Claro que hay más libros que lectores. Ojalá no cambie eso. Que no haya quien desee leer y no tenga un libro al que acudir, uno en donde refugiarse. No se maneja uno con igual convicción en lo de si debe haber más escritores que lectores. Mezclado todo esto, agitado sin saña, surge la paradoja en la que advertimos más cocineros que comensales. Luego está el argumento, endeble a poco que se le estruje, de si toda la literatura es igual de noble y de alta y de buena. La noble, la alta, la buena literatura es una porción, esperemos que no flaca, de la otra, de la literatura standard, de la que ocupa los escaparates y hace que el negocio se mueva y el dinero que generan las letras no sea pobre, no sea simbólico. Hay más ebooks que ereaders. Tenemos más máquinas que usuarios de esas máquinas. Más nubes que observadores de nubes. El stock del universo es inagotable. Me quedo con la idea de que el mar es mayor que la suma de todas las partes que aportan quienes lo contemplan, a pie de playa, extasiados con las olas, conmovidos por la bravura que les da o por la mansa quietud en la que se ofrece. En este plan, paseando este hilo, hay más cosas que no conozco que las que ya he conocido. Me lo dijo K. anoche. Me confesó lo poco que hemos visto, el poco tiempo que tenemos para seguir descubriendo. He releído a Cortázar cuando podía haber conocido a Handke, le digo. El tiempo está de nuestra parte, siempre está de nuestra parte. A veces K. se pone trascendente y cree poder contarme el mundo como si yo no lo hubiese visto. K. me confía la sospecha de que el verano va a durar hasta fin de año. La culpa la tiene Yoko Ono, añade. A K. le gusta buscar culpables absurdos, le parece que a todo hay que encontrarle una causa o que nada proviene del sencillo azar. Las caras, hay que ponerlas, Emilio. La de Renée Zellweger no cuenta, K. Vamos así los dos, sin acabar de atar ningún argumento, pero manoseando muchos, dándoles la importancia de la que carecen. Joaquín Ferrer deja dicho en su facebook que el poeta mozárfabe Ben Gálib escribió el Cantar de Mio Cid. La noticia la planta el Diario de Burgos, por supuesto. A mí me incomoda más que otra cosa. No quiero que le encuentren un autor. Es anónimo, le digo a Joaquín. Me lo dijeron muchas, y me lo creí. El cantar, anónimo. Quizá lo escribió Yoko Ono, K. Mira en el google. Quizá anduviera por allí. Mira a ver si hay una foto de Yoko Ono con el poeta, desnudos los dos, enseñando las vergüenzas. Hay una foto que suele birlarse en las páginas prudentes, las que no provocan, todas las páginas blancas del mundo. Lo mejor es pillar a tiempo una buena página negra. Las páginas negras informan más que las blancas. O lo hacen de un modo más feliz, menos aprisionado por los catecismos y por las nubes grises del futuro. Hay tantas que quizá haya que mirarlas con más atención, prevernirse de las nubes grises, saber con qué refugios cuenta uno cuando se ciernen aprisa y anuncian lluvias fuertes. K: adora que llueva. En eso nos parecemos. Ando pensando que quizá seamos, en el fondo, la misma retorcida criatura. Los dos. No lo he dejado aquí escrito nunca, pero ya va siendo hora de que abra de par mi corazón estajanovista, mi corazón convertido en un corazón previsible. A su manera, K. me reprende. Yoko Ono, la muy peluda, tiene la culpa. De no ser por ella, ay, los Beatles se habrían despeñado solos, y a veces agrada ver cómo los dioses se suicidan, se abren la cabeza con la felicidad pura, con el embeleso sublime. Lo dijo Lennon: Happiness is a warn gun. Pues eso.
