Le dispensa uno a los libros viejos que andan por casa el mismo afecto que a las fotografías de antaño cuando se tiene un rato y se ojean percatándose de la vida que se ha ido recorriendo y la rapidez o la lentitud con la que ha concurrido. También los libros nos retratan, hacen escrutinio de nuestro tránsito por esos años, a veces con la misma elocuencia que las imágenes. Anoche, sin pretensión de reverdecer lecturas juveniles, buscando otro libro, salió una edición de las Narraciones Extraordinarias de Poe en una estantería alta, de las que se miran poco o casi nada. Fue abrir el volumen y mirar aquí y allá, leyendo trozos sueltos, por traer otra vez lo ya conocido, y recordar con escandalosa pulcritud la librería en la que lo compré y la emoción cuando entré (en los libros se entra) e hice eventual casa adentro suya. Casi cada libro que tengo o que he leído (no siempre coinciden ambas cosas) es eso, una casa en la que he vivido, una residencia temporal a la que se puede volver y que produce parecida zozobra a la de las fotografías antiguas en las que no te reconoces todavía, aunque sepas que eres tú a quien exponen. Te cuentan qué has hecho: los libros que has leído te dicen qué eres.
15.1.21
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