En ninguno de los setenta y ocho opúsculos que Plutarco escribió sobre teología, ética, política, filosofía o ciencia hay alusión alguna a la sardina. Schopenhauer no la cita cuando critica la fenomenología de Kant. Ninguna antología de poesía luctuosa del siglo XVIII la menciona. Ni se invoca en el libro segundo de los macabeos que recoge la Biblia apócrifa. No se registra que la sardina ocupe ninguna de las reflexiones que San Agustín vertió en su Dialéctica ni en las palabras con las que Patroclo da vivas muestras de regocijo al colocar en la mesa comunal las viandas ofrecidas a Áyax, a Ulises y a Aquiles para que calmaran sus apetitos y pudieran colmar de ofrendas a los dioses. Ni siquiera Mozart, tan suelto en diversiones, compuso una sinfonía en honor suyo. Tampoco la escandalosa obra de Galdós la incluye, salvo alguna referencia sesgada, de vocación liviana, apenas una cita en un párrafo alusivo a la dieta de los pobres de los barrios más pobres del Madrid pobre de entonces.
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