25.10.08

Galeano (before dinner)


La máquina
Eduardo Galeano


Sigmund Freud lo había aprendido de Jean-Martin Charcot: las ideas pueden ser implantadas, por hipnotismo, en la mente humana. Ha pasado más de un siglo. Mucho se ha desarrollado, desde entonces, la tecnología de la manipulación. Una máquina colosal, del tamaño del planeta, nos manda repetir los mensajes que nos mete adentro. Es la máquina de traicionar palabras. El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, había sido electo, y reelecto por abrumadora mayoría en comicios mucho más transparentes que la elección que consagró a George W. Bush en Estados Unidos. La máquina dio manija al golpe de Estado que intentó voltearlo. No por su estilo mesiánico, ni por su tendencia a la verborragia, sino por las reformas que propuso y las herejías que cometió. Chávez tocó a los intocables. Los intocables, dueños de los medios de comunicación y de casi todo lo demás, pusieron el grito en el cielo. Con toda libertad denunciaron el exterminio de la libertad. Dentro y fuera de fronteras, la máquina convirtió a Chávez en un "tirano", un "autócrata delirante" y un "enemigo de la democracia". Contra él estaba "la ciudadanía". Con él, "las turbas", que no se reunían en locales sino en "guaridas". La campaña mediática fue decisiva para la avalancha que desembocó en el golpe de Estado, programado desde lejos contra esta feroz dictadura que no tenía ni un solo preso político. Entonces, ocupó la presidencia un empresario, votado por nadie. Democráticamente, como primera medida de gobierno, disolvió el Parlamento. Al día siguiente, subió la Bolsa; pero una pueblada devolvió a Chávez a su lugar legítimo. El golpe mediático sólo había podido generar un poder virtual, como comentó el escritor venezolano Luis Britto García, y poco duró. La televisión venezolana, baluarte de la libertad de información, no se enteró de la desagradable noticia. Mientras tanto, otro votado por nadie, que también llegó al poder por golpe de Estado, luce con éxito su nuevo look: el general Pervez Musharraf, dictador militar de Pakistán, transfigurado por el beso mágico de los grandes medios de comunicación. Musharraf dice y repite que ni se le pasa por la cabeza la idea de que su pueblo pueda votar, pero él ha hecho voto de obediencia a la llamada "comunidad internacional", y ése es el único voto que de veras importa, al fin y al cabo, a la hora de la verdad. Quién te ha visto y quién te ve: ayer Musharraf era el mejor amigo de sus vecinos, los talibanes, y hoy se ha convertido en "el líder liberal y valiente de la modernización de Pakistán". Y a todo esto, continúa la matanza de palestinos, que las fábricas de la opinión pública mundial llaman "cacería de terroristas". Palestino es sinónimo de "terrorista", pero el adjetivo jamás se adjudica al ejército de Israel. Los territorios usurpados por las continuas invasiones militares se llaman siempre "territorios en disputa". Y los palestinos, que son semitas, resultan ser "antisemitas". Desde hace más de un siglo, ellos están condenados a expiar las culpas del antisemitismo europeo y a pagar, con su tierra y con su sangre, el holocausto que no cometieron. Concurso de agachados en la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas, que apunta siempre al sur y nunca al norte. La comisión está especializada en disparar contra Cuba, y este año le ha tocado al Uruguay el honor de encabezar el pelotón. Otros gobiernos latinoamericanos lo han acompañado. Ninguno dijo: "lo hago para que me compren lo que vendo", ni: "lo hago para que me presten lo que necesito", ni: "lo hago para que aflojen la cuerda que me aprieta el