30.7.11

El espejo cumple cinco años

Cuento a veces que abrí este blog porque me rompí un dedo al borde mismo del mar. Recluído en una habitación sin vistas (entonces) y amablemente tratado por quienes tutelaban mi convalecencia, decidí escribir sobre cine y buscar en la red cómo publicarlo. Del entonces marbellí al ahora lucentino han pasado cinco años (más o menos justo ahora) y más dos mil quinientas entradas. Si el amable lector hace cuentas mi incontinencia verbal sale a más de un post al día. Escribo menos (la verdad) y escribo más caóticamente (eso siempre es bueno) pero sigo a pie de tecla, festejando la escritura y la realidad, no sé en qué orden. Sin lectores probablemente continuaría escribiendo. Lo hice antes de que existiera los blogs y no pensé casi nunca en que mis cosas pasaran de la mirada normalmente condescendiente (amigos, al cabo, eran mis habituales) a la de un público anónimo, amplio (casi trescientas mil páginas vistas en ese lustro), a menudo también amable y del que he extraído al menos algunosbuenos amigos (Álex, Miguel, Ramón, Rafa, Mycroft, Ana, Joselu, Paco Machuca, Refoyo, Tomás, Juan) y otros pocos que me dispensan afecto y a los que el azar o la distancia me impide siempre tratarlos e invitarlos a una cervecita por el rato prestado. Es, por consiguiente, el post del lustro. No sabía hoy de qué escñribir y mi incontinencia (incluso estival) me ha empujado a esta revelación (impúdica) de lo mío. Mi mujer dice que me encanta hablar de mí mismo. No le quito jamás la razón. Un lustro de blog, en fin. Lustro sin lustre a veces. Me lo dice K.: frena, tío, no te enseñes tanto, guarda ganas, no es bueno explayarse tanto. Ningún caso. Al Espejo se le ha sumado la Barra Libre. Más ventanas al mundo. Qué bonito es lo bonito cuando es bonito, ¿verdad, Antonio?

29.7.11

El mal


Un alto cargo noruego al tanto de la investigación policial sostiene que el tal Breivik no padecía locura alguna. Estuvo el muy tarado doce años planificando la trama de su brutal ingreso en la Historia. Hedonista, al parecer, se rehizo la cara, acudía al gimnasio con frecuencia y escribió en su diario lo que iba a hacecr una vez acabara la masacre Ir a misa, beber y contratar dos prostitutas. Pero todo eso va a formar parte de la biografía infame izada para indagar en la psique del criminal, Lo que está al caer es la adhesión de los iguales, la intimidad en la barbarie de quienes no se alarman por todo lo que ha sucedido, los brindis en privado por la hazaña. Está el mundo mal (ya lo he escrito esta semana eso en un par de ocasiones) y hay condiciones ideales para que vaya a peor. Será cierto que somos una especie vil por naturaleza. Que estamos diseñados para ejercer el mal y que lo otro, el bien, el afecto entre unos y otros, las palabras dulces y los gestos justos son sólo unas líneas de texto, algún capítulo suelto de la novela macabra del hombre sobre el suelo que pisa.