23.10.14
18.10.14
Una carta
Mariano, la de veces que te habrás preguntado cómo ha llegado la cosa a desmadrarse tanto. Es curioso eso de que las cosas se salgan de madre. Como si la madre fuese un asidero fiable, un refugio probado. Del padre no se dice nada, al padre no se pone en conversación cuando hay que sacar los trapos sucios o contar los pecados propios o los del vecino, no necesariamente en ese orden. El Estado viene a ser una especie de padre al que de pronto le hemos plantado cara y le he estamos pidiendo que se aclare o que se vaya. Hay muchos padres por ahí que han descargado en las madres o en el azar el cuidado y la educación de los hijos. Creo que somos unos hijos razonables. Otros, en mitad de este barrizal, ya habrían adoptado soluciones más drásticas o habrían salido por pies del caos y se hubiesen mudado a otro rincón del planeta. Todo por salir de la casa familiar. Aquí no hay quien viva, salvo los que tienen la manduca asegurada, que son muchos, menos mal. Pero igual hay demasiados que la tienen más que asegurada. Hablo de los que esto de la crisis les trae al fresco y pasean su abundancia y hasta, en el paseo, la engordan. Por eso hay que hacer algo, Mariano. O lo haces tú o encomiendas a otros que lo hagan o nos dejas que pongamos a otro en tu despacho por ver si de verdad nos pone en el buen camino. No sé tampoco si los candidatos que postulan poner el culo donde tú lo tienes plantado ahora merecen ese honor. La política puede ser considerada un honor, pero quienes la ejercen la están emporcando, llevándola a un terreno donde no va a ser posible sacarla, a no ser que hagamos una especie de amnistia sentimental, un reseteo a todo el sistema. Lo malo es que en el arreglo se quede pillada la máquina y no sepamos cómo echarla después a andar. No tengo edad para recordar el trabajo que costó ponerla a funcionar, pero he escuchado y he leído y sé que no fue una empresa fácil. Habrá quien piense que todavía está de pruebas la máquina, que le estamos haciendo un rodaje, uno largo, mayormente. Así que, Mariano, espabila o espabila más de lo que lo haces. Espabilado, atento, nos sacarás del fango. O tú u otro, en fin, ya sabes. Solos, sin la ayuda del padre, no podemos. Al pueblo hay que administrarlo, conducirlo, estabularlo, aplicarle las leyes, no concederle la potestad del libro arbitrio. Un pueblo bien comido y bien leído, el que tiene la cabeza en paz y el panza cubierta, no se tira a la calle, ni vapulea a quien tiene la encomienda de que las cosas, al menos, no empeoren, no pierden el brillo que han ido consiguiendo al correr de los tiempos. Es que hemos ganado mucho, Mariano, para tirarlo ahora por la borda. Y se están tirando cosas. No es ésta una carta escrita a modo de inventario de reclamaciones, qué va. Es un volunto mío de sábado, una especie de oración laica para que se me escuche. Yo, que no creo en la derecha del padre ni en la salvación o la condena de las almas, creo, sin embargo, en la autoridad del Estado. De no haber autoridad tal, no pasearía a gusto por las calles de mi pueblo, no esperaría sin angustia que se me ingresase (ay bendita nómina) lo que mi trabajo me reporta, no dormiría feliz, pensando en frivolidades, en cosas de menor fuste, en lo que hace que mi alma se enriquezca a diario y no tema, como a veces suele, que se venga todo abajo, que se vaya todo a la mierda, Mariano, que no es plan, ya digo, que a estas alturas del viaje tengamos que regresar o que pararnos. Debemos ir hacia adelante, no me imagino otro modo de placer que el viaje pensado como un descubrir continuo. Y en ocasiones me da por pensar, con miedo, con mi poquito de miedo, de que vamos hacia atrás, Mariano. En educación, en sanidad, en derechos, en libertades, no sé, todas esas grandes cosas, esas grandes palabras que llenan las bocas de los políticos como tú, permite que te tutee, las que sacan cuando ocupan las plazas de los pueblos, los pabellones deportivos cuando hay elecciones. Siempre sabe uno a quién no va a votar, pero no sabe a ciencia cierta quién se llevará mi apoyo, mi palmadita en la espalda, mi palabra de afecto en estos tiempos difíciles. Son tiempos difíciles, Mariano. Por eso, por lo difíciles que son, se entiende que cueste sacar esto hacia adelante, evitar que todo se acabe