Vi un cisne en el estanque de la Casa de Cristal del Retiro tan a lo suyo, tan cabal y perfecto, con esa claridad sublime de lo inefable, que pensé en no atribuirle la sustancia del cisne, la propia y convertida en su porte y en su antigua prestancia, ni aceptar que el cisne fuese algo que se pudiese nombrar y hacerlo ingresar en la rueda de las palabras y en el vértigo de la memoria. Le sustraje su naturaleza más íntima. Le impuse al cisne una categoría mayor, eterna, ajena al tráfago de las cosas, de la que ni siquiera yo tendría intendencia y que acabaría desvanecida, ocupada en algo superior y de arduo manejo: la belleza. Fluía entonces, pues era fluir su tangible desempeño, para que yo ahora inexplicablemente escriba esto.
16.5.24
15.5.24
Bodegón
En responderse cómo se muda la edad,
tarda uno un tiempo formidable
que bien valdría emplear en propósitos
de mayor hondura y de más noble fin.
Domeñar oleajes, varear el aire,
declamar sonetos, inventariar los vicios del alma,
pintar un friso de ciclámenes y jacintos,
vivir sin pesares ni presagios una vida de fábulas y
oro,
urdir pequeños prodigios que alivien la dureza de la
travesía,
asumir el fardo torpe del cuerpo,
escribir a la caída de la tarde un panegírico
alegre y frívolo que desoiga la crudeza del empeño.
Así afanar al pecho la dicha del loco corazón en su
tumulto de sangre.
Así convocar el numen de lo etéreo
mientras el vértigo y la fiebre coronan un risco
y anhelan agonizar en mi carne.
14.5.24
Jazz, cerveza, aforismos
Si se me hace pensar en si soy más de cerveza o de jazz, determinado a elegir, conminado a decantarme, respondería con esta fotografía que me hizo Araceli Antrás en el día en que presenté en sociedad, en la semana del Jazz de Lucena, un librito mío al que tengo un cariño especial: Un poco de swing, por favor (Aforismos sobre el jazz), delicadamente publicado por Cypress en 2020. La posibilidad de envalentonarse uno y escribir un libro de aforismos sobre la cerveza me ha entusiasmado la mañana. Creo que todo es aforismable, permítanme la acuñación verbal. En realidad, la literatura lo abarca todo y se deja cortejar por cualquier manifestación sensible. Basta encomendarse al arrullo dulce del numen. Anda por ahí siempre.
13.5.24
El amor es una atracción en un sábado de feria
La infancia es la irrealidad. Luego se le afinca la adolescencia, la adolescencia mineral y primitiva, que no deja de ser un florecimiento orgánico, un brotar asilvestrado de todas las cosas, las del pensamiento y también las del cuerpo que acoge a lo pensado. Se tiene de ella un regusto maravilloso de felicidad absoluta, un poco tonta y despreocupada, traviesa y pura. Está la locura y está la cordura. A veces conviene que se desquicie la mirada o que se impregne de lujuria. Se regresa sin esfuerzo, está a mano la rutina, el gris de las cosas que ya hemos visto, pero lo que dura en la memoria son los atrevimientos, esa osadía de pareja recién casada que prueba a girar sin pensar en nada más, sin que nada les ate, ni les frene. El mundo es de ellos mientras giran. La edad adulta exige siempre peajes muy altos. No se sale nunca indemne de ir creciendo. Al corazón lo violenta el aire incluso, el aire turbado por la fatalidad, comido de prisas que no precisamos, íntimamente convencido de que no hay vida más allá, ni escapatoria. El corazón tan duro, desmemoriado, sin signos de izado. La memoria tan blanda. El que no recuerda los años de la niñez, la fiebre de los juegos, el vértigo fabuloso de los cacharros de feria, no ha aprendido mucho. Debería existir una posibilidad de volver allá, pero es bueno que no la haya. La infancia no se abandona nunca. A veces permitimos que salga, dejamos que pasee alrededor nuestra, haciendo el tonto, dando brincos. Es entonces, si acude, cuando creemos estar en un sábado de hace muchos años, corriendo de un lado a otro, creyendo que no hay nada afuera que tenga más importancia que el juego en el que estamos y giramos en una atracción de feria y el mundo gira con nosotros y sentimos que no podemos contener la gana de reír. Algo así como el amor o como si siempre fuese uno de esos sábados gloriosos.