El anuncio


Comparecer en Moncloa en pleno ecuador del verano, con las maletas hechas para pillar bronce balear, dejando el país a merced de Moody's y de la madre que parió a la Merkel es un hallazgo metafórico, una especie de golpe bajo a la rutina que el calor suele traer a quienes en verano, salvo pelotazos del hit parade y algún que otro topless de famosilla en la playa, se entretienen comprando periodicos anémicos y viendo en la televisión, a la vera del aire acondicionado, refritos, concursos homicidas y pelis del oeste en blanco y negro. Pero el pueblo, convertido a su pesar en espectador, precisa vuelcos en la trama, giros imprevistos. Por eso Zapatero ha comparecido en Moncloa y ha dicho que la hoja de ruta sigue su travesía. No ha dicho pero se le ha visto venir la idea de que Rubalcaba tiene hasta noviembre, el 20, para engolosinar al público y hacerles creer que es posible todavía tomar altura, ponernos en el lugar donde nos corresponde, todo eso que al político, una vez le sueltan la lengua, dice para ocupar el timing de las cadenas de televisión. A falta de compromisos deportivo relevantes (lo de la gira americana de Barcelona y Real Madrid es un aperitivo de poco fuste) sale ZP y vocea que el bien de España precisa lo que antes era poco o nada necesario. Los políticos no tienen palabra: tienen frases. En una frase cabe el doctrinario de Pablo Iglesias o de Azaña y su posible reverso, tenebroso o no. Cabe un sí categórico y un no flemático. Un tal vez con una sonrisa condescendiente y un silencio como una catedral. En una palabra, sin embargo, no hay tanto hueco. Se dice de momento y se va como se escucha.
Otro asunto es el hecho de que entre tanta fecha libre el Jefe del Gobierno, el ínclito zetapé, haya escogido el 20-N. Fecha histórica entre todas las fechas marcadas en rojo en la Historia: muere Franco, comienzan en Nüremberg los juicios contra el nazismo, es declarado emperador romano Diocleciano, se casa la princesa Isabel con el teniente Philip Mountbatten en la abadía de Westminster, Durruti (sí, el de la columna) muere en Madrid, fusilan a Primo de Rivera, nacen Don DeLillo, Barbara Hendricks, Bo Derek o Pio VIII, mueren el ya mentado dictador, Robert Altman, León Tolstói o el archiduque Leopoldo Guillermo de Austria. Y cuando usted, estimable lector, se vista de gala (la ocasión merece la pompa y la circunstancia) y acuda a su colegio electoral, no podrá evitar pensar en todas estas efemérides históricas. Si no le tiembla el pulso es porque está ya usted de vuelta de giros en la trama, de golpes de efecto, de resurrecciones sin guión, de banderas que las iza la banda municipal y luego se las lleva un mal golpe de viento, de hojas de ruta que terminan siendo (ay, ojalá no) recortes de paseo. Por lo menos me ha salido una entrada extraordinaria: no se cómo iba yo a meter en el mismo texto a Bo Derek (tan rubia, tan de caballo por la playa de Sanlúcar, pechos al aire, sonrisa profidén) con el Generalísimo (tan diminuto, tan aflautada la voz, tan escasa la fotogenia, tan artero y mezquino el bastoncito de mando). A Pio VIII (tan vaticano, tan blanco) con el teniente inglés (tan cero a la izquierda, tan de traje y desfile en The Mall)



Seguiremos informando. Los periodistas están echando el agosto que hace lustros que no tenían. 




24.7.11

Ha muerto Elliot Handler, creador de la Barbie...



Está el domingo noruego, hermanicida y fúnebre. Un tarado se ha encargado de distraernos del verano puro, encallecido de turistas, entretenido el personal en aliviar el calor, la crisis y la tristeza infinita de que en África mueran como moscas los nativos a los que el azar, ah el azar, no les premió con nacer en una casa barrida y honesta, felizmente ocupada por gente sin otro stress que la batería de sus smartphones. Se le echa más prosa periodística al fallecimiento de Amy Winehouse que al desmoronamiento progresivo de la justicia cósmica representada en la hambruna somalí. Está el domingo abalconado en la muerte, en la muerte como un personaje súbitamente ingresado en esta trama de bancos a la deriva y de países endeudados hasta las trancas. Está el twitter que arde así que gana vodafone o movistar, que son los depositarios finales de la caja. Gana el emperador Murdoch, el ciudadano Kane del siglo XXI, sin Rosebud y sin hagiógrafos vocacionales que lo eleven a la altura inmarcesible de la Historia. Está todo en un estado idílico de perplejidad que, a la postre, beneficia al espectador, al que asiste a la función a salvo de que le salpique la mierda. Se puede oler la carne recién sacrificada, convertida en unos y en ceros, salvando la distancia entre los pueblos por el éter digital. Se mezcla el acontecimiento trivial de la muerte de Amy Winehouse (a pesar de la pena que produce que alguien joven, con talento, se pierda para siempre) con la brutalidad insoportable de un loco vestido de policía impartiendo la justicia que otro loco le habría susurrado al oído. Están los días, el difícil hoy y el presentiblemente terrible mañana, envenenados nada más abrir el sol en el alto cielo. Tampoco crean que de noche, en el mítico territorio de los sueños, flaquea el mal, la percepción infame de que esto no es justo ni tiene visos de que alguien le aplique justicia alguna. Arden los móviles con sus trending topics: Noruega, Somalia, Winehouse. También ha muerto Elliot Handler, el creador de la Barbie, esto lo acabo de leer en una página suelta del diario. Uno de esos titulares que te hacen pensar en lo extraña de esta trama. Mal escrita, mal escenificada y con un público quejoso, exigente y frío como un cubito de hielo alojado en la nuca. Habrá que buscar al guionista y decirle tres cosas.