pescuezo". El arte del buen gobierno permite no pensar lo que se dice, pero prohíbe decir lo que se piensa. Y los medios han aprovechado la ocasión para confirmar, una vez más, que la isla bloqueada sigue siendo la mala de la película. En el diccionario de la máquina, se llaman "contribuciones" los sobornos que los políticos reciben, y "pragmatismo" las traiciones que cometen. Las "buenas acciones" ya no son los nobles gestos del corazón, sino las acciones que cotizan bien en la Bolsa, y en la Bolsa ocurren las "crisis de valores". Donde dice "la comunidad internacional exige", debe decir: la dictadura financiera impone. "Comunidad internacional" es, también, el seudónimo que ampara a las grandes potencias en sus operaciones militares de exterminio, o "misiones de pacificación". Los "pacificados" son los muertos. Ya se prepara la tercera guerra contra Irak. Como en las dos anteriores, los bombardeadores serán "fuerzas aliadas" y los bombardeados "hordas de fanáticos al servicio del carnicero de Bagdad". Y los atacantes dejarán en el suelo atacado un reguero de cadáveres civiles, que se llamarán "daños colaterales". Para explicar esta próxima guerra, el presidente Bush no dice: "El petróleo y las armas la están necesitando, y mi gobierno es un oleoducto y un arsenal". Y tampoco dice, para explicar su multimillonario proyecto de militarización del espacio: "Vamos a anexar el cielo, como anexamos Texas". Nada de eso: es el mundo libre el que debe defenderse de la amenaza terrorista, aquí en la tierra y más allá de las nubes, aunque el terrorismo haya demostrado que prefiere los cuchillos de cocina a los misiles. Y aunque Estados Unidos se oponga, como también se opone Irak, al Tribunal Penal Internacional que acaba de nacer para castigar los crímenes contra la humanidad. Por regla general, las palabras del poder no expresan sus actos, sino que los disfrazan; y eso no tiene nada de nuevo. Hace más de un siglo, en la gloriosa batalla de Omdurman, en Sudán, donde Winston Churchill fue cronista y soldado, 48 británicos ofrendaron sus vidas. Además, murieron 27 mil salvajes. La corona británica llevaba adelante a sangre y fuego su expansión colonial, y la justificaba diciendo: "estamos civilizando Africa a través del comercio". No decía: "estamos comercializando Africa a través de la civilización". Y nadie preguntaba a los africanos qué opinaban del asunto. Pero nosotros tenemos la suerte de vivir en la era de la información, y los gigantes de la comunicación masiva aman la objetividad. Ellos permiten que se exprese, también, el punto de vista del enemigo. Durante la guerra de Vietnam, pongamos por caso, el punto de vista enemigo ocupó 3 por ciento de las noticias difundidas por las cadenas ABC, CBS y NBC. La propaganda, confiesa el Pentágono, forma parte del gasto bélico. Y la Casa Blanca ha incorporado al gabinete de gobierno a la experta publicitaria Charlotte Beers, que había impuesto en el mercado local ciertas marcas de comida para perros y de arroz para personas. Ella se está ocupando, ahora, de imponer en el mercado mundial la cruzada terrorista contra el terrorismo. "Estamos vendiendo un producto", explica Colin Powell. "Para no ver la realidad, el avestruz hunde la cabeza en el televisor", comprueba el escritor brasileño Millor Fernandes. La máquina dicta órdenes, la máquina aturde. Pero el 11 de septiembre también dictaron órdenes, también aturdieron, los altavoces de la segunda torre gemela de Nueva York, cuando empezó a crujir. Mientras huía la gente, volando escaleras abajo, los altavoces mandaban que los empleados volvieran a sus puestos de trabajo. Se salvaron los que no obedecieron.

