproductivas ) se afirmen en sus nobles principios y fomenten, entre la nocturnidad y el regalito gubernamental, el fornicio, el siempre adivinable y gozoso fornicio. No sabemos si aplaudir con entusiasmo el golpe de efecto zapatero o si echar una media sonrisa o entera, ya puestos. Ya hay sesudos tertulianos y azuzados columnistas de probada capacidad disquisitiva que andan levantando la perdiz de la sobrepoblación de algunas etnias y el desequilibrio presupuestario originado por este regalito. Hay materia, hay leña y combustible en algún blog, periódico o radio cercana. Se aceptan comentarios, por supuesto.

Transformers: Mi coche me ama




La maestría de Michael Bay en el cine de acción no puede ser tomada a broma: ha levantado un imperio en el segmento del cine de entretenimiento al modo en que lo hizo Steven Spielberg ( que por cierto co-produce la cinta ) en base a muy precisos y descaradamente rentables elementos. Todos están pasados por el alambique del patriotismo ( apunte muy del gusto americano ) y a ninguno le falta una generosa ración de espectáculo visual imponente, arrollador, sincopado y exultante. No habrá nadie que vaya a ver Transformers y no salga literalmente noqueado. El apabullante despliegue de efectos especiales tumba al espectador más estricto: aquél ya previamente conjurado a boicotear cualquier sensación placentera que reciba su académico cerebro, instruido en cine de más calado, ajeno a estos blockbusters de verano que encandilan a la peña adolescente y generan escandalosos dividendos en taquilla y un circo de figuritas de burguer apoteósico.

Si alguien desea sentarse en una cómoda butaca de un cine y dejarse contaminar por una caterva espasmódica de imágenes impactantes, haga el favor de apuntarse la película en la agenda y no se verá, en modo alguno, decepcionado.

A renglón seguido de esta fanfarria de efectos, la cosa tiene su miga de humor, su punto de comedia y hasta una pequeña historia de amor con acné que funciona con pasmosa naturalidad. Y hay escenas delirantes que convencerán o al menos no disgustarán en demasía( insisto ) al crítico ácido que ya viene con las líneas escritas y sólo espera que el discurso gilipollesco de este tipo de cine confirme lo que su muy entrenada y ágil visión profesional ya había previsto: un desparrame mastodóntico de maravillas de ordenador ahombradas a un guión insulso, magro en talento y siempre demasiado largo. Apunto la escena en la que los robots de marras acuden a casa del protagonista en busca de un objeto absolutamente necesario para el correcto desarrollo de la trama. O algunos surrealistas diálogos acera de la bondad de la democracia y la masturbación como método zen de descontaminación intelectual.

El resto: Transformers es una película pesadísima. Debe ser por los metales. Se alarga sin necesidad y abusa de lo que buenamente uno acepta que agrada: la coreografía de salvajadas infográficas, la destrucción masiva de todo lo que salga al paso. Si prescindimos del lujoso aparato pirotécnico, únicamente encontramos fallas en el terreno, fracturas evidentes, limitaciones para enjuiciar este almacén de piruetas electrónicas con meridiana objetividad. Caso bien distinto sería si el entusiasmado espectador ya viene convenientemente calentado al evento por haber sido fan de la serie o fino degustador de los juguetes de marras en sus años mozos. Entonces Transformers no sólo es su película: será su biblia en pasta, su catecismo digital, su amor de verano infinito. O todo junto y engrasado con aceite sideral para que no pierde compostura el ensamblaje místico de las piezas. No es ése, no, mi caso.

El tufo americanista del director socava el interés universal de la historia, pero los adolescentes golosamente apoltronados en su butaca, devorando palomitas y sorbiedo con estruendo el refresco no precisan de semiótica ni han comprometido la calidad de su ocio con ningún catedrático de Historia del Cine que pretenda ( los hay ) machacar el cine de acción sólo por ser de acción ( género normalmente ninguneado en la historiografía y escasamente glorificado en las habituales listas de mejores películas ). Estos críos pasarán un rato inolvidable. El cine debe entretener y éste lo hace en modo mayúsculo.

¿ Que es un rollo de película ? El rollo más gordo de este verano y del verano pasado y del otro, pero hace tiempo que una película no tiene pinta de barrer en taquilla como lo va a hacer ésta. Y de eso se trata y ahí es donde Bay y Spielberg ( Dreamworks, por favor ) han puesto todo su empeño.

1.7.07

Lo que no se ve: Fantasmas amateurs




Lo sobrenatural, en cine, en literatura, siempre ha sido material fácilmente vendible. Los fantasmas de antaño, los que nacieron aureolados de romanticismo y fatigaban incansablemente torreones, almenas y sótanos mordidos de misterio y de profecías, son ahora vagas estrellas pop, muñecos zarandeados por la montaña rusa de la taquilla, que es, al cabo, la puerta celestial, el eldorado deleitoso y productivo. Los jerifaltes de la industria cinemátográfica son perros viejos y saben fabricar bodrios con envoltorio decente como el caso aquí reseñado porque Lo que no se ve es una plasta ectoplásmica, un telefilm caro con ínfulas de cinta de culto que queda, visto el mejunje gótico-menstrual, en un thriller de instituto, en una opereta juvenil de muertos que no lo están y de chicas malas con corazoncito. La protagonista ocupa un espectro tan amplio de emociones que nunca, bajo ninguna circunstancia exigida por el caprichoso guión, sabemos qué la lleva a hacer lo que hace o no hacerlo, que viene a ser idéntica cosa. Lo mismo podíamos decir del poeta atormentado, del vate yuppie que encuentra un pasillo entre la vida y la muerte y lo recorre entre la sorna, el estupor y un vago tufillo a Sherlock Holmes de quinta categoría.
Yo, que vi Ghost con la edad a la que hay que ver Ghost, entiendo que este insoportable batiburrillo de amores imposibles y viajes astrales reconforte el alma adolescente, necesitada de ardores metafísicos sencillos, de melodramas modernos no demasiado cargados de significado. Con todo, el film - que parece ser remake de una cinta sueca no distribuida por estos lares - no está entre los más malos del año, pero le ha faltado verdaderamente poco. El perpetrador de esta casi-infamia ( David S. Goyer ) tiene en su vitrina de logros haber escrito el estupendo guión de Batman begins. En su cajoncito de pecados está haber dirigido Blade Trinity: esa rara conjunción de aciertos y de fatalidades no podía garantizar que aquí nos fuese franca la suerte y asistiéramos a una buena película.
Está uno ya muy de vuelta de muchachos atormentados, tocados por el numen de la belleza y muy sofisticadamente abocados a redimir los pecados ajenos con su generosidad y ancha filantropía y en Lo que no se ve ( The invisible en inglés ) hay uno particularmente pelmazo, irritante, coñazo en grado muy sumo.

Pintar las ideas, soñar el humo

  Soñé anoche con la cabeza calva de Foucault elevándose entre las otras cabezas en una muchedumbre a las puertas de una especie de estadio ...