Hasta que las estrellas revienten en el cielo de Beverly Hills



Soy Tom Waits y ya no soy un hijo de puta. No me pregunten cuánto vale un gramo de coca. Pregunten otra cosa. Por mi mujer o por los concursos de la televisión. No leo libros ni periódicos. Me da lo mismo si ganan los demócratas o los republicanos. Obama es negro, de acuerdo. B.B. King sigue de gira a sus 85 tacos, pero John Holmes se fue al infierno con la polla ardiendo y sin un céntimo debajo del colchón. Haría lo que sea por redimirme. De hecho ensayo salmos cada noche. Rezo al cielo infinito y me hinco de rodillas, cerrado el corazón, callada la boca, pensando en mis adentros la salmodia que me exhima del tabernario relato de mis pecados. Fueron muchos y todos se conjuraron para que mis canciones describieran el estado putrefacto de mi alma.

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22.7.11

Telenovelas


Si a las series que arrasan en televisión (The wire, Fringe, Los Soprano, 24) las llamáramos "telenovelas"... En realidad el espíritu crónico de éstas prevalece, su serialidad doméstica, su manera sibilina de inocularse en nuestro ocio y modificarlo. Estamos dando de lado al cine para abrirnos sin pudor al imperio de las telenovelas. Esto no se podría haber dicho (mucho menos escrito, of course) hace veinte años. El video mató a la estrella de la radio. La televisión mató a todo lo demás. Mi cinefilia ha sido colonizada por la HBO. Como decían mis adorados REM: It's the end of the world as we kmow it, and I feel fine... Pues fine, fine.

20.7.11

Laura



Hay cinéfilos emperrados en encontrar en otros rostros rasgos de los que hicieron bullir su vicio. Éste es uno de los muy más míos. Ninguno (quizá) más hermoso que el de Gene. Se admiten (hagan) apuestas.

19.7.11

El resplandor eterno



Hay una parte de mí que se resiste a ver películas nuevas. Las hay antiguas que combaten fieramente la posibilidad de incluir novedades en la dieta cinematográfica. Me lo dijo K.: prefieres ver otra vez a Fritz Lang antes que salir de casa, ver la cartelera y pisar el cine grande, el de las luces apagadas. Y es cierto a medias. Encuentro en lo disfrutado un placer asombroso, revisitado, convertido en algo íntimo a lo que acudir para certificar la felicidad antes de que se produzca. Se trata, en el fondo, de eso: de buscar una garantía, un confort espiritual que no poseemos cuando entramos en el cine y no sabemos nada de lo que nos van a contar. Gracias a Billy Wilder eso no sucede siempre. Cerraríamos excesivas puertas. Sucede a veces. Sucede en las ocasiones en las que uno se siente de pronto hospitalario consigo mismo y decide ir a lo seguro. No lleva razón K. con lo de Fritz Lang, pero hay momentos en los que es imposible no dársela. Anoche volvió a suceder. Salí de casa con el pen drive bien cargado y elegí la historia romántica que ilustra la entrada. Cómo no pensar en Álex, que me la ofreció en bandeja, y en Luisa, a quien se la recomendé en idéntico transporte. Si el amable lector no ha tenido el gusto, déselo. Hágalo en breve. Será la primera vez de unas cuantas. Dejemos a Fritz Lang para el invierno. El nefasto título volcado al castellano (Olvídate de mí)  frente al rutilante inglés (El brillo eterno de la mente pura, he traducido yo) es el único obstáculo. El poema de Alexander Pope es el artífice del prodigio. Todo lo demás viene fluida y gozosamente.





15.7.11

Para combatir el frío

Qué importa ahora
entregarnos al desatino delincuente de las horas
si la edad nunca está de nuestra parte
y el tiempo, esa puta provecta, niega
el festín más carnoso de los días.

Qué importa
el pecho acribillado a horas,
la palabra
postiza en el disparo, humeando, hostil y hosca,
las viejas rutinas
que nos dispensan del frío.