Benedetti (before lunch)



No te salves

No te salves
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgano
no te salves ahora ni nunca,
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas, entonces
no te quedes conmigo
.

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Mario Benedetti

24.10.08

Quien sufre es su fondo de inversión...




Dos cómicos ingleses explican las razones de la crisis... Impagable.
Y al final le pegan la puñalada trapera a Gordon Brown. ¿De verdad que todo empezó en Alabama?

23.10.08

Buda explotó por vergüenza: El cine como conmoción




Nunca había visto antes una película iraní. No conozco nada de Kiarostami, a pesar de que mi amigo K. insiste siempre en que busque un hueco entre Fritz Lang y Michael Mann y vea A través de los olivos. Confieso cierta inercia a dejarme llevar por lo que conozco. Prefiero redescubrir a Bresson que conocer a Ozu. Tampoco tengo a mano todas las hipotéticas joyas del cine turco o mongol, pero admito que cuando he visto alguna película aparentemente exótica, alejada de los canales ortodoxos de distribución, despojada de los clichés del cine pensado como industria, facturada en algún remoto país sin pedigree en la Historia del Séptimo Arte(¿Túnez?¿Bolivia?¿Jordania?) he pensado lo erróneo de ciertos hábitos y me he obligado a dejarme engolosinar más por lo que se salga de la rutina.
Buda explotó por vergüenza viene de ganar el Premio de la Crítica del Festival de Cannes del año pasado, así que no es (precisamente) una anomalía del sistema, una especie de pequeña joya que haya pasado desapercibida por todo el mundo. Esa distinción la ha colocado en el pelotón de salida de la fama internacional, que no sé muy bien qué es pero que hace que las películas sean vistas o exploten, en las estanterías del olvido, por vergüenza, como el Buda.
Quien no la ha visto, sabe de qué va. Conoce que cuenta la historia de una niña que se obstina (con una obstinación rayana en el desmayo) en comprar un cuadernito, un lápiz y una goma y así poder asistir al colegio con un vecino de su edad (seis años, siete tal vez) con el que comparte rellano a pie de cueva. Estamos en Afganistán no mucho después de que la demolición del Buda excavado en la montaña a manos del talibanismo más radical, y perdóneme el lector por la redundancia, pero Hana Makhmalbaf, la joven directora iraní de dieciocho años a cargo de este festín de denuncia y de poesía, no retrata ni un solo acto de la barbarie que asoló el país salvo la escena con la que se abre el metraje: el reventón del Buda, su eliminación del mapa sentimental de un pueblo. A lo que asistimos es a una odisea que esclarece las consencuencias de esas tropelías. Asistimos a los juegos de una docena de infantes ociosos, que encuentran en la copia de los comportamientos de sus próceres un anclaje más que satisfactorio con la crudísima realidad que les circunde. Si han de ser talibanes y odiar al enemigo americano, pues a arrojarse de cabeza al fanatismo y a odiar a quien se ponga por delante. Las escenas en las que los niños desarrollan sus juegos son escenas de una sencillez plástica y formal irreprochable pero que celan, en su vértigo, en su desquiciamiento, las muescas de un país, su más enloquecida estampa.
.



Buda explotó por vergüenza es una película de una ternura asombrosa. Si peca de ingenua en algunos tramos, si cae en un simplismo excesivo, luego todo se compensa con la impresión absoluta de ser cómplices de una denuncia hermosa, al menos; una del tipo que (al salir de la sala oscura) nos hace paradójicamente felices. Porque no se puede ser feliz y exultar ese júbilo cuando en ese remoto rincón del globo pasan las cosas que acabamos de contemplar. Y lo único que la niñita quiere es que le cuenten historias. Historias sencillas que pueda después rememorar con la lectura. Cine más puro que ningún cine: imágenes que brotan de las palabras. Mi amigo K. está feliz porque he sido valiente.
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Diseminar ideas...


"Un terrorista no es sólo alguien con un arma de fuego o una bomba, sino una persona que disemina ideas contrarias a la civilización occidental y cristiana".

Jorge Rafael Videla (1.976)

Alguien que lee.

21.10.08

La literatura de la mentira


I
William Faulkner escribió: "Algunas personas nacen para creer las mentiras de otras". Y hay quienes vinieron al mundo para mentir. Quienes cuentan mentiras como si no lo fuesen en absoluto y creen el texto de esa infamia y lo elevan a plegaria. Quienes son incapaces de mentir, pero se engañan a sí mismos porque la verdad, alumbrada al mundo, les hiere, les aturde, les niega la secreta esperanza de ser felices. Una parte infantil de nosotros (adulta quizá también) echa en falta la prodigiosa literatura de la mentira. Por eso mucha gente se dedica a escribir: porque escribir legitima para pervertir la realidad y crear un territorio idílico en el que importa más la belleza de las cosas (o su extrañamiento o la forma en que se revela) que su veracidad.
Faulkner es el mentiroso profesional. Faulkner ahora que estoy releyendo (qué placer) El ruido y la furia. El lector, el crédulo, es el feligrés, el que consiente la cortesía fantástica de aceptar el engaño. La historia contada por una lado o por otro o sentida o presentida, pero la historia a trompicones, que es la historia como ha sido entendida. En ésas estamos, créanme.
II
Ser lector es, ante todo, vivir en esa fértil incredulidad. Escribir es una forma razonable de envalentonarse con la realidad y, a la manera de un pequeño dios, uno rudimentario y caprichoso, concebir otra que la corteje, fornique y preñe. O que la niegue y la arrumbe en el más sórdido de los olvidos posibles.
III
La literatura segrega imposturas. La imaginación es una tentativa de felicidad que no se fía del apero de la realidad, aunque después, conforme el escritor se acomoda a su oficio y adquiere estilo, precisión y confianza, la literatura no recluta fingimientos ni acude a falsedades consentidas, pero hace falta ser Faulkner, y expresar sin aderezo estilístico, ideas formidables en un envase modestísimo.

