30.3.23

Elogio de la lentitud


A cuenta de la prisa, se han perdido imperios, se han malogrado placeres, se han desquiciado vidas. Está todo confiado a la velocidad, ella administra el trasiego de las cosas y, en ocasiones, las pervierte, las corrompe. La lentitud no contempla las exigencias del porvenir. Esperar está desprestigiado. Quien espera, a la vista ajena, declara su inoperancia, se convierte en espectador, se declara inhábil. Como si rehusara comprometerse. Como un Bartleby que de pronto resuelve preferir no hacer algo, no inmiscuirse, ni mostrar adhesión a causa alguna que lo desplace de su genuino estado de ánimo. Es el reino de la cantidad, que riñe con la calidad. Abarcar más que ahondar: ese criterio volumétrico. La paciencia es una virtud antigua y estos son tiempos de voladiza modernidad. Es, en cambio, el vértigo el que lo impregna y modela todo. Vértigo y fiebre, velocidad y ansia. Hacemos varias cosas a la vez, tal vez por no esmerarnos pulcramente en una. Hasta el ocio es extremo, que a todo arrima su tasa y su rúbrica. Hacemos todas esas variadas cosas sin ocuparnos plenamente en ellas. Las acometemos a sabiendas de que otras pugnan por irrumpir, aplazándolas, emborronándolas. Cuando cuadra la ocupación en una, carecemos de paciencia, no medimos el tiempo, que es una sustancia sentimental. Es posible que sean estas prisas (este insano desvarío, esta enfebrecida locura) la que acabe con todo rastro de sensibilidad o de inteligencia y, a la par, con toda brizna de cultura o de progreso. Una parte de la culpa, tal vez no toda, recae en la supremacía absoluta de lo digital, en esa biblioteca infinita de la que solo arañamos el lomo de sus piezas, de la que nos valemos para creernos en posesión de algo valioso, pero es poco lo asimilado, nada a veces. Al mercado no le interesa la paciencia. El capitalismo es una criatura voraz, una bestia exigente, un dios cruel. Hay que apresurarse, no podemos perder ninguna oportunidad, eso nos susurra continuamente, es esa la instrucción inaplazable. En cuanto nos descuidamos, nos zarandea, nos amonesta, nos aparta de la secuencia exacta de su plan. Es diabólico ese plan. Es el triunfo de la mediocridad, es la enfermedad del corazón y la muerte de la cordura. Es el peaje del algoritmo, ese nuevo catecismo. Hasta la escuela comete la imprudencia de primar lo digital sobre lo analógico, la comisión de los ceros y los unos sobre la de las palabras, escritas o habladas. Están en descrédito las palabras. Se las ha reemplazado por otras herramientas de otro lenguaje, que no tengo claro si es pertinente o tal sólo una mercancía más que lucra a unas cuantas compañías. Viene a ser el mismo asunto de siempre: el corazón o la materia. Creo que no se prestigia la lentitud porque no es rentable. Que todo lo verdaderamente pensado precisa tiempo. De ahí que se piense menos. Por imperativos cinéticos, se sacrifica la morosidad, cierta conveniencia en reposar. Qué hermoso verbo ése. La de calamidades que han surgido por no acudir a él. El hecho mismo de pensar precisa la intervención de la lentitud, un dejarse conmover por los primores de las ideas y dejar que, cuando irrumpen, se asienten, tomen sitio y desplieguen su oficio, pero se nos conmina a trasegar con ímpetu, se nos reclama esa terca voluntad de movimiento. El bienestar espiritual procede de la quietud. Luego acude el vértigo y del vértigo aflora la elocuencia de la necesidad, pero qué tiempos más agitados nos ocupan, qué loca brújula los instiga y zarandea. 

28.3.23

Un año de jazz


 Hoy hace un año que recibí en casa mi libro de jazz. A los libros que uno publica se les dispensa un amor que no rivaliza con los ajenos (tantos) que nos marcaron, pero nos pertenecen, dicen de uno lo que a veces no es posible manifestar de ninguna otra manera. Pronto habrá otra criatura a la que acoger en casa y hacer correr por el mundo. Una vez ahí, en manos del lector, es cuando crecen, cuando todo cobra sentido. Gracias a quienes lo leísteis. Todavía lo miro con arrobo grande de padre feliz.

27.3.23

Ajedrez

 



Mi abuela, a la que todavía echo en falta, venía a decir que los relojeros siempre dejaban una pieza sin engarzar, un tornillo sin colocar. Así la vida se obstina en no dar tampoco el acabado preciso a su terca maquinaria de reloj averiado. Lo cual conduce a uno de los más sobrecogedores poemas escrito en lengua castellana.


Ajedrez


I

En su grave rincón, los jugadores

rigen las lentas piezas. El tablero

los demora hasta el alba en su severo

ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores

las formas: torre homérica, ligero

caballo, armada reina, rey postrero,

oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,

cuando el tiempo los haya consumido,

ciertamente no habrá cesado el rito. 

En el oriente se encendió esta guerra

cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.

Como el otro, este juego es infinito.


II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada

reina, torre directa y peón ladino

sobre lo negro y blanco del camino

buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada

del jugador gobierna su destino,

no saben que un rigor adamantino

sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero

(la sentencia es de Omar) de otro tablero

de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonías?


Jorge Luis Borges



Dedicado a la memoria de Luís Sánchez Corral, mi profesor de Teoría Literaria, con el que compartí cafés y Borges algunas tardes en El Platanín, en la calle Jaén de Córdoba, del que me acuerdo con frecuencia y por el que, en ocasiones, razono que escribo. 

Breviario de vidas excéntricas/ 45 / Cesáreo Casto Benavides

 


A veces tengo la fantasía de que acudo a mi médico de cabecera y le pido asilo teológico, así que hace unos días me armé del valor del que casi nunca dispongo y pedí cita por Internet. Me prescribió un jarabito y unas grageas que no subvencionan la Seguridad Social. No salen baratas, pero alivian mi zozobra espiritual y así afronto con el entusiasmo de antaño los días y las noches, bien atrincherado en la certidumbre de la fe, en su cobijo perfecto, a bien con Dios y con su arcangélico coro celestial, protegido contra lo más crudo del crudo invierno. Mi médico de cabecera no sólo te receta paracetamol y antiheptamínicos: es un fiera en eso de detectar una fractura moral en el alma. A mi vecino Cristobal de la Cruz , que perdió la fe hace un par de años cuando un desgraciado accidente se llevó a su hija Luisita, le recomendé que visitara a mi médico de cabecera, que tiene una lucrativa consulta privada un par de calles más arriba, y regresó con la fe restituída y un candor en la mirada que sólo podemos apreciar en las almas más puras y en algunos críos. Cristobal ya no zanganea como solía, no pone el home cinema a pleno rendimiento y hasta se preocupa de mis achaques, hasta me recomienda unas hierbas muy milagrosas que le traen de Suiza por un primo suyo que trastea en Ebay en busca de esos chollos.