desmadrando más de lo que está. El desmadre se percibe sin mucho esfuerzo. Está ahí afuera. Mientras tú das cifras y cuentas la historia del país que va a mejor y que sale del hoyo, nosotros, los que hacemos las cifras y vivimos en el hoyo, no te seguimos, no vemos que el brote sea verde, aunque la metáfora no sea tuya, no nos alegran las estadísticas. Nosotros, los de aquí abajo, nos fijamos en detalles más pedestres, de menor fuste macroeconómico. Nos quedamos con titulares sueltos, con conceptos como el de umbral de la pobreza. De verdad que no se nos ocurría que en España hubiese, en el siglo XXI, tanta gente muriéndose de hambre o de tristeza o de ansiedad. Las tres cosas o incluso las tres juntas acaban con la fiereza y el estilo del mejor discurso, hasta del discurso más contrastado, el que exhibe números más redondos. Yo creo que todo lo traduces a números, Mariano. Se te ve el plumero agrimensor, la rémora de los años en que mesurabas las fincas y salvabas el prestigio con la rendición de toda esa matemática gris. Todo es gris. Todos somos grises. Nos estamos volviendo de ese color. Es el que mejor nos define. No te tomes esto como algo personal. Cualquier en tu lugar cometería los mismos errores. Debe ser duro el peso del poder, la responsabilidad del poder. O quizá es que la máquina estaba muy averiada, en fin, es posible, y lo que no se ha dado es con los mécanicos que la echen a andar de nuevo. Cuando lo hacía, cuando funcionaba, iba bien, pero fue un trayecto muy corto y la memoria es a veces poco fiable. Ahora te dejo. Sigue a lo tuyo. Contamos contigo. O con otro, pero que sepas que el ánimo de contar con alguien continúa firme. No está bien desmadrarse. Un pueblo entero, desmadrado, no cavila cosas buenas. Bueno, ya le dejo, tendrá sus despachos. Habrá percibido el tono educado con el que me he servido escribirle. No merece otro. No creo que merezca otro, pero entendería a quien se le ocurriese salirse de esta corrección mía, a quien le alegrase el alma desmadrarse un poco, un poco al menos.
16.10.14
Así empiezan las novelas
Igual que uno no concibe que personajes de las novelas paseen las calles y se integren en la vida real, si es que los libros no la poseen de alguna manera, a veces tampoco alcanza que algunas personas de carne y hueso, a las que saludamos y a las que incluso se les profesa cierto afecto, se incorporen al caudal narrativo de un libro. Se le tiene a la novela la devoción de lo fantástico, no creyendo en modo alguno que transcurran sin que algo maravilloso suceda. Las que flaquean en ese aspecto, las cortas de historia, son otra cosa, pero no novela. Lo que yo amo de las novelas, al tiempo que estén bien escritas y que fluyan como deben, es la restitución esplendorosa de una historia. Las hay que no cumplen ese cometido y se adhieren sin problema a la gran Literatura, pero no se alojan en mi memoria, no se convierten en el objeto fabuloso al que mi ansia de conocer y de fantasear la encomendó la narración de un cuento. Vivimos del cuento, nos levantamos a diario deseando que alguien nos los cuente, nos dormimos y le confiamos al sueño que nos provea de la locura dulce de sus historias, que son también literatura, y nunca anodina, jamás anodina. Habla un lector de novelas. Otro diferirá, esperemos. Se trata de que cada uno busque, en las que hay, la suya, la que lo espolee y lo agite. El modo en que cada uno se deja espolear y se agita no es transferible ni tiene que ser transferible. Yo acabo de empezar Así empieza lo malo, la nueva de Javier Marías. Ah la historia, ah la escritura: qué placer ya conocido, qué manera prodigiosa de urdir y de avanzar, de hacer que el texto sea un personaje también. De alguna forma que admiro, y no sé explicar y no hace falta explicar, Marías hace que su estilo sea un ingrediente vivo, menos un instrumento que un actor más en la trama. Eso tendré que contármelo otro día. Igual hay quien le presta oídos y se deja contar. Eduardo Muriel y Beatriz Noguera no pasean las calles de mi barrio, pero están en casa, concurren conmigo en la cocina, hace poco, mientras espero a que el día me invite a cansarlo. Los días andan como suelen: persiguiéndose. Las noches invitan a perderse en un libro, en un cuerpo, en un sueño. No importa el orden. Piérdanse.