Recapitulando...


"Me he pasado la vida amando algo que no existía"

Scarlett O'Hara a Ashley Wilkes en Lo que el viento se llevó.

19.10.08

Las crónicas ucrónicas



«Ucronía: Reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder».

(Diccionario de la R.A.E.)


Dice Ian Gibson que no resistiría ver el cráneo de Lorca así que no va a asistir al desenterramiento del poeta. A veces bastan las certezas y somos crédulos, en el fondo, a la hora de aceptar lo que libera nuestro corazón, lo que lo manumite del dolor o de la incertidumbre. En la prensa extranjera están encantados con la iniciativa de Garzón de desescombrar la Historia y remover las alfombras que escondían todos los muertos del Régimen. Parece que montar un nuevo Nüremberg y repensar, en pleno siglo XXI, en la Europa que vio el exterminio de judíos por los nazis, el violento concepto de exterminio (léase también genocidio). ¿Lo hubo entre 1.936 y 1.951? Ahí es en donde Garzón va a escarbar. Si el juez asea el patio del vecino es de suponer que terminaría adecentando el propio. Cuentan hoy los periódicos que hay venerables ancianos en las provincias del reino que guardan en su memoria su militancia bárbara, el recuento de ajusticiados. Lorca es el heraldo funesto de esta caterva infame de muertos, pero detrás hay vidas sin cerrar de gente anónima, episodios traspasados, como herencia sentimental, durante setenta años a los que le faltaba un epitafio.
Más disección científica que vendetta, esta ocurrencia del super juez conviene para que (de una vez por todas) dejemos de novelar la Guerra Civil Española (cuánta literatura, cuánto cine se ha vertido) y nos dediquemos a considerar en profundidad las tropelías cometidas en nombre de la corrección política y de la obediencia al Estado. El relato de estas tropelías puede conmover al más curtido: yo mismo he oído historias sobre cómo sobrevivieron al genocidio familias completas, cómo perdieron la dignidad y la memoria, cómo fatigaron la posguerra con el miedo zurcido al corazón y el hambre y el asco alojados en el estómago. Entiendo que Gibson no quiera contemplar el cráneo de Lorca. Sería como aceptar esa novelización del conflicto y de pronto percatarse de que no hay tal ficción, que todo se ajusta a lo verosímil y no es posible separarlo de lo insoportablemente real.
Pienso entonces en ucronías. Me pregunto, metiendo mano en mi vocación de escritor frustado de ciencia-ficción, qué hubiera pasado si Superman, sí, el héroe de DC Comics, el super-hombre por antonomasia, hubiese sido reclutado por el Kremlin, si Franco hubiese perdido la Guerra (En el día de hoy, Jesús Torbado, 1.976), si Lorca no hubiese sido asesinado, si el No-Do no hubiese anestesiado la conciencia de un país con sus toxinas culturales, si a Fraga se le hubiese caído la piel a tiras en la zambullida en Palomares, si Tejero hubiese fascinado a quienes repugnó, si a Garzón le aburrieran estas frivolidades de juez peleón y no hubiese nadie que removiera el estiércol en busca de ADN: crónicas ucrónicas.