La otra fantasía con la que en ocasiones entretengo mi ocio pequeñoburgués consiste en pedirle a mi médico de cabecera que me recete algún fármaco que me libere de creer en Dios cuando la suerte me sea adversa o la desgracia entre en casa como entró en casa de mi vecino Cristobal. cuando lo de Luisita. Como la ciencia avanza a pasos agigantados, me ha comentado que esa medicina está al caer. Hay laboratorios suecos que andan en eso. Ponle tres años, hombre, me ha confesado. Es más fácil perder la fe que adquirirla, pero la ciencia farmacológica carece de humanidad y une sus moléculas con antojadizo capricho. Le he pedido que mientras la investigación avanza, me procure algún paliativo fiable. Me dan unos terribles dolores de fe en el costado cuando veo los accidentes de avión en el telediario. Se me reproduce el ardor de estómago de hace veinte años en cuanto leo libros demasiado laicistas (creo que se dice así) o escucho en las tertulias de la radio a los cuatro anarquistas de la moral de siempre con su tropelía de desacatos contra el orden y la precisa ley de Dios. Es que les escucho y se me empiezan a desordenar las ideas. Hace unos días, sin ir más lejos, uno de esos excomulgables sostenía que Dios estaba en el cerebro. Y entonces apagué la radio y la luz del flexo de mi mesita de noche y vagabundeé por las circunvoluciones cerebrales durante más de dos horas. Busqué en la memoria y en los huecos que la memoria deja cuando no tiene empeño en recordar lo que no le interesa y no hallé a Dios por ningún lado. Me levanté de un brinco, iluminado por una visión repentina, y no tardé en encontrar un librito muy recomendable de San Agustín en donde razona cómo la fe derrota a todos los demonios de las cavilaciones y en esas letras me dormí a altas horas de la madrugada, contento de amor por Nuestro Señor.  Por la mañana encontré a mi vecino Cristobal en el rellano de la escalera, nos deseamos buenos días y nos emplazamos a echar una tarde un café con algunas lecturas de vidas de santos. La hagiografía es medicina Sabra, me confesó en la cola de la charcutería. Tengo unos libros que un primo mío me ha regalado viendo lo fuerte que me ha dado esto de la fe, querido vecino. Hemos quedado en que me los presta en cuanto los acabe. Dice que lee rápido. Que si algo le interesa, lo devora en pocos días. Al dejarlo en la cola, entre el empastillamiento que llevo y el dolor de cabeza literario, me ha dado un pinchazo en el corazón que me ha puesto los huevos de corbata, pero le he restado importancia y le he pedido a mis queridos testítuculos que regresen a sus nobles bajos y no se muevan de allí bajo ninguna circunstancia, ya sea terrena o celestial.


Ha durado poco la fiesta celestial de mi vecino Cristobal. Se administraría mal la posología. Anoche ,he aquí el motivo de mi depresión, el entero motivo de esta confesión teológica, volvió Cristobal al home cinema y atronó la paz y el espíritu de concordia de la comunidad con una edición 5.1 de 24, con ese Bauer implacable, como un poseso, acribillando hostiles. Además su mujer ha vuelto a tender la ropa mojada en el patio comunitario y moja la mía como antes de que la palabra de Dios refrenara esos malos hábitos. Se ve que las obras buenas que se hacen por los demás no son durables. Se ve que el alma es volandera y no hace posada en la rectitud ni en el santo decoro, en fin. No pasa de hoy que le echen del trabajo y regrese al zanganeo de antaño. Dejará de saludarme en la escalera y estará al acecho para que en la primera reunión de vecinos cuente cualquier barrasada a propósito de mis limpias costumbres domésticas. Ninguna escandalosa, ninguna recriminable. Me limito a encender mi escandalosa pantalla plana y hacer zapping en busca de contenidos que alivien mi zozobra espiritual. Ningún canal me satisface enteramente. Ni siquiera unos documentales preciosos de National Geographic (o era Discovery Channel) en donde un reportero recorre el mundo buscando gente que ha visto a Dios en los lugares más insospechados. Una muchacha de piel trigueña y ojos pizpiretos que me pareció de especial belleza se consolaba con la idea de que Dios se le aparecía en sueños y que le hablaba en un lenguaje cercano y transmisible. Lo malo es que luego no recordaba nada de lo soñado. Por eso duermo dieciséis horas al día, por eso no aprecio la vigilia, dijo con una sonrisa preciosa y un mohín de bizcocho de crema.


Si los científicos suecos tardan mucho en encontrar el fármaco que me devuelva a mi habitual condición del espíritu (mezquina cuando hace falta, ladina en ocasiones, huraña como pocas) creo que busco yo alguna solución casera. Aunque sea en Ebay. Ahí estaremos en igualdad de condiciones. De verdad que no merece la pena esta vida azarosa y huidiza en valores . Admiro a los que creen con firmeza y asisten a los oficios de misa y besan las estampitas de los santos. De ellos me quedo con la certidumbre con la que conducen sus vidas. La mía, ah la mía, está más que dolida. No le encuentro asidero a las horas. Me entretengo con poco y me entretengo mal. No sé cómo aliviar esta pesadumbre que me azora. No salgo con los amigos, no disfruto en casa como solía y, para rematar mi descalabro emocional, hay días en los que considero leer a Paulo Coelho, que me han dicho que tiene recetas que elevan el espíritu alicaído y frases grandilocuentes y hermosas, de esas que se pegan con imanes en los frigoríficos, que valen por seis consultas con un buen psiquatra. Mañana mismo salgo al Corte Inglés y me compró alguno de esos libros. En cuanto los lea, si de verdad enmiendan mi desatino, se los presto a mi vecino Cristobal. O eso o entro a saco en su casa, echo gasolina en su home cinema y le prendo fuego. Las llamas avivarán mi fe. Yo, Cesáreo Casto Benavides, en pleno dominio de mis facultades mentales, lo expongo aquí y me someto al albur de la providencia. 