13.7.11

Fondos de escritorio


El paisaje de arriba es el no paisaje, la ausencia de paisaje, el paisaje convertido en su enemigo óptico, el asombro descabalgado del ojo y convertido en un manejo infográfico que apela más al cyborg que todos llevamos dentro que al paciente y bucólico observador de la naturaleza que se vino a perder en el siglo pasado cuando las máquinas robaron el numen y lo encerraron dentro de un sistema computerizado.
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11.7.11

Dios, Rubalcaba y Mou


Terminamos siempre hablando de religión, de política o de fútbol. A veces incluso pensamos en esas tres cosas a la vez y las formulamos compactadas en una misma conversación. También se da bien, en casos, no siempre, ingresar el sexo en esa tríada maravillosa. Eso nos pasa a los hombres. Con unas cañas, embravecidos por el aplomo etílico, nos deslenguamos. O los toros, esa fiesta de estilistas de la puya. Tenemos esa facilidad fraternal de abismarnos en la conversación como quien franquea el vacío de un páramo en un sueño y de pronto pisa la cálida y jubilosa presencia de un oasis  Claro, hay quien no comulga, quien escucha hablar sobre Dios, Rubalcaba o Mou y se las ingenia para hacer como Bartleby y salirse por la tangente o, a las bravas, ni entrar siquiera en faena lingüística. Se me está ocurriendo que, contento de ron, es cosa de convertir en una santísima Trinidad a los tres, al Altísimo, a P. y a The Special One. Bien llevado el asunto, agitado el cóctel, pero no revuelto, si el ingenio aguza las ideas y las palabras se esmeran en salir las justas y las más hermosas, puede producirse uno de esos extraños hitos de la oratoria de bar en la que los amigotes abren la boca, tocan el hombro del que se explaya y piden otra ronda en honor del Castelar de turno. Ian Dury y sus mercenarios Blockheads lo expresaron más cristalina y pomposamente: Sex and drugs and rock and roll is all my brain and body need...

9.7.11

El hombre del día



El discurso de Rubalcaba ha sido trending topic en Twitter. Si lees de corrido la oración anterior te percatas de que estamos en un mundo cada vez más extraño.  Hay que estar muy metido en la tralla mediática para salir bien parado cuando en una frase te cuelan trending topic, twitter, microsite o link. De hecho no sabemos si fue un buen discurso o uno terrible el del candidato. Yo, al menos, carezco todavía de información con la que elaborar una opinión. De un discurso de este calado mediático sacamos a veces la brizna de lo digital, el humo de lo puramente cibernético. Será porque la realidad ya no está en la calle ni en las barras de los bares y si uno desea estar al tanto de cómo va su país debe dominar todas esas adquisiciones lingüísticas, la jerga con la que unos se distancian de los otros pareciendo en todo momento que todos estamos más interesada y festivamente juntos.
Lo de escuchar, hacer y explicar, lema de la campaña del candidato Rubalcaba, de pie hoy entre los suyos, moviendo arriba y abajo las manos, cerrando círculos en el aire al modo en que Joe Cocker cantaba With a little help from my friends en Woodstock, arengando a la tropa cómplice, vendiendo enciclopedias, libros de Bucay y conjuros de la tribu, está mejor si se aliña con la maquinaria de propaganda de moda, una que limita a 140 carácteres el texto de réplica, de adhesión o de repulsa, una que posee el regalo divino de llegar al tiempo que sale y de ser leído nada más acabar de redactarse. Una cosa buena, al menos, posee el twitter como instrumento radical de comunicación de masas y es su capacidad para crear una realidad paralela a la que se habla y de la que se puede esperar que construya una realidad alternativa o complementaria de la que es posible esperar la fundación de otra y así hasta que revienta la banda ancha. Véase para ilustrar el batiburrillo semántico que he montado la historia hartamente contada de las plazas árabes o de los acampados para percibir el miedo que la política le está teniendo al medio en sí mismo, no al contenido que tutela.
Al trending topic de la red se la ha llamado siempre la comidilla del barrio, the talk of the town, que dicen los ingleses. Si buscamos gente mayor, ajena a este guirigay de conceptos de la modernidad, y se les explica amena y pacientemente el modo en que funciona el twitter, por ejemplo, lo entenderán maravillosamente: es el antiguo cotilleo de barrio, el chisme del día, el que puede ocupar todas las conversaciones en la cola de la charcutería, pero se olvidan al día siguiente si el concurso de otro chisme nuevo supera al anterior. Piensa uno en el hit del verano, en la canción de los chiringuitos, la que no deja de sonar durante agosto y que después se desvanece como si no hubiese existido, en eso a lo que uno acude para empezar la conversación sin sospechar en qué pueda acabar. Suele pasar que luego no se sabe de qué cosa hablamos. Empieza uno hablando de Rubalcaba y termina recordando la mili que pasó en San Fernando.
Es lo que tienen los mítines, todas esas alocuciones públicas con vocación de aplauso, que luego hay quien se obliga a resumirlas en 140 caracteres y eso, ay qué pena más grande, precisa de una concisión narrativa que no todo el mundo posee. Nos gusta explayarnos, amontonar argumentos. Al propio Rubalcaba le ha pasado hoy algo parecido: ha dicho que en esta crucial ocasión prescindía del entusiasmo de antaño y se refugiaba en los argumentos. A ver qué hubiera pasado si lo hubiese tenido que resumir todo en tres líneas y publicarlo en su propio muro. Ya ven, yo no soy capaz de esa hazaña sintática. Me dan un folio en blanco o un editor en un programa informático y me tienen contento veinte minutos.