15.10.08

Gil de Biedma tonight


NO VOLVERÉ A SER JOVEN
-
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
.
(Jaime Gil de Biedma)
"Poemas póstumos" 1968



El tributo de Bunbury

Fahrenheit 451, e-books y algunas promesas


Con suerte habré muerto cuando el formato digital reemplace al tradicional de forma absoluta. Si en otros asuntos la tecnología abre caminos, rompe barreras y facilita el ingreso del hombre en una más accesible y democrática forma de acceder a la información y de publicarla, en el tema libresco me temo que soy remiso a cambios excesivos. Admito el placer momentáneo de poder leer un artículo de prensa en un cachivache transportable. Recuerdo todavía cómo disfruté al ver en un móvil esta página, pero no concibo que el futuro nos depare un mundo sin libros, aunque las letras (quién sabe) lleguen a donde antes ni imaginábamos y los lectores se multipliquen como peces bíblicos. Prefiero esta rutina mediocre de bibliotecas que huelen a papel y de anaqueles reventones de volúmenes. Hace tiempo que sé que mi vida pasa por la cercanía de los libros. Necesito tener libros cerca. Hay adicciones peores, imagino. Esta mía no repara en gastos (es un decir) y esquilma los ahorros para nuevos suministros de ejemplares. Sospecho que, si no se tuerce en demasía lo sembrado, mis dos hijos también se perderán en el goce inmediato de las librerías y en el placer formidable de la lectura. Ya lo hacen. Viene esto porque El País informa que en diez años los libros perderán su hegemonía en los gustos de los lectores. Sé que se trata, al cabo, de un formato. Murió el vinilo o la cinta de cassette (tan romántica, tan práctica) y llegó el CD. A esa fiebre me apunté yo encantado. El almacenamiento digital de la información restituía un sonido de más calidad, aunque he visto platos (Thorens) que dan un sonido que ya quisieran los reproductores compactos, pero ése es otro tema. Pero no alcanza mi asombro a razonar que una pantalla (sea como fuere) pueda sustituir al amoroso tacto de las páginas.

Una encuesta entre un millar de profesionales sitúa en 2018 la superación del soporte tradicional: lo dice el periódico hoy. Los quince siglos de libros tienen fecha de caducidad. Y en estas minucias de la industria (qué es un libro ante el hambre en el mundo, las pandemias del sida o la precariedad laboral) me imagino que a mí no me afectará el cambio. Es cosa de ser firme en el propósito de no comprar un solo libro electrónico. Buscaré librerías de viejo, escarbaré en rastrillos y en mercados de segunda mano. Viajaré si oigo que en alguna ciudad cercana queda alguna librería que venda ejemplares clásicos. Si llega a mis manos (accidentalmente) la última novela de Paul Auster en plan binario (unos, ceros) prometo echarle un vistazo brevísimo y confirmar, en el ojeado, que es un asco rebajarse a las modas de Microsoft. Me tiraré en mi sillón favorito (orejero, ampuloso y cómodo como un paseo por un reino de algodón en los sueños) y buscaré en mis estanterías un volúmen antiguo, el más antiguo que tengo: una Divina Comedia del año 36 que se mantiene, pese a la edad, en muy notables condiciones de salud. Eso haré.

14.10.08

That's amore...



En realidad, aunque la realidad nunca sabemos qué es y qué puede ofrecernos, no estamos en disposición de sospechar de qué se ríen estos dos. A lo mejor se malician, se cuchichean sus cosas y se dan palmaditas en la espalda por lo bien que Dios les hizo y lo bien que les cuida. Son gente de principios solídisimos y su oficio es derrumbar los principios de los demás. Sobre todo aquéllos que cuestionan los suyos. En ese plan destructor no poseen monopolio: hay legión. Se me ocurren diez nombres sin excesivo esfuerzo. Lo que evidencian es que son felices. Exhiben una felicidad completa, remachada por un esmoquin y una copa de champán. Ya quisiera yo que en un descuido un fotógrafo me pillase en una sonrisa de estas dimensiones. Las suyas son limpias, ensayadas en privado, engarzadas a una dentadura aristocrática, convertidas en símbolo del júbilo que les atraviesa el pecho. Y no es que seamos tan estrictos que no permitamos que los dueños del planeta se tomen su piscolabis y disfruten de los canapés, pero cierto estado de las cosas nos empuja a pensar que bien pudieran emplear el tiempo en asuntos de más enjundia, más acordes al cargo. Parece como si ya tuviesen la tarea hecha y se hubiesen juntado para celebrar el trabajo resuelto.
Mi amigo K. sostiene que Berlusconi ve en Bush lo que Bush en Berlusconi y que en ese trasiego cómplice de arrumacos galantes el mundo se está viniendo abajo. Así que no se ve con buenos ojos que estos dos arquitectos del orden se solacen así, tan gustosamente, sin que una evidencia de preocupación les doble el gesto y veamos, entre el alborozo y el brindis, un ademán de culpa. Les ponemos una canción de Cole Porter y les damos pista para que se pierdan en piruetas y en ternuras.