25.3.23

Dios redux

 Dios me habla en bebop, me habla en cuartetos, me habla en sonetos, me habla en privada métrica. A veces susurra; a veces no está. Poseo la sensiblidad pertinente para apreciar esos susurros divinos. Los percibo con absoluta nitidez incluso aunque preste poca atención. Hay días en los que estoy verdaderamente atento, días de receso, días en los que poco me conforta y casi nada me parece relevante y sin embargo, a pesar de esas adversidades, noto que Dios está a mi vera, tutelando mi ingreso en el sueño, conduciendo mi yo zaherido hacia la dulce armonía del cosmos. El cosmos es un libro. El cosmos es el libro de Dios y todos somos lectores y todos escribimos en ese libro absoluto. La literatura del cosmos es la palabra de Dios, la palabra de Dios es la literatura del cosmos. Anoche, sin ir más lejos, vi a Dios en una loncha de jamón de york que mi hija estaba colocando sobre la rebanada de pan de molde. Era un Dios sin mayúscula, un dios caprichoso, rudimentario, de escaso apresto filosófico. Dios contra la soledad o contra la desesperanza. Un dios sin Kant ni conferencia episcopal. Un dios izado a capricho después de pensarlo durante años, de conformarlo a beneficio propio. Un Dios cercano, de verdad. Pensado con arrobo sintáctico y luego desmenuzado. Dios hecho grumo de palabra. Sentí una presión el pecho y una punzada en el costado. Es el dios de las pequeñas y de las grandes ocasiones, el del sol en la almohada nada más clarear el día. El dios del bourbon con tres cubitos de hielo y el dios del solo que Miles Davis usa para abrir So what. Un dios o un Dios. Se mueve uno con comodidad entre las grandes palabras. Me sería imposible numerar los dioses a los que venero. Hay noches que me zambullo en Coltrane y pierdo la entera noción de las cosas. Creo en Dios y en Coltrane porque creo en la armonía secreta del cosmos. Coltrane es un prodigio divino. Un creer contra un crear. Un mirar arriba, ensimismado, contra un mirar abajo, perplejo. La incertidumbre absoluta. El fuego divino ardiendo alma adentro. La ceremonia universal de la genuflexión ante lo que uno no conoce y ante lo que se hace pequeño. En realidad, oh amigos míos, oh compañeros de travesía, uno cree en Dios o en dios o en d-i-o-s a medida que empequeñece. Que yo pese ciento seis kilos y mida metro ochenta y tantos no importa. Lo que verdaderamente importa es la sensación de fragilidad o de irrelevancia. De punto en el universo. Ni eso. Somos Coltrane soplando en un club, somos el hombre de pronto convertido en un obrero del más allá, en un operario diminuto que labra su porvenir a sabiendas de que le rezarán unos cuantos de los suyos muy a pesar de advertirles de que no le recen. Lo malo de morirse uno es que luego no puede comprobar si se cumplen o no los puntos del testamento. Se muere uno y se encuentra con Coltrane en un vórtice especular de masa deconstruída. O se encuentra con Coltrane en un fragmento de realidad invertida en un universo paralelo. No tengo ninguna duda de la existencia de universos paralelos. En un universo paralelo no se cree en Dios ni en el diablo ni en el hombre Coltrane soplando en un garito de Chicago My favourite things. No se cree en la iglesia ni en la salvación de las almas. Se cree en una cimitarra de hierro. Hay universos alternativos en los que el ser humano es más humano que en éste. No existen primas de riesgo ni strippers ni niños pijos saqueando el fondo de inversión del padre mientras se derrumba Occidente. Es que no existe occidente. El dios en el que creo es un experiencia sensible intransferible. Así debería ser el dios en el que crean todos los que creen únicamente en uno. Escribir es un anomalía. Si uno callara lo que piensa acerca del dios en el que cree no habría guerras ni se levantarían templos para contar a los demás que se comparten creencias y que todos han sido diseminados con la misma pura semilla. La semilla no me alcanzó. La vi cerca, la observé con cuidado, la miré con la idea de que podría decirme algo que me enriqueciera, pero pasó de largo y no hice absolutamente nada por pillarla. Adiós, semilla. Hola, Wilder. Hola, Coltrane. Can you see me crawling? El caso es tener a alguien a mano cuando llegan esos momentos de flaqueza y uno precisa un sostén. A mí me gustaría perderme en el de Roberta Pedon, una hippie de California que triunfó en el posado retro sin caer en el porno duro. Hola, Roberta. Dios me habla en haikus. Sílabas con metafísica. Un dios contenido, un dios filatélico. Símbolos embutidos en un traje muy precario. El dios en el que creo es el Dios de las catedrales. Hay miles. Veo una ahora. Creo con el mismo énfasis con el que los demás lo hacen. Igual hasta por las mismas circunstancias. De pequeño rezaba a Dios cuando intentaba conciliar el sueño. Probaba frases. Hacía (en esa intimidad en la que uno piensa casi en voz alta y hace un balance de cómo ha ido el día o de cómo va la vida) de escritor en ciernes. Todos los niños son, en el fondo, teólogos amateurs. Dicen cosas que luego, en la edad adulta, les produciría rubor. Ay si fuese sólo rubor. El niño es un ser puro al que la pureza le llama con insistencia. Por eso el preceptor religioso le inculca el catecismo fundancional. La idea de un Dios y la idea de un coro arcangélico de devotos que están en el cielo, a salvo de las inclemencias del dow-jones y de la cirrosis hepática. Yo me quiero morir sin más, mire usted, grazna algún personaje. No sé si creer en Dios puede ser un contradiós. Es la excusa para perfecta para tanta barbarie que dan ganas de creer un poquito y hacer el ganso con coartada. Sobre dios (o sobre Dios o sobre d-i-o-s) se han escrito más páginas que casi sobre ningún otro personaje histórico. La línea más pequeña y la más irrelevante habla de Dios aunque su autor, el más estulto entre los autores, el más zopenco y el de menos talento, no lo sepa. Dios está en la barra de los bares, en la cubierta del Potémkin, en la barba de Walt Whitman, en el sonido que mi iphone proyecta cuando en el whatsapp escribe mi amigo K. Dios está en mi iphone. Le miro cuando zumba la pantalla. Cada mensaje que recibo es una evidencia del cosmos. La literatura del cosmos. Esa gran literatura del cosmos. Está en las tripas de la máquina, en el corazón de la bestia, en el circuito más inteligente de mi teléfono inteligente. Dios en banda ancha, Dios en un fino hilo de cobre que recorre la salita en la que escribo. La acabamos de pintar. Está reluciente. Huele todavía a limpio, a desinfectante, a amoniaco y a lejía. Dios está en la lejía y en los átomos de la leche. Dios en el Jack Daniel's y Dios en el solo de Chet Baker en Amsterdam poco antes de que le partieran la boca unos traficantes. Dios es un no-argumento. Es un atentado contra todas las potencias cartesianas.Se cree sin cortarlo. Al contarlo, al formularlo, se desvanece el efecto y todo es un compromiso intelectual, un querer porque haber visto a tantos haber creído. Siempre pensé en los constructores de catedrales. Entré en la catedral de Lugo en 2011 y me sentí empequeñecido. La catedral me hizo pensar en Dios como nunca antes había pensado. Estuvo días pensando en lo que había sentido.Hay quien, con menos, se hace feligrés. Quizá salí antes de que la perturbación me aniquilase del todo. Con eso contaba los constructores. Con el efecto empequeñecedor. Con la certeza de que el que entraba en ese templo perdía, por el hecho de entrar, poder sobre sí mismo. Era un acto bélico, una batalla ganada nada más poner el pie en la piedra y contemplar la construcción. Soy un fan de las catedrales del mundo: las visitaría todas. He visto muchas, quiero ver más, soy el que entra en ellas y sale herido, vulnerado. Iría de una en una, tomando notas, haciendo fotos, escribiendo en las pinceladas iniciales. Descubriendo el aire en el aire. Perdido en la secreta armonía del cosmos. Buscando a Dios en la palma de mi mano. Contando al mundo cómo fui bendecido por la gracia. La gracia llena de fulgor el pecho. Tengo un dolor en el pecho a cada palabra que no digo. Cada bocanada de silencio aviva más silencio. Se me abre cartesianamente el alma. La tengo abierta y la ven todos y la discuten en las plazas. El alma visible. El peso del mundo es amor. La luz es un vértigo. El vértigo es luz que piensa en sí misma. Dios me asiste y me conforta.

24.3.23

Fe

 



Era de nieve el crepúsculo, sollozaba el viento en las copas de los árboles, un coche a lo lejos tendía luces al infinito y mi cuerpo sentía el temblor de un temblor, un eco antiguo erizado de un eco nuevo. Grandes masas orquestales que se precipitan en un silencio anterior al tiempo. Luces contenidas en un depósito de esperanza pura. El hombre cae en la cuenta de que el fardo que carga no lo precisa. Está bien que lo abandone y se instaure el olvido. Prosigue su camino. Sus manos precursoras palpan en lo oscuro la inminencia de un milagro. Es la hora de las palabras. Ha llegado la hora mineral, la gran hora sin maquinaria que somete el azar a un pulso siniestro, que comete imprudencias del tamaño de un corazón sin amarre, que escribe convulsos versos de amor con menuda caligrafía de principiante. Ha llegado el corazón más humano a conveniencia del que escribe, varado en la trágica evidencia de estar perdiendo la inspiración y avizora el mundo con muda vocación de hallazgo. 

23.3.23

Palimpsesto discreto


Ilustración: Gabi Beltrán

 

El mar es un zapato si se discute la utilidad del oleaje. Un zapato viejo, hecho al festín antiguo de los pasos. El agua es un temblor si se mira con los ojos del ahogado. Esparce su plumaje, su nombradía secreta, toda la maquinaria antigua de los muertos. Toda posible utilidad de la belleza por el mar, por el ruido enorme de las olas los sueños. La memoria consiente algún episodio turbio en donde el poeta, francamente ebrio, finge fundar catedrales en el aire, volutas recias, una heredad invisible  de versos. Como una lentitud de algas que abarcase con una palabra el entero universo, pero también la memoria flaquea, loco carrusel, fiesta para que los placeres acuñen vicios, obscenos años de oleaje y grumos, ausencia hecha músculo como un muelle imposible. Así el poeta, suspendido en esa turbación sin gobierno, hondo, alentado por secretos timbres que la luz arrebata al tiempo, discretamente conviene que es más útil celebrar cuanto ocurre y ni preguntar, ni saber, ni decir.

22.3.23

Bajar al Mekong



                     (Fotografía propia)


 "Y sucedió en aquellos días que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan el Bautista en el Jordán. E inmediatamente, al salir del agua, vio que los cielos se abrían, y que el Espíritu descendía sobre El en apariencia de paloma; y vino una voz de los cielos, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, en Ti me he complacido”.


Evangelio de San Marcos 



Nada de esto ha sucedido realmente, coronel Kurtz. 

El latido rasga el pecho, que abre una sima oscurísima 

en la que se abisma la voz y lo que la voz tutela. Allí se oyen voces. Profesan el mismo tenebroso culto. Adentro se obligan a repetir las mismas palabras en un continuo y las abren como si fuesen fruta y la muerden. Campos de fresas para siempre, ríos como un jukebox de los setenta. La luz aspira secretamente a elevar vuelo y contemplar el vértigo fastuoso del aire. Ha sido el milagro. Ahí las contemplaciones. Ahí las capitulaciones. Ése es el numen, mi coronel. Dios le ha perdonado todos los crímenes. Ya no es de piedra su voz. La cabalgata no sobrevolaba el Mekong ni una arcangélica nube recitaba los salmos venideros. Las walkirias estaban ocupadas en restituir el caos primigenio. Jim Morrison cantaba The end como si fuese el mismísimo diablo. Olía a napalm toda la sala de proyección. Salimos a la puerta para los cigarrillos y los besos. El amor siempre se pierde en estas imprecisiones. 