6.7.11

El agua mana dentro del tiempo


                                                          Rafael C. Roldán

                                                                  

No sé cuántas tarjetas de memoria tengo, pero en casa ya no hay cajas de zapatos llenas de fotografías. La memoria se fractura con estas renuncias dictadas por el hilo de los tiempos o convenidas para hacer llevadera la tarea de fotografiarlo casi todo ahora que  la cámara oscura ha sido sustituida por la alta tecnología y no cuesta nada registrar todas las puestas del sol del mundo y etiquetarlas en un archivo cifrado en un disco duro. Barthes decía que la fotografía era un ejercicio de suplantación al imponer el yo al otro, al imponer a lo registrado en la cámara un lenguaje propio, una manera de fijarlo, una especie de advenimiento fabuloso de la creatividad. El que mueve una cámara y busca un enfoque óptimo o una luz que le agrade se está transformando, aunque sea liviana y brevemente, en un artista.

La memoria no guarda películas, guarda fotografías, decía Kundera. Por eso admiro a quien estudia lo que observa y lo razona y lo traduce a la conveniencia de su propósito, el que ejerce de poeta y hace palabras de luz lo que a la vista carece de texto. Lo que la naturaleza le cuenta a la cámara es distinto a lo que le cuenta al ojo, escribió Benjamin. La narratividad de lo fotografiado excede a veces a la que proyecta la pintura. Es el ojo el que se siente cómplice de lo fijado en el papel, de ese instante en donde la realidad se detiene y se eterniza. La pintura, bien al contrario, es una narración ya avanzada en el momento en que se observa. Picasso ya contó algo. Rembrandt ya fijó una manera de pervertir lo que la naturaleza le ofrecía. El observador se dedica a seguir la senda, que está obligadamente ya marcada, abierta y en disposición de uso. Lo que se fotografía preserva un momento que de otra forma se perdería, se convertiría en pasto de la memoria pura, que tiende a deformar a su antojo lo que tutela. Man Ray fotografiaba lo que no deseaba pintar, las cosas que tienen ya una existencia.

Me gusta mucho el ardor con que Muñoz Molina habla siempre de la fotografía en sus sueltos de prensa cultural. No comparte la mezquindad con que algunos teóricos fijan la fotografía como un reino frío y fortificado contra el mundo, en un club exclusivo, en una secta dotada de la pertinente jerga, del imprescindible hermetismo. Al que ama la fotografía le gusta saberse partícipe de un privilegio que, en cuanto manifestación artística, no está al alcance de todo el mundo. El fotógrafo sabe que está contribuyendo a la construcción de un imperio de los sentidos, uno invisible, que se materializa en cuanto el ojo avisado, el que entiende los códigos y los patrones, los vicios y las técnicas, contempla el papel impresionado, aunque sea en una pantalla o en una televisión de última generación.

La jerga que nombra Muñoz Molina es fascinante: fascina por lo que tiene de precisa, por lo que abarca y hacia dónde se dirige.  Barthes, en su oficio, en ese hurgar en lo real y en ese subvetirlo, es un poeta, uno que no es indiferente a nada de lo que le rodea y se declara observador universal, paciente detective, obrador de un masa sensible que opera bien adentro de cada uno. Al pensar en Barthes pienso en mi maestro Luis Sánchez Corral y en cómo echo en falta conversaciones sobre la ficción y sobre la metaficción, sobre la violencia de la fotografía y sobre la prosa de Haro Tecglen en los bares que rondaban la Facultad, pero no hay ninguna fotografía que me permita no distraerme con los recuerdos y abrir únicamente los que de verdad produjeron el milagro de la palabra, de los gestos, de esa vida que ya no existe y que hizo probablemente que la de hoy sea como es, sin más.

