18.1.21

Dibucedario 2021 / 18 / Pelícano


 Pelícano muere de amor si son sus hijos los que mueren de hambre, así que se abre el buche para alimentarlos. Se concede que recurre a lastimar su pecho para que mane la sangre y los polluelos la beban y repongan el ánimo y no desfallezcan. Esa generosidad comúnmente atribuida lo entroniza en el parnaso de las criaturas con las que el Buen Dios pobló el mundo recién creado. Una gota de esa sangre puede salvar el mundo. Lo recoge Santo Tomás de Aquino. Altruista, Pelícano es en la mitología cristiana el mismo Jesucristo, que dio su vida por la nuestra. En el Antiguo Egipto fue, sin embargo, alojada en la representación de la muerte y era considerada una diosa, madre de reyes. La iconografía india lo dibuja malvado y arrepentido. Hizo resucitar a sus crías, a las que destrozó a picotazos, con esa efusión de sangre. Isabel I de Inglaterra, que era sensible a la literatura zoológica, adoptó a Pelícano como símbolo de la Iglesia. Su imagen es habitual en copones eclesiásticos. Es también pieza habitual en retablos, en escudos heráldicos y en ilustraciones bíblicas. Los mahometanos creían que socorría a los peregrinos cuando eran devastados por la sed en la travesía del desierto. Leonardo da Vinci, en su Bestiario de vicios y virtudes, sostiene que es ave que abriga gran amor por sus hijos, con frecuencia encontrados en el nido de la serpiente, teniendo la facultad de empaparlos en su propia sangre para que la vida fluya de nuevo en sus cuerpos. No hay boleros en los que haya pelícanos, ni es costumbre que la poesía renacentista los acoja en la gracia de su boscoso inventario de criaturas, pero no hay casi cultura que no posea leyenda en la que no aparezca. 

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