21.3.23

En el Día Internacional de la Poesía / 2

 


La lluvia

Lo mejor que te puedo dar ahora
no es una de mis noches, ni mi cuerpo,
ni soy yo ni siquiera, ni es quererte.
Lo mejor que ahora puedo darte
es un silencio tranquilo, un paseo muy largo
mientras vamos hablando de tu vida y la mía
y corremos a casa, para huir de este tiempo,
para huir de ese miedo del que estamos cansados.
Amor también se dice lentamente
con palabras pequeñas como lluvia.

En el Día Internacional de la Poesía

LA COSECHA

Confía ciegamente en la cosecha. 

Empapada de gozos, loca de lujuria, 

la cosecha alumbra prodigios, 

la cosecha desoye la admonición del augur, 

la cosecha previene al hombre de dioses rudimentarios 

y caprichosos, la cosecha escala el corazón 

y prende una luz en su altura más limpia. 

En la cosecha residen las virtudes, 

la plenitud absoluta del amor, 

el libro de las horas, 

la noticia de la belleza 

y la evidencia del tiempo 

al abrirse paso sobre el ruido y sobre la ceniza. 

No hay nada que no esté gobernado 

por la luz de la cosecha. 

Nada a lo que la cosecha no alumbre. 

Incluso la oscuridad, en su plenitud, 

posee la luz en su secreto seno

20.3.23

Un día cualquiera, cualquier motivo



Está el día de los haikus, el día de las mujeres sindicalistas, el día de los niños con inteligencia emocional elevada, el día del bebop, el día de la ensalada tropical, el día de las setas no tóxicas, el día de las mujeres con pechos enormes, el día de las clarividencias, el día de las abundancias, el día de las presencias invisibles, el día de las ausencias presentes, el día de las familias que hace más de un año que no se ven al completo (incluyendo primos lejanos), el día de la novela negra, el día de la poesía verde, el día de la cerveza sin pasteurizar, el día de los torpes, el día de los salidos, el día del orgullo zombi, el día de los dimisionarios albaceteños, el día del pensamiento divergente, el día del soltero recalcitrante, el día de los putañeros, el día de los proyeccionistas de cine porno, el día de los mostos de Jerez, el día de las mantas de paño leonés, el día de la poesía sufí, el día de los que saben quién mató a JFK, el día de los que donaron su fortuna a una oenegé mozambiqueña, el día de los que tienen un máster en aceleración de partículas, el día de los poetas con libros traducidos al rumano, el día de las niñas que todavía quieren ser princesas, el día de los que han leído todos los premios Planeta, el día de los advenedizos, el día de los escuchimizados, el día de los anglófilos nacidos en alta mar, el día de las tortugas azules, el día de la prensa bursátil, el día de los salidos, el día de los integrados, el día de los apocalípticos, el día de los seriófilos, el día de los que no han leído a Thomas Pynchon, el día de los entrampados, el día de los benefactores, el día de los beneficiados, el día de la poesía germánica medieval, el día de las sublevaciones, el día de las citas de Paulo Coehlo, el día de los poeta que se parecen a Kavafis, el día de los solos de guitarra de los gloriosos setenta, el día de los lápices de sesenta y cuatro gigas, el día de los cofrades, el día de los imberbes, el día de los amigos de las tabernas, el día de los placeres sencillos, el día de la tortilla de patatas, el día del producto cartesiano, el día del wifi, el día de las aves de rapiña, el día de las erecciones imprevistas, el día de los hombres que fuman tabaco cubano, el día de la sonrisa ambigua, el día del  peligro amarillo, el día de los amores perdidos, el día de la ebriedad, el día de los que cogen un micro y cantan My Way, el día del odio al lunes, el día del asma, el día del atún encebollado, el día del paludismo, el día de los hijos no deseados, el día de las vírgenes vestales, el día de la psicofonía, el día de las cefaleas, el día del wasabi, el día de los que dejaron de fumar en 1985, el día de los fondos marinos, el día de la disidencia, el día de la bilocación, el día de las viudas con bonos del tesoro, el día de los agujeros negros, el día de la pasta siciliana, el día de los aforistas calvos, el día de los aviadores turcos, el día de las ensaimadas, el día de los yogures albano-kosovares, el día de la responsabilidad cinegética, el día de las grandes masas orquestales, el día de los psiquiatras argentinos, el día de las madres confusas, el día de los felices años veinte, el día de la duda metódica, el día de las palabras esdrújulas, el día de los céfiros, el día de las flores del mal, el día de las locuras que se hacen antes de cumplir los veinte, el día de los desencantados, el día de los golpes de efecto, el día de los números primos, el día de los algoritmos neperianos, el día del whisky de malta, el día de los besos con baile, el día de los supervitaminados, el día de los humedales, el día de las lenguas muertas, el día de la cultura precolombina, el día de los osos polares, el día de los que predican en el desierto, el día del multilateralismo, el día de las estatuas ecuestres, el día de la conciencia de clase, el día de los percebes a buen precio, el día de las tapas de diseño, el día de la dignidad de los indignados, el día de los desmemoriados, el día de los euclidianos, el día de los pitagóricos, el día de los samaritanos, el día de los coleccionistas de discos de jazz de los años cincuenta, el día de los intoxicados, el día de los emergentes, el día de los devaluados, el día de la contrariedad, el día de los grandes almacenes en la periferia, el día de los hombres con asma, el día de los niños que dicen buenos días al entrar en la escuela, el día de las mujeres que sonríen, el día de los abuelos que juegan a la petanca en la plaza del pueblo, el día de los devotos de San Alberto Magno, el día de los que en una ocasión amaron y no se vieron correspondidos, el día de los energúmenos reconocidos, el día de los jibarizados, el día de los que leen a diario la prensa deportiva local, el día de la hilaridad, el día de la pesadumbre, el día de los hombres que aman a las mujeres, el día de los zurdos, el día de los políticos con vocación tardía, el día de los comprometidos con la capa de ozono, el día de los que dejan para el fin de semana salir de paseo con la familia, el día de los que nacieron en en luna llena, el día de los secretos, el día de las albricias, el día de las palabras esdrújulas que empiezan con hache, el día de los que echaron de casa, el día de los eyaculadores precoces, el día de los mensajeros del miedo, el día de los sacerdotes de pueblos de menos de dos mil habitantes, el día de las mujeres hirsutas, el día de las regiones oscuras del alma, el día de los barcos que se quedaron atrapados en el hielo, el día de los marsupiales, el día de las tinieblas cayendo sobre nosotros, el día de las borracheras idílicas, el día de los enamoramientos infinitos, el día de los tergiversadores, el día de la convivencia vecinal idílica, el día de los transexuales árabes, el día de los payasos argentinos, el día de los directores de serie B, el día de las novias despechadas, el día de los actores porno en paro, el día de la mugre, el día de los mitos clásicos, el día de los futbolistas extranjeros en la liga española, el día de las tortugas azules, el día de los monos de Gibraltar, el día de las preñadas solteras, el día de los matemáticos sin plaza docente, el día de las formulaciones químicas, el día de los adoradores de Mefistóteles, el día de los que de pequeños disfrutaron de Fu-Manchú, el día de las niñas precoces, el día de los juguetes no sexistas, el día de la vírgenes suicidas, el día de las contemplaciones, el día de los que sintieron la llamada de la fe, el día de los animales exóticos, el día de la concupiscencia, el día de los tímidos, el día de los desposeídos, el día de los dramas de época, el día de los poetas sufíes, el día del blues del delta del Mississippi, el día de la espuma de la cerveza, el dia de la estulticia, el día de los milagros del Nuevo Testamento, el día de los mcguffins de Alfred Hitchcock, el día de la incompetencia, el día de la flaqueza de la carne, el día de los vampiros, el día de las putas, el día de losel día de las nubes, el día de los peces de colores, el día de los rinocerontes, el día de los zoológicos belgas, el día de los machos alfa, el día de la leche pasada de fecha, el día de la ciudadanía echada a la calle, el día de los médicos sin plaza hospitalaria, el día de los abogados sin ningún caso ganado, el día de los cornudos, el día de los convencidos de que la tierra es plana, el día de los que se creen que se abrieron las aguas, el día de las monjas descalzas, el día de los abstemios, el día de los hijos de los espías de la KGB, el día de los desactivadores de bombas, el día de los concienciados por la desertización, el día de los retóricos, el día de los impotentes, el día de los plenipotenciarios, el día de los calumniados, el día de los explotados, el día de los explotadores, el día de los cien mil hijos de San Luis, el día de los que estuvieron en Kentucky y no probaron el bourbon, el día de los que entran en trance con las cantatas de Bach, el día de los justicieros, el día de los antiguos porteros del Logroñés, el día de los paparazzi, el día de los que alguna vez tuvieron una pájara en bicicleta, el día de los afrancesados, el día de los cariacontecidos, el día de los bastardos, el día de los pusilánimes, el día de los que confiesan a diario en misa de doce, el día de los estajanovistas, el día de los implicados en las causas corruptas, el día de los que sacan a pasear el perro y recogen la caca y la echan en una bolsita y luego la depositan en una papelera, el día de los que dan besos sin motivo, el día de los que las prefieran rubias, el día de los drones, el día de los pubis hirsutos, el día de las trompetas del apocalipsis, el día de las grandes palabras de los santos mártires, el día de los estupefactos, el día de los hijos de recaudador de impuestos, el día de los productores de lana virgen, el día de los que no han probado los callos de ternera, el día de los estraperlistas, el día de los directores de orquesta noruegos, el día de los que pagan sin chistar las multas, el día del rap canario, el día de las turbulencias financieras, el día del recuerdos de todos los muertos de los conflictos bélicos, el día de los derechos de los fumadores pasivos, el día de la facundia, el día de la distopía, el día de los cuentos chinos, el día de los vendedores de enciclopedias, el día de las mujeres que no han sido besadas por galanes de los años treinta, el día de las amazonas, el día de los suicidas con una cátedra de literatura indonesia, el día de los que componen música sacra, el día de los que coleccionan filatelia magiar, el día de los niños que leen a Góngora antes de cumplir los nueve, el día de los druidas, el día de las ninfómanas, el día de los soberanistas, el día de los previsores patológicos, el día de los que sufren en el inodoro, el día de los que se comprometen a salvar el planeta, el día de la duda razonable, el día de los profilácticos, el día de los hackers, el día en el que no se debería la tarjeta de crédito, el día de Sherlock Holmes, el día de las pin ups nacidas en Ohio, el día de la deconstrucción culinaria, el día de los dulces de leche, el día de las actrices del método, el día de los que pierden los nervios a la primera de cambio, el día de los infartados, el día de los pobres de espíritu, el día del parchís, el día del orgasmo, el día del orgullo sinfónico, el día de los atropellados en los pasos de cebra, el día del tarado consecuente, el día de los despreciados, el día de los convidados de piedra, el día de los eternamente quejumbrosos, el día de los que no tienen nunca nada mejor que hacer, el día de los que creen que les asiste la razón siempre, el día de los que nunca discuten, el día de los que aman al prójimo más que a sí mismos, el día de las mujeres con vello en las axilas, el día de los que sueñan con viajar a 1764, el día de los que pierden la lista del supermercado, el día de los que son buenos, el día de los indios sioux, el día de la marmota, el día de la mixomatosis, el día de los fanáticos de la LOMLOE, el día de los que nunca jugaron al golf, el día de los que sufrieron en silencio las hemorroides, el día de los plañideros, el día de los lectores octogenarios del Ulises de Joyce, el día de los que escriben un soneto al día, el día de los que nunca han escuchado a Stockhausen, el día de las cervezas alsacianas, el día de los grandes porteros rusos, el día de los astronautas zurdos, el día de las mujeres con un premio Loewe de poesía, el día de los timoratos, el día de los diplomáticos de carrera, el día de los que se perdieron en un viaje de fin de curso, el día de los que tienen un disco firmado por Elvis, el día de los abstemios, el día de los calzonazos, el día de las mujeres con menstruo abundante, el día de los lenguaraces. el día de los ninguneados, el día de los que hablan solos y creen que hablarán con Dios un día y el día de la felicidad, al que le quedan poco más de cuarenta minutos para que caduque.  

