Se anuncia un incendio en el desorden de la luz. El rumor del aire trae un eco de pájaros a los que se les extravió la cordura y vuelan en un loco afán sin dueño. Hay que precaverse contra ese fuego sordo. Hay que conminar el ánimo para que el caudal de claridad irrumpa y el corazón ejerza su oficio antiguo, pero hoy la ciudad no transcurre como un animal cercado por la prisa. Está todo limpio y una esperanza adorna la estancia. El vaso de leche está vacío y le han dado unos mordiscos a un polvorón. Al abrir las ventanas, el cielo ofrece un fulgor brevísimo. Lo he visto. Es un regalo ese fulgor.
6.1.21
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