11.5.24
Rubens con señora
10.5.24
Los príncipes vigilaban el camino a lo largo de la atalaya
La noche que en el Sur lo velaron
A Letizia Álvarez de Toledo
Hay cosas contra las que la muerte no puede hacer nada. La buena vida es la que deja a la muerte perpleja, la que la rebaja a la condición de fantasma a los ojos de un descreído. De la mucha educación que recibimos a lo largo de los años hay escasa pedagogía para prepararnos a morir bien. Tampoco contribuye la construcción judeocristiana del pecado y de la falta, artilugios morales que aplazan o anulan una cierta visión lúdica de la muerte. La figura con la guadaña de la viñeta (estupenda) de Okada ilustra el modo en que uno entiende estos asuntos. Vamos pensando en que esto tiene un fin pero no es el nuestro. Somos eternos mientras vivimos, quizá deberíamos pensar. Vamos (en este hilo un poco fúnebre hoy de las cosas) afinando la melodía del adiós e incluso preparando el contenido de ese equipaje con el que queremos partir. Y ojalá dejemos a la muerte perpleja, tocada por el asombro de vernos ufanos y mansos, viviendo por encima de cualquier otra consideración, a espaldas de todas las palabras mortuorias que nos van contando en vida y que casi nunca nos escoltan bien hacia la muerte. Quien no valora la muerte no da aprecio a la vida, se puede pensar también. Cioran, que no era precisamente la alegría de la huerta, lamentaba que la civilización occidental hubiese escamoteado siempre al cadáver. La filosofía se ha erigido casi en exclusividad a dar con un modo de entender el tiempo. El Arte se ha valido de ella para edificar magníficos monumentos de la sensibilidad y de la inteligencia, de la belleza plástica de la partida, pero siempre se escabulle un toque liviano. Todo es tragedia y demolición. La religión es un mecanismo falible de anuencia ante su comparecencia. Toda ella está organizada alrededor de la muerte. Nosotros nos atrevemos de cuando en cuando a perderle un poco el respeto y esperamos, en el mejor de los casos, que su abrazo nos pille desprevenidos, ajenos, amarrados al vivir. Jocosamente, uno recuerda la petición de cómo querría morir el enano Lannister de Juego de tronos. Mi padre murió en la plácida residencia del sueño. La vida se rescinde en él con mayor ligereza. Ella misma es un sueño. Eso nos contaron los poetas. Al menos esa liviandad un poco osada queda bien en la cháchara del bar. En mi tierra, en Córdoba, en los velatorios, se esmeran los deudos en extraer el mejor humor. Quien los conoce, sabe que no hay ninguno que se precie en donde no caiga un buen chiste o una chanza sobre la inaplazable parca: quien va a un entierro y no bebe vino el suyo viene en camino. La vida no es más que una broma, cantaba Dylan en All along the watchtower, y los príncipes vigilaban el camino a lo largo de la atalaya.