19.3.23

Padre

 



Hoy habrías venido a casa. Ya sabrás que nos mudamos al comenzar el verano pasado. Dejamos Lucena tras treinta años. No fue fácil, qué te voy a contar yo de dificultades. Nos hemos hecho a esta mudanza brusca con lenta eficiencia. Estamos muy bien en Villafranca. Hay cosas que han costado trabajo, pero otras fueron de una facilidad asombrosa. Los que quedamos nos tenemos cerca, eso es lo que cuenta. Me habrías preguntado de nuevo cómo nos va. Te gustaba darte por no informado y así te contáramos las cosas dos veces. Primeros echamos de menos a los amigos, luego los bares, eso te contestaría. También el colegio, en el que estuve casi desde que empecé a ser maestro, mi casa en muchos sentidos. Los recuerdos están fabricados con el mismo material que los sueños. Hoy he sentido nostalgia de una calle. La he recorrido con pasmosa morosidad. Aquí no hay ninguna que se le parezca. Tampoco nadie se parece a ti. He aprendido a no verte a diario, he ido comprobando tu ausencia. A veces me da por pasear en mi cabeza el camino que llevaba de casa a tu residencia. Fueron años malos los últimos. A veces ni verme te consolaba, pero cuando lo hacía, en ese momento en que tu cabeza se despejaba y encontrabas las palabras que no podías decir, era el sol el que pujaba en el cielo y yo el que te miraba con todo el amor del que un hijo puede disponer. Sigues allí, en el sur, en donde te dejamos. Te visitamos cuando volvemos. No decimos nada, qué habría que decir. Festejo tu recuerdo sin pronunciar una palabra. Recuento con alguna frecuencia tu vida, me complace estar al tanto de las penurias y de las alegrías, toda ese trajín de hombre trabajador que vivió para su familia casi más que para sí mismo. Las contabas con entusiasmo unas y otras. Antes de irte, harán tres años pronto, se te fue la voz, se te volaron las palabras. Me da por pensarte ahora en Roma o en Tenerife, en Cantabria o en Mónaco. Eras de viajar como otros lo son de tabernas y de eternas partidas de cartas en la mesa camilla. Cuando paseo, paseo en ocasiones contigo. Te sé cerca, aunque no me hables. Es un diálogo precioso, callado y precioso. Hoy hemos celebrado el casa el día del padre, el de José, tu nombre, pero eras Pepe para todos. Vinieron tus nietos y madre. Comimos en el patio de la casa que no viste. Bueno, algo me quedará por decirte. Tú lo habrás escuchado  






Fantasmas en la máquina

 







