La nieve es un contrapunto barroco. Posee su escorzo lírico y su tenebrismo tácito. La claridad descarga su opulencia en el blanco, pero debajo bulle la oscuridad y las sombras pugnan por tornar su aura oculta en plenitud y en consagración. El artificio es un minuciosa ocupación del aire, un alarde de invisibles ilusiones. La realidad es fugaz y la mirada es frágil. Vemos el temblor transitorio de la tierra, su jubileo de engaño y de clausura. La nieve es un festejo de los ojos. La austeridad del invierno es un panfleto contra la vanidad del espíritu. Hoy echo de menos que nieve en Lucena. Desearía que todo se cubriese por un manto de lentitud y de escarcha. El corazón anhela esa espesura implacable. Siempre debería ser invierno. Hay días en que uno querría detener la liturgia del tiempo. Amanece con un crujido lejanísimo de agua en la propiedad de la tierra. Blanca es la música del cuerpo. Dulce y blanca como una novia que de pronto comprendiera que en su cuerpo aguarda la vigilia de un milagro. Los poetas están de fiesta. Los agasajan cuando entran en los pueblos. Una melodía contagiosa los hace reír y componen versos y beben los licores de la vida. La nieve es una celebración de la vida.
10.1.21
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