Mi hechura es de otros tiempos. Por pellejo gasto una armadura que, en los caballos, da a quien lo monta apresto de noble, pero no doy el tamaño y es ridículo que un jinete me encasquete una albarda y me ponga a trotar. A quienes vician mi hermoso nombre y me dicen Peludo diré que soy Quirquincho, aunque si es de su gusto no me descuadra que usen Armadillo, por mentar el recio caparazón, cual arma, con el que me resguardo del frío y ahuyento a las bestias. Muy de agrado es guarecerme en lo oscuro, pues la luz delata mi deambular perezoso, cuando recorro los páramos con el recado antiguo de procurarme manduca. Soy frugal en mi dieta: me bastan unos tubérculos, unos pequeños moluscos, unos descuidados insectos, pero no soy delicado y el hambre me ha sorprendido engullendo huevos de serpiente o ingeniándomelas para hundirme en una llama muerta y mordisquear la carne podrida. He aprendido que de noche es más provechosa la ganancia del apetito, por lo que duermo de día (excavo profundas madrigueras, hago residencia en la honda tierra de mis ancestros) y me engalano para satisfacer mis vicios gastronómicos o galantes. Cubro a mi hembra a la luz de la majestuosa luna y hago un templo de su vientre para que no se descuide el futuro de mi estirpe. Debido a mi predilección por los huevos de mis vecinos, no soy el preferido de la comarca. Me tienen justificada manía. El hombre, que no hace ascos a lastimarme, pues mi carne (dicen) se asemeja a la del lechón o al cabrito, es (con mucho) mi manjar predilecto. Fue descubrir los cementerios de los hombres y ganarme su odio para siempre. En algunos poblados a los que por lo común me desplazo se les ha ocurrido aprovisionar de maderos gruesos las tumbas con objeto de hacerme menos franco el acceso a su interior. No diré que les afeo ese gesto, pero no me excusaré, no diré lo que no siente mi corazón. No es mi culpa que en los muertos hagan reino los gusanos, ni que su sabor me entusiasme de manera tan extraordinaria. Cuando los cristianos dieron con la tierra en la que milagrosamente subsiste mi especie, se escandalizaron al vernos, pero pronto abandonaron los remilgos y nos dieron caza. No diré lo que no me conviene, pero corre entre nosotros la leyenda que si se deja en sal nuestra carne un día entero no estragamos el estómago de quienes nos comen. Hablo con esta soltura porque estoy en el mundo y sé lo que cuesta sobrevivir. Lo que no soporto es que nos esquilmen para hacer con la concha de nuestras espaldas tazas y platos que vender en mercados a buen precio. Parece que, una vez tostado y molido hasta conseguir un polvo liviano, mi cola alivia las molestias del embarazo si se mezcla en infusiones. Esa misma sustancia es beneficiosa cuando se la diluye en agua en la remisión de la resaca, pues es sabido que el hombre es por naturaleza aficionado a pervertir el tino con la ingesta de algunos líquidos peligrosos. Por último, el caldo de la masa completa de mis uñas hace que el acto del fornicio sea más placenteramente duradero en el hombre y los hijos que de ese ayuntamiento acuden al mundo exhiben una inteligencia sin par, comparable a la de los sabios que hablan con los dioses. Hay noches en que sólo anhelo ser rana o búho o llama. Ser Quirquincho es duro. Anoche, no voy más lejos, en esas abstracciones mías un pájaro de gran envergadura descargó un acopio incómodo de heces. No es lo peor que me ha pasado, pero me indigné. Algo le habré hecho.
19.1.21
Dibucedario 2021 / 19 / Quirquincho
Mi hechura es de otros tiempos. Por pellejo gasto una armadura que, en los caballos, da a quien lo monta apresto de noble, pero no doy el tamaño y es ridículo que un jinete me encasquete una albarda y me ponga a trotar. A quienes vician mi hermoso nombre y me dicen Peludo diré que soy Quirquincho, aunque si es de su gusto no me descuadra que usen Armadillo, por mentar el recio caparazón, cual arma, con el que me resguardo del frío y ahuyento a las bestias. Muy de agrado es guarecerme en lo oscuro, pues la luz delata mi deambular perezoso, cuando recorro los páramos con el recado antiguo de procurarme manduca. Soy frugal en mi dieta: me bastan unos tubérculos, unos pequeños moluscos, unos descuidados insectos, pero no soy delicado y el hambre me ha sorprendido engullendo huevos de serpiente o ingeniándomelas para hundirme en una llama muerta y mordisquear la carne podrida. He aprendido que de noche es más provechosa la ganancia del apetito, por lo que duermo de día (excavo profundas madrigueras, hago residencia en la honda tierra de mis ancestros) y me engalano para satisfacer mis vicios gastronómicos o galantes. Cubro a mi hembra a la luz de la majestuosa luna y hago un templo de su vientre para que no se descuide el futuro de mi estirpe. Debido a mi predilección por los huevos de mis vecinos, no soy el preferido de la comarca. Me tienen justificada manía. El hombre, que no hace ascos a lastimarme, pues mi carne (dicen) se asemeja a la del lechón o al cabrito, es (con mucho) mi manjar predilecto. Fue descubrir los cementerios de los hombres y ganarme su odio para siempre. En algunos poblados a los que por lo común me desplazo se les ha ocurrido aprovisionar de maderos gruesos las tumbas con objeto de hacerme menos franco el acceso a su interior. No diré que les afeo ese gesto, pero no me excusaré, no diré lo que no siente mi corazón. No es mi culpa que en los muertos hagan reino los gusanos, ni que su sabor me entusiasme de manera tan extraordinaria. Cuando los cristianos dieron con la tierra en la que milagrosamente subsiste mi especie, se escandalizaron al vernos, pero pronto abandonaron los remilgos y nos dieron caza. No diré lo que no me conviene, pero corre entre nosotros la leyenda que si se deja en sal nuestra carne un día entero no estragamos el estómago de quienes nos comen. Hablo con esta soltura porque estoy en el mundo y sé lo que cuesta sobrevivir. Lo que no soporto es que nos esquilmen para hacer con la concha de nuestras espaldas tazas y platos que vender en mercados a buen precio. Parece que, una vez tostado y molido hasta conseguir un polvo liviano, mi cola alivia las molestias del embarazo si se mezcla en infusiones. Esa misma sustancia es beneficiosa cuando se la diluye en agua en la remisión de la resaca, pues es sabido que el hombre es por naturaleza aficionado a pervertir el tino con la ingesta de algunos líquidos peligrosos. Por último, el caldo de la masa completa de mis uñas hace que el acto del fornicio sea más placenteramente duradero en el hombre y los hijos que de ese ayuntamiento acuden al mundo exhiben una inteligencia sin par, comparable a la de los sabios que hablan con los dioses. Hay noches en que sólo anhelo ser rana o búho o llama. Ser Quirquincho es duro. Anoche, no voy más lejos, en esas abstracciones mías un pájaro de gran envergadura descargó un acopio incómodo de heces. No es lo peor que me ha pasado, pero me indigné. Algo le habré hecho.
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