9.5.24
Los inicios infalibles
Tal vez lo más difícil de escribir una novela sea dar con el inicio prometedor, con las palabras bendecidas por el numen de las que brotarán más tarde en alegre comandita las demás, como si de una promiscua floración se tratase. Una vez que se han fijado, ocupadas un par de líneas o, más felizmente, un párrafo completo, podemos asegurar que lo peor ha pasado. El resto (las cien, doscientas, quinientas páginas) devendrá con el fulgor entusiasta de la inspiración bautismal: ella la irá haciendo avanzar, ella se las compondrá para que el desarrollo y el cierre no desentonen con ese comienzo deslumbrante. Quizá esa sea la causa por la que gente no se aventura en la escritura de novelas y prefiere aplicarse en el género poético (hay más poetas que lectores de poesía) o en la manufactura de alguna artesanía de aliento breve como el aforismo, el cuento o, con más reconocida enjundia desde alguno de dinosaurios, el microrrelato. Yo mismo he comenzado más novelas de las que puedo recordar. Entra en lo razonable que cada relato que mi discutible talento literario haya acometido alguna a la que se le redujo progresivamente el tamaño y quedó en la fortuna o en la desgracia de un cuento. El verbo que mejor explica este proceso creativo es "jibarizar". Se puede argumentar sin temor a que se nos repruebe que hay historias que no cuajarían si se extendiesen. En todas las criaturas sensibles hay un teólogo y un novelista. Saber esas tentativas de novela es más complicado de lo que parece. Hay quien no da con las herramientas de poda; quien, más que escardar, aplaude la broza y, con absurda frecuencia, cree que todo es luz y providencia divina y no se percata de la comparecencia de la sombra. Se agradece que el escritor se convide de concisión, no se jalee ni explaye con algarabía. Hasta la construcción de las grandes catedrales deben ser gobernadas por la mesura. Borra, pule, corrige: esas son las advertencias. El desaliento puede cundir al trasegar las páginas. No sé la de novelas que he leído cuyo esplendor se ha ido desvaneciendo progresiva o bruscamente. También las hubo que cobraron vigor en el tramo medio y hasta cuando se acaban. Lo que no ha alcanzado esa manifestación narrativa, esa especie de género en sí mismo, es el fin. El comienzo siempre ha sido muy prestigiado. Se puede decir que los inclinados a conocer el origen ganan a quienes desean conocer el destino o el futuro o el porvenir. Queremos saber qué hubo antes, el lugar de donde proceden las narraciones. El final, la conclusión, interesa de un modo accesorio. Siempre se puede urdir una propia, pero es el arranque el que entusiasma, el que atrapa y fideliza. En literatura, en la rendición de la novela, la clásica, la actual, hay una inclinación a que todo fluya y nada desentone, a que el comienzo, el nudo y el desenlace vayan bien hilados, convertidos en un todo limpio.
8.5.24
De un fulgor sublime
Pesar la lluvia, su resurrección de agua, es oficio es de poetas. Un poeta manuscribe versos hasta que él entero es poesía y cancela la costumbre antigua de transcribir su alma. El delirio de convertir el milagro de la poesía en un acto de fe pura no es materia baladí. Nace elogiada de luz la palabra que concita la unánime prestidigitación de la emoción, pero hay manifestaciones sutiles, glorias de lo inefable. La del que se extasía en la contemplación de lo que carece de volumen. La del terraplanista cuando de pronto concibe la continuidad del paisaje y no se da de bruces con el abismo. Ya no hay abismos. Queda la lujuria de la memoria. Pensamos para precavernos de la soledad.
7.5.24
30 aforismos copulativos
La paternidad es la audacia del generoso.
*
Un soneto es la desventura del caos.
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La sangre es el bufón de Dios.
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El amor es una catedral en construcción.
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Una catedral es el crepúsculo de la ciencia.
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El frío es una república de lobos.
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La inspiración es la caligrafía del azar.
*
El azar es un pájaro que desdice el vuelo.
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El reloj es una hormiga hacia ningún hormiguero.
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La niebla es un una mala digestión del aire.
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El pecado es el bosque pensando en la ceniza.
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El cáncer es el imperialismo de la sangre.
*
La costumbre es una novedad humilde.
*
Un aforismo es el anfitrión de un milagro.
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El insomnio es un ángel ciego.
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El infierno es la elocuencia del fuego del alma.
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La tristeza es la hoja que desobedece al árbol.
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Una utopía es una verdad adolescente.
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La metafísica es la sublimación de la metafísica.
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La melancolía es la contribución del hombre a la fragilidad del mundo.
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Los celos son la expresión más rudimentaria del capitalismo.
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La bondad es la sintaxis del alma pura.
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La fe es la imaginación de la ciencia.
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El amor propio es el más esquivo.
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La vida es no contar con entenderla.
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La razón es la vehemencia improvisada de la verdad.
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Una flor es un verso de Dios. Quien la ve, su poema.
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La muerte es el incendio más puro de la luz.
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El arte es la virtud de la eternidad.
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Los sueños son la escritura del azar. Quien sueña, su ciego traductor sin lenguaje.
La idea de un cisne
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