17.1.21

Dibucedario 2021 / 17 / Ornitorrinco


A medio camino entre rata y pato, hay quien sostiene que su imposible anatomía proviene del fornicio de esas dos criaturas escandalosamente disímiles, Ornitorrinco mama sin ubre en la que hocicar su pico: se las ha ingeniado para lamer la leche de la piel de su madre, cual sudor o maná o elixir lácteo. Su extravagancia es incontestable, pero Ornitorrinco no la esconde, no es un fraude de la naturaleza, sino una consecuencia de lo maravilloso de su progenie más insólita. Que ponga huevos hace pensar en que tal vez en la lontananza de los tiempos hubo un tris del que pudo derivar en ave, pero la maquinaria de las especies es oscura y no tenemos herramientas con las que descifrarla. Que el espolón de sus patas genera un veneno potente los adhiere a los ofidios, pero no tiene la sinuosa y estilizada complexión de aquéllos y exhibe extremidades. Todo este cúmulo de paradojas hizo que a alguien se le ocurriera decir que Ornitorrinco era una prueba de que Dios tenía sentido del humor. A Gloria Fuertes le pareció que era pájaro y se entretuvo haciendo que hablara y dijera que tenía pelo y pico, pico pato, amamanto, vivo en tierra, en agua y ni la trucha me adelanta. Tengo pluma y, si me dejáis, pongo huevos en la luna. A Víctor Frankenstein, el perturbado doctor (aunque no muestre título reglado) de la novela de Mary Shelley, hubiese estado encantado con Ornitorrinco. Le habría hecho cien preguntas. No soy un monstruo, habría dicho Ornitorrinco nada más empezar a contestar. Soy lo que los demás seréis. Soy la evolución. Soy la eclosión de todas las bondades de todas las especies. Dios hizo un fino trabajo conmigo. Y nada más soltar todo eso se habría zambllido a comer cangrejos.              

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