13.10.08

Holocausto, hamburguesas y versatilidad mediática



En cierto modo, acudí a la novela de John Boyle, El niño del pijama de rayas, azuzado por los medios. Esa portada críptica. Ese rumor de cafetería a propósito de las bondades narrativas del libro. Cayó en dos tardes. También leí en un plisplás El código Da Vinci. Y ambas me causaron el mismo estupor, una perplejidad idéntica. La novela sobre los nazis por su moralina naïf a cargo de la barbarie nazi. La novela sobre los vástagos de Cristo por su infame perversión de la tradición judeocristiana. Ni Boyle ni Brown escriben portentosamente. Tampoco aportan rigor en los temas que expolian. El nazismo no puede, en modo alguno, venderse como una epifanía megalómana de unos cuantos que, he aquí el despiste moral, coge al desprevenido niño de un cargo militar y lo arrastra sin que el lector sienta la menor lástima por el infante sacrificado. La ficción pertrechada por este avispado escritor (ahora está en las librerías una versión del motín de la Bounty, detrás igual nos regala el desembarco de Colón en tierras vírgenes) cancela toda posibilidad de empatía porque juega con el ventajismo ofrecido (involuntariamente) por la fragilidad de su contenido. Sí caí en el pecado de ver la obra de Ron Howard y me metí (menos mal que fue en televisión y no gasté los euros en sala grande) la historia del criptólogo Robert Langdon (un lastimoso Tom Hanks). Supongo que lo hice por las mismas causas por las que leí el libro. Pero no voy a ver El niño del pijama de rayas. Pocas películas me han despertado menor interés desde hace muchísimo tiempo. Será (imagino) un film ortodoxo hasta la naúsea. Un artefacto comercial, un tsunami de ventas. Confiscará las escasas virtudes de la idea de Boyle, que podría haber despachado en un cuento y haberlo publicado en algún suplemento dominical de campanillas, y dará al espectador influenciable una dosis de humanidad extra a la que ya traía desde casa de modo que la feliz feligresía salga del cine con esa mezcla deseable de ira y de confianza en el género humano. Sentimientos inyectados melífluamente. Emociones patrocinadas por McDonald's. Una película (y un libro) no creados para la cultura sino para los clientes de la cultura, para las audiencias. En todo caso, como me confesó mi amigo K., en un acceso de ternura literaria, un libro (y una película) recomendable para adolescentes poco duchos todavía en las pandemias que asolan (como viento inclemente) los siglos.


Uno de los nuestros




No sé si El mundo, la novela premiada con el Planeta y con la que Juan José Millás ha ganado el Premio Nacional de Narrativa 2.007, es la mejor novela publicada el año pasado. La leí y disfruté; entendí, no obstante, que no contenía nada nuevo si uno lleva al día los artículos de Millás en El País. El autor que a mi me fascina es el írónico, el que transgrede los corsés de la lógica narrativa y hurga en las grietas que la realidad ofrece, está en el libro,. Ahí es donde el escritor encuentra su materia literaria más cómodamente. Su columna de El País es la visión caústica (y también gremial) de una sociedad irremediablemente absurda. A propósito de los 20.000 euros que le han tocado en suerte por la distinción ha dicho que los va a ingresar en un banco: que ahora, en estos tiempos de nacionalizaciones, el dinero debe estar ahí y que él, en su modestia, da ejemplo. En una entrevista telefónica que acaba de dar en la CNN, que he oído a pedazos por circunstancias que no vienen al caso, ha dicho que I am a rock es una canción fabulosa y que Simon & Garfunkel son su grupo favorito. Ha sido decirlo y volar a mi estantería. En ello estoy. Es un tributo minúsculo a un escritor que me ha reportado (y espero que lo siga haciendo lustros y lustros) muchos momentos de placer delante de un libro o en las páginas de un periódico. Economía real es uno de sus últimos artículos en su diario. Nada que objetar. Admiración y respeto.

