28.1.21

Dietario 28

 En la radio, en un suelto que me ocupa el pequeño e inestable rato en el que el sueño anda intentando embaularme, escucho a alguien que sostiene que la cultura es un estorbo en la época en la que estamos, a lo que se le interpela con la idea de que aclare cuál época es y de qué cultura habla. Por acotar la discusión. Por evitar generalidades. Me voy durmiendo en el arrobo de las palabras (en lo que dejan las palabras cuando una es reemplazada por otra o cuando su discurso concluye y uno las rumia sin estorbo) y pienso que si les presto mucha atención aplazaré el anhelado sueño y estaré en vela más rato de la cuenta. No es así: el cansancio del día (los martes en concreto son poco llevaderos) impone su criterio y caigo fulminado. No sueño con palabras: en realidad fue una de esas noches en las que no tuve nada que recordar cuando me desperté, pero no pude evitar pensar en la afirmación del contertulio (la cultura es un estorbo en la época en la que estamos) y en la pregunta que suscita a otro de ellos (de qué época y de qué cultura hablas) y sospecho que traeré más veces el diálogo (que no acabé) durante el trajín del día. No ha sido así: hubo con qué ocuparlo y la cabeza no se entretuvo en juegos semánticos. Ha vuelto ahora de una manera nítida, como si acabara de escucharlos y el tiempo hubiese retornado a anoche, en realidad hace escasas horas, cuando me acosté, encendí la radio (me encanta esa expresión, da a entender que emite luz, y en verdad lo hace) y me acoplé un auricular (dejo un oído libre, como quien duerme con un ojo abierto) para entenebrecerme con las palabras de los demás. Benditas ellas. Que nos hablen, que nos cuenten, que nos solivianten. Hablados, contados, soliviantados entendemos mejor el mundo. Quizá quede eso de la pregunta de marras. Lo de menos, lo veo claramente ahora, es que sea cierta y la cultura sea un estorbo. 

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