10.10.14
Modiano
No piensa uno que el hombre no merezca el premio gordo de las letras, ni que tenga legiones de admiradores, ni que su literatura no prenda la llama de la belleza o de la inteligencia o ambas al tiempo. Lo que me parece fascinante es que pasen los años y no haya un premio Nobel que de verdad sea de mi estantería, del que yo haya leído algo o a quien yo admire. Disfrutaría de su alegría y la sentiría mía también. Me están dejando huérfano en estas festividades de las letras. No tengo ni idea de quién es Patrick Modiano. Todo esto me lleva al triste lugar en el que hablo conmigo mismo y me cuento lo ignorante que soy y el poco tiempo del que dispongo para remediarlo. No creo que me ponga a leer a Modiano. Tampoco me puse a leer a Mo Yan, ni a Munro, ni a Trastömer. Por lo menos no se lo han dado a Murakami, del que en casa tengo varias obras y al que no le he profesado jamás un afecto mayor que el que se dispensa al autor consagrado, de ventas grandiosas, recomendado ardorosamente por unos cuantos buenos amigos y buenos lectores. A Lessing, a Pamuk o a Coetzee, algunos de los galardonados recientes, sí que les debo ratos formidables, pero esto de los suecos se está convirtiendo en un juego de alta geopolítica. Que este año sea un francés no deja de ser un cesión interesada. El año que viene ganará un novelista indonesio o una poetisa de algún país de nombre difícil, de esos que no acaban de asentarse en la memoria. Sí, todos conocemos algunos. La literatura precisa de estas bacanales para que no se olvide del todo. De pronto alguien a quien no conocíamos ocupa en los informativos el fragmento horario que antes ocupaba Messi, al que no soporto, o Pau Gasol, que ahora triunfa con los Chicago Bulls. Quizá solo por eso merece la pena el agasajo, por la puesta de largo de los libros, por la sensación de que todavía son importantes; con independencia de que a este escribidor de lo suyo le parezca un completo desconocido el tal Modiano. Mi amigo José Antonio, buen lector también, dice que leyó uno hace tiempo y que le encantó. Yo no puedo ni decir eso. Mi amigo Joaquín se obstina en la idea de que estoy cegado por Borges y que la falta de reconocimiento de la Academia hacia su persona me impide mirar con objetividad nada de lo que haga. Lleva razón, se la doy entera. Joaquín, tienes razón, me han quemado el nervio sensible, me han extirpado el órgano del interés. De cuajo, sin anestesia. Lo que me gusta de Modiano, antes de que cambie de opinión y me busque algo suyo, es la habitación en la que ha hecho el posado. Hay pocas fotos que me produzcan más place que las hechas en las bibliotecas ajenas, las lustrosas, las que se caen por el peso de los libros, las que no admiten uno más. La mía, reventona también, me parece pobre, aunque no cabe un ejemplar más. Así andamos. Necesita uno un segundo piso. Javier Marías, al parecer, tiene uno. Solo lo usa para ir dejando libros. No sé si irán allí los sacrificados, todos los que ya no le entusiasman o los que no crea volver a leer nunca. Es imposible que la vida nos permita releer todo lo que ya leímos. Eso, bien pensado, duele, pero hay cosas más hermosas que la literatura. Caso de que el amable lector no encuentre alguna ahora mismo, coja un libro y refúgiese en él. A falta de una felicidad mayor, casi ninguna colma como esa.