 
En este disco duro marca Seagate, modelo Barracuda, de dos terabytes de capacidad, montado y ensamblado en Tailandia, embutido en un chasis de rígido aluminio color plata, comprado en una de esas superficies que se encienden de fanáticos los sábados por la tarde, caben todos los caballos de John Ford. Nada hay más cinematográfico que un caballo galopando en Monument Valley, en blanco y negro, fundido con una música épica, avanzando sin síntomas de cansancio, perdiéndose en la distancia, que es el lugar natural donde se pierden todos los hermosos caballos del mundo. En esto pensé cuando lo miré, despejado de cables, expuesto al ojo cómplice, en la mesa quirúrgica. En este disco duro marca Seagate, Barracuda, dos terabytes, tailandés, rígido en aluminio color plata, caben todos los travellings de Coppola, todos los mafiosos de Chandler, las ubres ubérrimas de las pin upa de Rus Meyer, el doctor Manhattan en el borde de todas las galaxias, la Ealing y la Hammer, la HBO, las andanzas de Huckleberry Finn, el vampiro de Düsseldorf, el planeta de los simios, Ripley en el Nostromo, McClane en el Nakatomi, el maquinista de la general, los muertos de Huston, McFly en el Delorean, el conflicto de los hermanos Marx, los chicos del coro, Charlie abriendo una tableta dorada de chocolate, un par de helicópteros arrojando napalm en cinemascope, la belleza sureña de Jezabel, los mosquitos en La Reina de África, Will Danahen negando la dote de su hermana a un americano, la cabeza borradora de Jack Fisk, Lemmy Caution discutiendo en una habitación de hotel, la respiración salvaje de Darth Vader, el pubis hirsuto de Jeanne y el nihilismo de Paul, Mildred Pierce con un revolver en la mano, el  inexpresivo Victor Mature en My darling Clementine, las familias campesinas de la Dinamarca de Ordet, el implacable y casi mudo samurái de Melville, el Nota en una bolera, el skyline de Manhattan, Baby Jane, Eddie Felson viendo sudar a Minnesota Fats, Rick Deckart bajo la lluvia infinita, Harry Lime en su propio entierro, Kurtz en el corazón de las tinieblas, Jack Torrance hocicando con una hacha, Antoine Doinel en un patio de escuela, Frank Booth inhalando mala leche, Norman Bates blandiendo las notas de Herrmann, Sam Spade investigando la naturaleza de los sueños, Mrs. Danvers descorriendo unas cortinas, Tony Montana diciendo fuck you, Travis Bickle mirándose en un espejo, Rufus Firefly enarcando muchísimo las cejas, Harry Powell con la palabra amor tatuada en sus dedos, Cody Jarrett en la cima del mundo, el Delorean enfilando la eternidad, Sean Thornton con una gabardina gris en una Irlanda mítica, C.C. Baxter entrando y saliendo de los ascensores, Rick diciéndole a Sam que la toque una vez más, Norma Desmond fumando, William Munny vaciando el Colt por el honor de unas putas, Dorothy volando en una habitación, Atticus Finch hablando sobre la dignidad, Vincent Vega en un wc y las piernas de Esther Williams emulando ser pez. Uno más: Jacques Perrin, repasando los besos cortados por el cura, al final de Cinema Paradiso. En un disco Barracuda, abierto, presentado sin pudor, cabe esa felicidad extrema.

El problema del mundo son los discos duros. A veces pienso en el mal silencioso que producen, en el stress que crea el irlos llenando. Yo mismo debo tener media docena y casi estoy por decir que me vendría bien adquirir otro. Uno se mide entonces en gigas al modo en que los terratenientes lo hacen en hectáreas. A diferencia de éstos, yo soy el que hace la faena de campo. Los reviso de vez en cuando, organizo el material que tutelan y borro los archivos que están dañados, obsoletos o que, por una u otra causa, se han convertido en irrelevantes. Es admirable la velocidad con la que las cosas importantes dejan de serlo y la facilidad con la que aceptamos esa rebaja de rango. Anoche borré una película de ciencia-ficción de un tamaño descomunal. Ocupaba demasiado. Algo parecido me sucedió hace poco con un disco de una diva del bel canto. No me tembló la mano al mandarla a la papelera de reciclaje y me alegré enormemente al apreciar que entraba sin empujones. Uno de los actos más violentos que puede uno hacer es vaciar la papelera de reciclaje. Entonces no hay vuelta atrás o si la hay, pero mi precaria formación informática desconoce los pasos para revertir el fatal desenlace. Tampoco los domino en asuntos que le importan más a uno. Con qué satisfacción borraría archivos de mi cabeza los archivos que, a decir mío, han bajado de rango. ¿Quién no los tiene? Lo impredecible (y por tanto lo que verdaderamente alarma) es la capacidad de los malos para pervertir a los buenos. Como si dentro de la cabeza, que es un disco duro, todo anduviese desfragmentado y se mezclase, en alegre comandita, como de jarana sináptica, la parte jovial con la triste, la presentable con la indecente, Cyd Charisse con Pepe Isbert, Monteverdi con John Lee Hooker, la flauta de Ian Anderson con el piano de Bill Evans, el vozarrón de Van Morrison con el canto melifluo de Kate Bush, todo lo que nos hace equilibrados con lo que nos malea. 

Hace tiempo leí un relato (cuyo autor no recuerdo) de título algo así como Mamá, quiero ser un cyborg. Lo he buscado en el oráculo sublime (nuestro bendito google de cada día) y me ha dado calabazas binarias. Sale la frase (mamá etc) pero no el cuento que me cautivó. Se llamaría de otra manera y yo lo he reconvenido en ése. Siendo uno de esos bichos mitad hombre, mitad máquina, viviríamos mejor. Podríamos hasta actualizar nuestro software. El mío, a los  cincuenta y siete de mi encendido, anda necesitado de una puesta a punto. Creo que a los veinte también hubiese venido bien otra. No conozco a nadie (digo a nadie) de quien alegremente se pueda decir que no necesita esa revisión. Pero el mono no mutó en máquina ni yo tengo hoy otra cosa con la que empezar el domingo que esta reflexión irrelevante que ofrezco a modo de evidencia de mis vicios cibernéticos. Tengo muchos. Mi casa está llena de trastos. Los tengo en perfecto estado de revista. Si un día la ciencia abarata eso de implantar chips para que vivir sea más llevadero, me apunto a la previsible lista de entusiastas que se pondrán uno. Mis datos biométricos irían a la pantalla de mi móvil. Si escucho un aria de Verdi o un solo de trompeta de Chet Baker, habrá en esa rendición matemática algo que lo cuantifique. Un subidón. Si el día se levanta plomizo y no doy pie con bola, esa fiesta de los números será pobre. Habrá hasta quien se plantee jaquearme: introducir un elemento invasivo, vigilante, que haga de mí lo que no soy. Lo bueno es que cuando marre un propósito o malogre el trabajo en el que ande, siempre podré atribuir el roto al desquicio de la máquina. Un cyborg tiene más de mil coartadas. 

18.3.23

Borges

 



Leí hoy que Borges es la literatura y Bach la música. Si los hados o el azar o la conjunción de todas las adversidades cuánticas, teologales y logísticas borraran de la faz de la tierra a los escritores y se decidiera preservar uno como símbolo o como preboste de los que hubo, si en un mal sueño todos los libros fueron arrojados a la pira del olvido y uno solo prevaleciera, sería alguno de Borges. De no ser por Borges, yo no sería quien soy, si es que uno es algo. A Borges le debo mi amor a las letras, mi felicidad libresca, casi mi armonía con el cosmos. Porque hay días en que me siento feliz en el mundo y razono los motivos de esa dulce epifanía. Entonces pronuncio la palabra Borges. De vez en cuando, al entrar en mi biblioteca, me acerco a los tomos de sus obras completas y cojo un volumen. Abro una página y leo de pie un rato. Luego lo devuelvo al anaquel y casi me dan ganas de besar el lomo. Soy de Borges con absoluto encomio. Hay quien se reparte en los elogios, yo haré eso en el fondo, también tengo repartido el altar de mis devociones; quien admite las alabanzas al maestro argentino y hasta lo venera pública o veladamente, pero yo voy más lejos, mi gratitud es mayor. Como empecé a leer tarde, fue el primer autor que elegí para atravesar los páramos y los riscos de las letras. Fue una entrada gloriosa, difícil y gloriosa. No salí indemne. De leer nunca se sale ileso. La verdadera lectura curte como un sol a plomo sobre una piel que no se mueve. Hace unos años emprendí la aventura de releer todo lo que escribió. Solía empezar en verano, al encontrar el tiempo feliz de las vacaciones, y acababa hacia navidad. Era una lectura cronológica y reverencial. Parecía un conjurado al que se le ha encomendado una tarea y no tiene otra cosa a la que aplicarse salvo concluirla. Una especie de autómata consciente de la mecánica de sus actos. Pero es un fluir maravilloso cada vez que la retomo. En julio empezaré de nuevo. Compaginar las obras de Borges con las de Bach, se me ocurre. 