Quizá se retrata el alma. Eso pensaban los antiguos, los primeros, los que dejaron el daguerrotipo y vieron la maravilla de la cámara fotográfica y cómo podían escribir la luz, detener el tiempo, todas esas cosas que en principio están fuera del alcance de uno y sólo se reservan a las deidades o a los poetas finísimamente dotados de sensibilidad y de genio. No creo yo en otra alma que no sea la que me asiste cuando la belleza me ronda. El alma es ese misterio que nos acerca a lo mágico. Yo he visto el alma de muchas personas alojadas en su retrato, en su cara entre otras caras, en su figura engañada entre otras figuras. El alma que yo conocí vuela de la fotografía a mi cerebro y me convence de que la instantánea es en verdad un mundo hermético al que sólo el portador de la llave, el obrador de la causa de la magia, se le permite entrar. He visto desfilar historias que no existían en mi conciencia y que estaban ahí alojadas, en la foto, en el teatro de las sombras compartido, secretamente custodiado en una caja de zapatos, en un disco duro, en un marco expuesto a la vista de todos, en las páginas de un libro, como un marcador emocional que nos guía y se convierte, a su modo, en un personaje más de la trama.

No tengo una gran cámara de fotos. Ni pienso tenerla. Soy de los que no sirven para hacer grandes fotografías como tampoco soy de los que puedan escribir una novela  (constancia, ay, dedicación plena, de la que no dispongo) o embarcarse en aprender a tocar un instrumento. Todo eso ha sido intentado y en todo he advertido obstáculos. Algunos, insalvables. Está bien que escriba de vez en cuando, en este balcón público. Esa es mi única contribución a la creatividad universal y tampoco sé si la ejerzo con oficio o es tan sólo un entretenimiento sin propósito, un registro, uno de esos diarios que escondíamos con empeño y que escribíamos a hurtadillas, privando al mundo del ser sentimental que en el fondo éramos. No tengo (decía) cámara de fotos de altura (como la que se gasta mi amigo Rafa, con objetivos escandalosos y precios de susto, da igual el orden) pero manejo una compacta más que competente (una Leica) con la que salgo de vez en cuando. Me limito a fijar instantes. La zambullida en el agua. El brindis en la mesa del bar. Los amigos fumando en la puerta del restaurante (ay ZP, qué sacrificio con los rigores de la canícula en el sur) o la de los hijos al pasar de los años, como testigo casi involuntario, del paso marcial del tiempo, de cómo nos vamos haciendo viejos, de cómo a lo que nos entregamos se hace rico y nos deja a nosotros bien pobres, como escribió Rilke. Mi pobreza es fantástica. Buscada. Advertida en su decurso y paladeada. Una pobreza que no precisa recursos ni patrulla de rescate. Admiro el trabajo ajeno y no siento ni vocación ni deseo de forjar yo uno mío. La aprecio, mi pobreza, en la medida en que me permite disfrutar de un arte sin tener que practicarlo, sin sentirme obligado a vivir en los dos lados, a sentir lo que se siente en ambos. Escribir hace mejor lectores y viceversa, me decía K. en una ocasión. No sé si ese argumento, que comparto a medias, sirve para el fotógrafo o para el pintor o para el que filma una historia de zombis sin haber echado un vistazo siquiera a la obra de Romero.

Hay una inclinación natural a lo sensible que no precisa de academicismos: se salda con ese numen misterioso que extrae lo deslumbrante de lo que en apariencia es rutinario y sencillo. Como el agua manando de la fuente de la foto de mi amigo Rafa. Eso ha provocado que escriba. Se lo debía. En un bar del centro de Córdoba charlamos de lo divino y de lo más acendradamente humano, decantando birras, fumando sin abuso, mezclando a Charlie Parker con Juan Luengo.




Pintar las ideas, soñar el humo

  Soñé anoche con la cabeza calva de Foucault elevándose entre las otras cabezas en una muchedumbre a las puertas de una especie de estadio ...