7.10.14
Gente en la calle escuchando a Sibelius
A pocos días de que se falle el premio Nobel de Literatura, sigo pensando como hace treinta años, cuando descubrí a Borges y razoné que el hecho de no concedérselo desprestigiaba a la Academia sueca y anulaba toda posibilidad de que yo creyese en lo que sentenciaba año tras año al señalar escritores insignes, glorias de las letras. Imagino que esa negación provenía de la inocencia política del buen Borges, que llegó a decirle al perverso Pinochet: “Es un honor inmerecido ser recibido por usted, señor presidente. En
Argentina, Chile y Uruguay se están salvando la libertad y el orden” Tampoco Hitchcock, del que no hay registro de ninguna perversión política, fue reconocido por otra academia de prestigio, la del cine. No le hicieron pasear su cuerpo gordo y su humor redondo por el escenario al recoger algún Oscar. Los premios son calenturas burocráticas, modos de hacer que el dinero fluya y el género, el literario, el cinematográfico, se airee en prensa y recabe durante unos días la atención de un público habitualmente desatento, que va a las salas de cine cuando un título ha sido ampliamente reconocido en los medios o compra un libro porque hay torres de ejemplares (literalmente, torres) en la entrada de las librerías o a la puerta de los grandes centros comerciales. España, junto con otros países igual de mediocres, funciona a golpe de capricho, celebra más la fiesta que el motivo por el que se celebra la fiesta y cae, en las más de las veces, en el error de creer que nadie merece la gloria eterna y de que es mejor criticar al vecino, por mucho que se merezca el elogio, que ensalzarlo. Por eso hay que trabajar a diario y demostrar a diario lo mucho que valemos. Por eso España no termina de entrar en ese club selecto de pueblos que leen mucho, exhiben maneras educadas y van a conciertos al aire libre sin que intermedie el aniversario del músico autor de las piezas. No hace falta leer a Kierkegaard ni tener en casa las completas de Sibelius, pero tampoco desconocer enteramente quiénes fueron, desde dónde nos miran. Refería ayer en su blog un buen amigo cómo la gente, en Córdoba, se echaba a la calle en defensa de la orquesta municipal. No pareciéndolo mal que cada cual se manifieste como desee y reivindique lo que le plazca, consideraba razonadamente que todos esos que pedían respeto a la música, dignidad al oficio y financiación en los despachos no eran los que luego sacaban abono de temporada y acudían al Teatro con asiduidad a escuchar las obras de la orquesta a la que encorajinadamente defendían. Amamos lo que no cuesta mucho que se ame. Ningún esfuerzo extra compensa: preferimos la medianía, cierto compromiso no demasiado intenso, ninguno que nos involucre en demasía, nada que nos ata y nos marque. No sé qué modelo es el exportable, el que incita a que se le admire sin ambages, reconociendo el peso enorme de la cultura. Es que aquí la cultura no pesa. No se la reconoce como un valor. Se acaba convirtiendo en una mercancía, en un producto facturable. Cuando eso prospere, en el esperemos que no muy futurible caso de que la cultura avance, se instale en el pueblo y lo impregne todo, en ese caso concreto, será cuando España, sea eso de España lo que quiera que sea, se tire a la calle y escuche a Sibelius y los museos y los cines y las bibliotecas serán lugares sagrados al modo en que lo son las iglesias. Vamos camino de que Sibelius se pierda y parezca un modelo nuevo de móvil de última generación.
6.10.14
El anhelo secreto de la poesía
La poesía es la que custodia el orden del mundo. Lo entendí anoche, leyendo una cita de Charles Simic, en el blog de Carmen Anisa. El anhelo secreto de la poesía es detener el tiempo. Todas las cosas imposibles, las que a menudo pensamos y no entendemos cómo llevar a término, son las que se encomiendan secretamente a la poesía. Si no existiese la poesía, de no haber bardos ocultos, el mundo se vendría abajo. Puede que se esté viniendo, a poco que uno observa lo que le rodea, porque la poesía esté desapareciendo. K. sostiene que todos somos poetas. Lo dice a sabiendas de que no ha escrito un verso en su vida y de que, a lo sumo, ha leído un par de libros de poesía o tres, y todos obligados por algún maestro obstinado, de los que ahora no abundan. No hay poesía en la escuela, no al menos del modo en que uno querría. La que hay no está enseñada por poetas, aunque todos tengamos, al buen decir de K., uno dentro. El mío no aparece últimamente mucho. Lo tengo en la sombra, avisado de que en cualquier momento le reclamo, le pide que me vuelva a explicar el mundo. Quizá la poesía sirve también para eso: para que el mundo, el oscuro, el impenetrable, pueda ser descifrado. El buen lector de poesía ve a Dios o percibe que no hay Dios en absoluto. Una de esas dos cosas. Pienso en la bandada de pájaros de Borges, en su argumento ornitológico, en lo que se sabe al no pensarlo y cómo se desvanece cuando se razona. La poesía no se razona. Volvemos a Dios, al que tampoco se le hace el traje cartesiano con el que vestimos otros asuntos. No sé a qué asuntos encomendarme para que el mundo no me supere. Se empecine en eso, en confundirme, en ponerme trabas, pero la poesía (entienda cada uno poesía como le venga en gana) me libra de ese cautiverio. Todo esto viene por Simic, por Anisa, por K., que viene y se queda cuando no hace ni falta. Simic me espera.