La oración de los grandes iconoclastas

   


                                          Fotografía: Dieter Demme, Parque infantil, 1982

Nada más terminar el poema, saqué la ropa a tender. El aire tenía una inconsciencia de párvulo, las nubes eran catedrales sobre un fiordo de metáforas y de cisnes sin propósito. A lo lejos el río, a lo lejos las últimas voluntades de un pastor de almas. Era el tiempo de los mármoles rotos. Una multitud pedía pan y salmos. A uno que se le ocurrió intervenir desde una atalaya que improvisó en un risco le increparon en un idioma que no entendía. Otro danzaba como los hombres cuando arden. Mi hija parecía una virgen en un paisaje lombardo del siglo VII. A Leonard Cohen le conmueven los fuegos de la infancia, la lúbrica compostura de la carne cuando la colman todos los ángeles de los cien cielos. He viajado al origen, he visto la semilla, soy un elegido. La alegría se ha posado en mi corazón como un pájaro milagroso. Todos los pájaros cruzan el mundo en el instante en que un verso los reclama y confía la verdadera naturaleza de los dioses. Vi hombres de fe comidos por una fiebre del tamaño de un corazón devastado por el desquicio de la sangre. Vi tinieblas, vi naranjas enfermas. He pasado toda la noche soñando con las novias que no tuve. Una era la viva imagen de Patti Smith cuando torcía la boca y cantaba como un ángel ebrio. Otra me cogió de la mano y paseamos las calles de una ciudad en llamas. Las cenizas de la misericordia. Las babas del diablo. Antes de que despertara, supe que la lavadora había acabado su programa. Es japonesa, costó cara. Tiene un martillo nórdico con el que desorienta el vuelo de las horas. Hay mañanas de sábado en que lo único que cuenta es tender la ropa y sentarse después en una silla cómoda para ver cómo el viento levanta las sábanas y el sol pequeño perla con un sudor sin matices el blanco perfecto de su paisaje. Tengo conmigo las grandes palabras. Las pronuncio con pudor adolescente. Unas convidan a otras para que sobrevenga un hijo de sintaxis y de futuro. Los poetas son santos de una pureza huidiza. Los mejores poetas son pecadores de una pureza sin pulir. Lo hermoso es un fluir o un tumulto. Yo vago la ciudad con los ojos de algún poeta menor. Yo soy esa vaga contención de lo inefable. Mi patria es la ceniza que cierne los abrazos y los besos. Voy incesantemente hacia la última orilla. He dejado atrás el peso de los metales, he comprendido la sustancia misma de la mecánica de los astros. Mi voz se desploma en un alarde de palmeras y viejas radios alemanas. Un niño la mira en el suelo. La iza con esmero, se la come con mesura. Es antigua la imagen. Está representada en los lienzos antológicos. No hay pintor que no se haya sentido íntimamente consternado cuando no ha logrado plasmar el momento en que la voz medra en la boca y de pronto se descompone y acaba en el suelo. Ninguno que no haya buscado a ese niño al que sobrecoge el sacrificio vertical de las palabras. Una palabra es un milagro. Voy de mi tristeza hacia mis caprichos. El campo por el que avanzo se ha crecido en arrogancia. Se sabe limpio, se cree inmortal. Libélula de óxido roto, el aire está en plena ocupación del aire. 

17.3.23

Ser un mapa




Rural highway, Cornell Capa, 1959, Magnum Photos


Uno viaja sin considerar el destino, cree que ninguno es válido, acepta que cualquiera lo es. Se tiene la idea romántica del viaje, la de probarse en otros paisajes, la de pensar el mundo a pie de campo, la de ser azarosamente otro. Al principio, cuando empezamos a construir la civilización tal como hoy la entendemos, la palabra viaje no tenía el sentido que hoy posee. Era sobrevivir, era capear la adversidad con la promesa de la distancia, que era, más que agasajo a los sentidos, impedimento, penuria. Los pueblos se desplazaban para medrar, anhelaban el bienestar que no les procuraba el lugar en donde nacieron. El progreso descubrió la idea de viajar, que algunos confunden con la de hacer turismo, aunque todos hayamos caído en su red y hayamos repetido lo que otros antes, hecho lo que los demás hicieron y, con seguridad, harán. 

A viajar se va a no saber, se pierde la compostura de la previsión, se le otorga carta de mando al asombro. Todo lo demás es el paisaje esperado, el que no fascina. Se han visto tantas cosas sin saber qué se estaba mirando. Se tienen los ojos cerrados, aunque creamos tenerlos abiertos de par en par, hasta expectantes. Lo más costoso de todo es educar la mirada, no concederle facilidades, ponerle las cosas difíciles. No hace falta que el viajero se pierda en la hondura, en el país profundo para viajar de verdad. Basta abrir los sentidos, concederles el rango que normalmente no se les permite. El problema es siempre ése: saber cómo mirar, saber después cómo disfrutar de lo mirado. Hay que abastecerse de incertidumbres. Lo otro, las certezas a las que inevitablemente propendemos, nos dan otros placeres, no dudo que maravillosos también, pero viajar es anhelar el horizonte, aceptar que no hay un plan de actividades: ir sin mapas, ser uno mismo el único mapa.  Eso debería ser, aunque sea otra cosa. También hay un viaje interior. No hace mucho paseé mi ciudad, la que conozco, en donde nací. No una caminata larga. Torcí sin voluntad una esquina cuando podía haber elegido la contraria. Dibujé un mapa invisible con mis pasos. Quizá haya dibujado, sin saberlo, un laberinto. No sabría recorrerlo de nuevo mañana, si terciara andar de nuevo. Me pareció que había estado fuera y también lejos. Viajar es un asunto que sucede dentro de la cabeza. Por eso leer es un viaje simulado. Por eso la literatura es un desplazamiento. La única distancia es interior. 

Tengo más ganas de viajar que nunca. Lo anhelo con la mesura del que sabe que será más celebrado cuanto más tarde en que sea verdad y hagamos las maletas con el corazón encogido por la emoción y las piernas instruidas en el oficio que ciegamente ejecutan. Yo creo que el mismo cuerpo se regocija cuando se le lleva a sitios que no conoce. El cansancio es su forma de agradecer que se le saque de la rutina. Antes de la pandemia, hicimos grandes viajes. No haber hecho ninguno similar hace que los recuerde apasionadamente. Creo poder narrar los itinerarios, pero no es cosa que vaya a interesar a nadie. Lo que a mí me agrada de los viajes ajenos es la sensación de que quienes fueron no son los mismos a los que han vuelto y nos hablan. Son nuestros amigos, les escuchamos como siempre, nos alegramos de sus alegrías, pero viajar los hace otros. 

En cierta ocasión, M.A. me contó que había ido a S. solo. Se había dado un garbeo por los barrios populares, por las tabernas y por las iglesias que amaba. A última hora de la tarde, antes de que cayera la noche, volvió a su pueblo. Cuando hablamos, dijo haber estado en el extranjero. Imagino que sería algo que yo mismo he vivido en alguna ocasión: sentirse libre, no tener nada que hacer y, al tiempo, poder hacerlo todo; también tener la certeza de que se está haciendo algo extraordinario, aunque tan sólo hayamos caminado cinco o seis horas, detenido en un café, entrado en una librería, admirado la arquitectura o mirado a la gente a la que no conocemos. Se va lejos cuando ves a una multitud y no reconoces ninguna cara. Tampoco ellos te ubican, saben quién eres. Cuanto menos saben, más sabes tú de ti mismo. Ese prodigio. El azar quiso que yo caminara el centro de Praga solo. De pronto sentí una zozobra maravillosa. También a veces concurre esa pequeña epifanía al pasear Córdoba o Lucena. Allí viví treinta años. La echo de menos, pero el mapa de sus calles está en mi cabeza. Yo soy ese mapa. Buen viernes. Yo haré un pequeño viaje hoy. Lo celebro desde que lo planeé. Como cuando niño me contaban con antelación que íbamos a algún lado y salíamos unos días de casa. 

16.3.23

100 canciones / 14 / Walk out to winter, Aztec Camera, 1983

Para Antonio Porras y Ana María Díaz, por las canciones que nos abren el día.
Cuando salió el primer álbum de Aztec Camera la banda se había inmolado. De ella Roddy Frame, que no fue miembro fundador, mantuvo el nombre y el espíritu pop durante quince años en los que reclutó personal mercenario para facturar seis discos de pop elegante. Tenían veinte años y se habían afiliado al ruido tropical y punk de los Clash, pero la música que amaban era más luminosa. Limaron la aspereza de las guitarras y les acoplaron una textura fresca de teclados para que aquel milagro casi adolescente fuera apto para cualquiera con un mínimo de sensibilidad armónica. Walk out to winter es la joya de la corona. Es un lenitivo contra la tristeza. Si te abate algún padecimiento y confías en que la música lo rebaje o lo cancele, esta es la canción. Más que la canción en sí, es un placer saber que existe, que podemos tener esos tres minutos a capricho de nuestro ánimo e izarlo si se abate o acariciarlo como una piel que se ama si de pronto la alegría nos recorre como un veneno dulce y contagioso. A mí, en ocasiones, sin que haya razones fiables que lo confirmen, me hace pensar en la Navidad. No es un villancico, es otra cosa, no se fijen en la brumosa letra, ni en el temple meramente tarareable, sino en su espíritu, en su fluir delicioso. Me conduce al árbol y al trineo planeando temerariamente por los tejados. Yo es que soy muy inglés en asuntos navideños, siento decirlo.