Birra



12.10.08

Quemar después de leer: Muertos, cornudos y tontos




En una película de los hermanos Coen caben muchas cosas. El mérito es su pasmosa habilidad para conducirlas a un fin sin que ese batiburrillo aparentemente inconexo de géneros y tramas no precipite el fracaso. Algo parecido a eso, aunque con algunas objeciones, encontrábamos en O Brother, where art thou? o en The Ladykillers: caprichos de dos tipos que aman la screwball comedy y se sienten con la suficiente confianza como para penetrar en los patrones de la comedia sin renunciar a ciertos flecos del cine negro, género en el que sí que han demostrado no cometer excesivos errores y hacer obras formalmente más redondas (No es país para viejos, Fargo o Muerte entre las flores, que son -aparte- mis favoritas).
En Quemar después de leer hay mala leche a raudales: la hay sin que en ningún momento se advierta visceralidad, animadversión o alguna fina intención intelectual por exhibir de una manera tan grotesca las taras de sus protagonistas. Hace mucho tiempo que el cine no ofrecía un catálogo de imbéciles tan genial, de individuos que alcanzan, en el más bonancible de los casos, la mediocridad, pero que se sienten cómodos en la estulticia.
Desmontar el cine de espías con una farsa tan descacharrante como ésta requiere un plantel de cómicos creíble y los Coen tiran de nómina de amiguetes y cuelan a Clooney, que se trae a Pitt. John Malkovich hace el papel que nunca había hecho, y borda una de las mejores interpretaciones que se pueden ver en cine en estos momentos. Frances McDormand, otra fija en los cástings por casamiento con uno de los jefes, me parece una actriz brillante, escasamente aprovechada fuera del círculo familiar.

11.10.08

La conspiración del pánico: Ha sido usted activado



I
La industria cultural, al menos, la cinematográfica, está tozudamente empeñada en crear un cierto estado de malestar, extraído de forma primaria del caos que produjo el 11-S. En estos preliminares narrativos, donde se mezclan de forma creíble la alta política, el pánico al otro (al que no es de nuestra camada, al que viene de culturas diferentes) y la monitorización de nuestra existencia, asunto éste último que proviene del éxito televisivo de los reality-shows (Grandes Hermanos de todo el mundo, uníos) y del yugo que los Estados ejercen sobre los imparables progresos tecnológicos, nace la idea de Eagle Eye (Ojo de águila), mejor título que el excesivamente llamativo, pero bucle de cientos anteriores, La conspiración del pánico.
La realidad es una trama que no puede ser abandonada sin injerencia de quien, en su manejo, pueda sacar algún tipo de beneficio: ésa es la idea central de toda esta caterva infame de films que, con mayor o menor acierto, propagan esa teoría conspiranóica en la que un gran Ojo (una especie de Dios lo suficientemente cableado, una especie de Aleph borgiano de rendimiento extremo) registra los movimientos de la población, inventariando sus pecados, sus vicios, creando un perfil al que siempre se puede acudir si toca extorsionar, chantajear o investigar desviaciones en el acatamiento de las leyes del Sistema. Se trataría, muy en el fondo, del grado de dominio que tenemos sobre la realidad, si somos actores o guionistas o si, al final, acatamos el rol de vigilados o, bien al contrario, nos revelamos y pedimos el registro de propiedad de nuestra vida.


II
La inminencia del pánico es más explotable que el pánico mismo. El erotismo es más provocador que la pornografía. El film de D.J.Caruso quintaesencia las virtudes del género y lo hace desde un primoroso sentido del thriller como espectáculo. Sin escamotear clichés sobradamente testados, Caruso añade un punto de ciencia-ficción del siglo XXI que, al final del metraje, obliga a reconsiderar todo lo que hasta ese momento hemos visto. Y no es asunto de esta reseñar destripar el final, que homenajea a Hitchcock y a Kubrick a partes iguales. Se pierde en la montaña rusa que los acontecimientos van construyendo. Y ahí, en ese vértigo literario, este cronista de sus vicios se pierde un poco, se siente perjudicado por la querencia de ciertos directores a acelerarlo todo al punto de que la acción, de algún modo, desquicia la trama, la pervierte, la quema. Los vaivenes no llegan a confundirnos (no estamos ante un prodigio de argmento ni mucho menos) pero lastran en demasía el seguimiento. Por otro lado, el argumento (en realidad todo este tipo de argumentos) requieren del espectador cierta complicidad. Hay aquí códigos de muy farragosa descompresión. Quien no quiera entrar, no se lo van a poner fácil. El que está al tanto de estos temas (paranoias colectivas, televigilancia, monitorización de la vida doméstica, conspiraciones varias) va a disfrutar, aunque a mí me resultó (al final) cansina la tremebunda acción, su indisimulada vocación de blockbuster.