5.10.14
El espejo de los sueños cumple 3000 días / Pequeña celebración de la escritura
Hoy este blog cumple 3000 días. El cálculo sencillo da una visita cada diez minutos en los últimos 8 años aplicado a la escandalosa cifra de 2444 textos subidos. Pronto serán 500.000 visitas. Pero en realidad lo de menos, aunque en el fondo me agraden, son las cifras. Detrás de las estadísticas, que las hacen las máquinas, está la disciplina y está también el amor absoluto a la escritura. Hace casi treinta años que escribo a diario. Días de farra narrativa y días en los que solo dejo caer una idea o manuscribo en una hoja un pequeño texto. Nunca he razonado el porqué o los porqués, que deben ser muchos. Me siento agradecido, en todo caso, aunque tampoco sé a qué. Quizá a mí mismo, así en plan endógamico. He ganado mucho en estos ocho años. No podría consignar aquí los íntimos, los que lo eran y se pasean por mis palabras todos los días, o los que han entrado en mi casa, en la virtual y en la de verdad, después de la fiesta de las letras. Pero lo que me hace sentirme más feliz es la idea de que esto no ha hecho nada más que empezar. Como si fuese el primer día y éste, el primer post. Una palabra muy fea ésa de post, pero es corta y expresa la idea de un texto escrito en un editor, y no uno manuscrito, y subido a la red, a beneficio de curiosos y cercanos. La pretensión de cerrar el blog, que se me ha cruzado un par de veces con cierta firmeza, no ha cundido. Siempre ha podido la voluntad de escribir sobre lo que me ocurre, de contar el mundo al modo en que lo veo. Reconozco que tengo una forma de mirar que incluso a mí me desconcierta en ocasiones. Ahí siguen Diane Keaton y Woody Allen, mirando el puente en Manhattan. Sé de lo que hablan. Gracias a quienes estáis ahí afuera. Dentro se está bien. Siento que estoy muy bien acompañado.
1.10.14
Días que parecen muchos
Cosas que hacen pensar en que la edad no perdona y, sin embargo, aprecia uno que se robustece el alma con los años, adquiriendo una fiereza desconocida y, al tiempo, una templanza ante las modulaciones de la vida, como si hiciese falta llegar a los cincuenta (me falta muy poco) y solo en ese franja de la existencia acudiese el equilibrio, cierto tipo de equilibrio, no crean, exento en franjas anteriores, qué sé yo, en los gloriosos veinte, en los más amansados treinta, en los ya un poco trágicos cuarenta. Ninguna edad es terrible, me dijo K. Pero también está la fractura que trae siempre el tiempo, que es una instancia mayor, de más difícil gobierno. No sabemos qué es el tiempo. Si lo supiéramos, escribía Spinoza, podríamos imponernos sobre él, no consentir que nos avasalle (esto lo añado yo), no dejar que nos expolie. Porque la edad es también un expolio, un saqueo, una invasión que no deja prisioneros. Seguro que todo esto ya lo he escrito antes. No me extraña que en adelante, cansado como estoy, mi cerebro no cree nada nuevo y se dedique, sin que yo lo perciba, a reformar ideas que andan ahí, a su amparo, yendo y viniendo como el mar cuando nos visita. Ahora voy a comer, luego voy a cerrar los ojos un rato, por perderme. Después de eso llamaré a mi amigo José Antonio. Pamplona no está lejos. Y saldré, pisaré las calles nuevamente. Hay días que parecen muchos. Hoy es uno. Ayer también.
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