Uno es muchos


 Music for the masses, DM


No hay manera de saber la razón por la que todos disfrutamos las mismas cosas. Deberíamos tener gustos individuales que nadie comparta. Cada uno una debilidad íntima, que no sea la de los otros o que no despierte el mismo interés, ni siquiera interés público alguno. En cierto modo el hecho de que exista esa afición común, la de ir a la playa o visitar un museo o escuchar un concierto de música sinfónica o sentarnos en las terrazas y tomar un vermut, hace que no seamos tan exigentes, se diluye la responsabilidad, se rebajan en cierto modo las expectativas, y no es tan importante que la playa no sea la que esperábamos o que el museo no tenga los cuadros que deseábamos ver o que el concierto no tuviera los intérpretes idóneos o la terraza no nos entusiasme. Se comparte la decepción y esa división hace que el daño no sea tan evidente o que no haya ninguno incluso. Somos masa pura para lo bueno y para lo malo. Cuando pienso en qué tengo yo que sea enteramente mío, de lo que posea una propiedad de verdad privada, que no suscite la inclinación o la devoción ajena, no encuentro nada a lo que acogerme, ninguna cosa que me apasione y de la que tenga la sensación de que es rara o de que no alienta el favor popular. 



Antes de que se derrumbara a peso el calor sobre mi pueblo, salí a pasear escuchando sinfonías. Me acompañaron Mahler, Dvorak, Mozart... Desea uno euforia sin interrupción. Que todo acoja ese deslumbramiento o ese milagro repetido de sentir placer. Prefiero la periferia, me siento bien lejos del mundanal ruido, ocupado en sentirme hospitalario conmigo mismo, consciente de que todos estos años de trasegar con mis manías han tenido alguna utilidad de la que ahora pueda extraer algunas más, por ver de qué soy capaz. Si podré entrar en contacto con el budismo o con el cine ruso del primer tercio del siglo XX (del otro, salvo el gran Tarkovski) o con el nihilismo o la paleontología. Si dejaré de sentir alegría cada vez que escucho valses de Strauss y me aficiono a la tristeza de la sinfonía número 5 de Mahler, que aprecié hace años y a la que vuelvo con absoluta reverencia Todo lo que no he hecho me apremia. Todo lo que no sé me reclama. A veces esa urgencia se retrae y tan sólo se desea un receso, una especie de blindaje contra la realidad, un camuflaje válido, un estado de invisibilidad y de clausura. Ni Mahler ni Tarkovski. No conviene ingresar en la desgana si no es estrictamente necesario, no está siempre uno con esa voluntad un poco excéntrica, en la que se administra a conciencia la pesadumbre, por ver cómo encaja, por observar de primera mano sus efectos. 


Uno es muchos, no somos el mismo a tiempo completo, no es bueno ni siquiera que seamos únicamente esa unidad estable, indivisible, como hecha un grumo sólido. Qué placer ser los demás, probar a ser otros, exponerse a las costumbres ajenas, darse sin que nos demos de verdad, involucrarse a medias, como guardando una porción personal en la confianza de que podamos sacarla y andar de nuevo a nuestro paso, al aprendido, al probado durante años. Qué enorme placer salir de nosotros mismos a capricho y saber el camino de regreso. Ser dos personas diferentes y que ninguna sepa nada de la otra. Esa ficción narrativamente tan golosa. Como todas. La vida da sus previsibles raciones de luz y de sombra. Nos acogemos a esa tornadiza danza. La miramos con recelo, con ímpetu, con temor, con amor. 

15.3.23

Preferir no hacerlo


 Entreveo en mi desidia hacia algunos asuntos a los que se supone debo aplicar interés un signo de la edad. Me retraigo adrede, doy de mí una brizna, incluso me las guardo todas, y hasta declaro con más o menos chanza que no albergo propósito de enmienda y esa desgana no es fortuita sino pensada, convertida en una especie de declaración de principios, aunque sea dirigida hacia mí mismo. Me tengo en la más alta estima y a veces me da por sentirme hospitalario por dentro, en lo deseado, en lo que hace que mi vida sea, si no más feliz, al menos placentera a ratos, cuantos más abundantes esos ratos, no hay discusión en eso, mejor. Tiene uno también la certeza de que no es un descarriado ni un vivalavirgen. Lo de la edad da un predicamento; en realidad, todas lo dan. De cualquier tramo de nuestra vida se tiene la idea de que es el mejor de cuantos hemos tenido. No tener nada que demostrar es evidencia de que tal vez nos sobre vanidad, amor propio, ese sentirse incesantemente en posesión de todas nuestras facultades. Qué error se comete, con qué gratuidad se hacen esas sentencias. La mayoría no sirven para nada. Ni siquiera a quien las idea le reporta mayor beneficio que alguna pequeña satisfacción eventual, un salirnos con la nuestra que no nos lleva a ningún sitio. Será verdad eso de que todo el mundo va a lo suyo menos yo, que voy a lo mío. No sé qué es mío, qué de los demás. Hoy ha sido el día de no saber, de no querer saber también. Hay que darle al cansancio una casa en la que se tumbe y prospere su desaliento. No ocurre nada si se fomenta ese hastío. Tampoco ocurrió nada cuando se nos vio enérgicos o particularmente activos. Se me hace sencillo incurrir en esas pequeñas licencias, encomendarme por un rato a la anarquía, a eso de Bartleby cuando se le requería algo y decía preferir no hacerlo. Pues eso. Yo me entiendo; cualquier, por unas u otras causas, también podría. 

14.3.23

La esperanza

 


La esperanza no es la convicción de que algo salga bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, salga como salga.


                                                                                        (Vaclav Havel)


En eso, en rebajar el prestigio de la esperanza, no hay un consenso. Está muy arraigada la esperanza, ha concitado la convicción unánime de que conviene que exista, aunque después las expectativas no se cumplan o lo hagan a medias y a veces no a nuestra entera conveniencia. La culpa la tenían, como en casi todo, los benditos griegos. De ellos es la caja de Pandora y ellos dejaron escrito que todos los males fueron liberados cuando esa mujer curiosa la abrió. Sólo quedó adentro la esperanza; de ahí viene la fe, que viene a ser una esperanza refinada, teologal y trascendente. Creemos en la venida de mejores tiempos o en el regreso de algún mesías o en la restitución íntegra de todo lo que se nos retiró. creemos en la bondad del futuro. No hace falta que consigamos lo que anhelamos, viene a decir Havel: sólo cuenta que obremos con convicción y que la espera no sea dañina. Se espera con fe, se aguarda con el alivio de que quizá se escuche nuestra súplica (nuestro deseo, nuestro anhelo) y todo nos sea concedido. Una buena parte de los sueños contribuye a que lo anhelado se produzca. También tenemos la literatura, que es un sueño escrito por otros, más capaces, con mayor despliegue y desempeño. Las novelas no tienen que terminar bien: lo que tienen que tener es sentido, aunque no gane el bueno y el mal triunfe y el amor fracase. Estamos hechos de esa esperanza frágil y revisable, huérfana de certezas, anclada en lo real, confiada en lo por venir, convertida en instrumento de alivio y en refugio. Lo anhelado legítimo, lo deseable pensado: la esperanza es una virtud siempre. Sin ella, si no acude, se desvanece el futuro, que es la estancia de lo por venir. Y le damos la más alta sustancia, la distinción más noble. En la intemperie de lo humano, la esperanza es una casa, provee un techo, hasta un cielo. 

Elogio de las cartas de amor

                                                                 René Magritte, Los amantes Nunca he recibido una carta de amor, aunque hay ...