10.10.08

El disco de hoy: Pretenders: Break up the concrete


Hay profesionales de la industria de la música que no precisan de rosas rojas en los camerinos, estudios de grabación con muebles de diseño y músicos de contrato que hayan participado en alguna jam session con Miles Davis. Chrissie Hynde se basta con diez días (eso ha necesitado) y la colaboración de cuatro mercenarios concienciados para facturar un disco más que notable, una de esas sorpresas de la temporada.
Break up the concrete es el disco más adrenalítico de los últimos Pretenders, una de las bandas más inestables de la historia del rock, pero (tal vez) una de las más coherentes. Su líder, la carismática Chrissie, lleva treinta años encima de un escenario, llevando una vida vegetariana, ascética y entregada en cuerpo en alma al inquebrantable patrón del mejor rock posible y, de camino, tirando de su relevancia en el circo mediático, intermediando en un buen puñado de desavenencias entre la lógica del mercado y las injusticias de la realidad. Embajadora plenipotenciaria de las causas extraviadas, Chrissie Hynde es, al parecer, una de esas divas del rock de una cercanía que desarma, cómplice del compromiso, en las muchas formas en que éste pueda presentarse.
Hay que amar a Chrissie Hynde. Hace tiempo que no hace canciones perfectas (Kid, Brass in pocket, Thumbelina, Message of love, Middle of the road, Back on the chain gang, Show me) pero Boots of chinese plastic se acerca mucho a ese idílico territorio en el que tres minutos de guitarras, bajo, batería y voz procuran un placer inmediato, espontáneo, insobornable y jubiloso. El resto del disco maneja tiempos más templados que oscilan entre el involuntario tributo a Dylan (The nothing maker, mi tema favorito) a la impúdica demostración de que el rock and roll sigue siendo un asunto de adolescentes (aunque tenga cincuenta años largos) y ahí está la prueba con los dos minutos de Don't cut your hair. Hoy, con mi disco cargado en mi Ipod, me siento feliz. Es viernes, además. La culpa, en parte, la tiene esta señora. Y eso me parece que merece el más sincero de mis respetos.

9.10.08

La música del azar II




Me contó un amigo (o mejor lo escribió, alojó el escrito en su página y yo después lo leí) que el azar es una criatura antojadiza, de costumbres caprichosas y que en ocasiones contraviene lo que uno querría. Ése era el espíritu combativo de su reflexión. Y tiene hasta su encanto esa imprevisibilidad. Woody Allen filmó la música del azar en Match Point. Y hay una película de Philip Haas basada en un texto de Paul Auster que se llama así: La música del azar. Es un título hermoso. De esos que uno siempre anda buscando.
A mí me gusta decir que el azar no me obsequió con la fe a pesar de haber crecido en una estricta educación católica. O igual esa asistencia fue la que provocó mi disidencia. Porque es la casualidad la que rige enteramente nuestras vidas. La casualidad o el alambicado concurso de todas las circunstancias que la hacen materialmente posible, expresado de una manera retorcida. El azar es el retorcido. El azar es el que mueve el sol y las estrellas, aunque manuscribiera esa frase para expresar la perfección del amor. El azar es la moneda que cae a un lado o a otro y el oceánico rumor de posibilidades que ese torcimiento de la dinámica de los objetos produce en quien contempla el vuelo del metal en el perplejo aire.
Pienso ahora en Frank Sinatra. Muchas veces he admitido que fue Frank quien movió la pieza definitiva para que yo amara el inglés. Ese enamoramiento es el que ahora paga mis facturas de ADSL, la cuenta de los bares y los zapatos de mis hijos. Tampoco sería el lector que ahora soy sin el concurso de un par de buenos amigos a los que nunca entendía (qué tiempos) cuando se incendiaban en discusiones librescas. Ellos me regalaron (sin pretenderlo) el placer de la literatura.
El azar es una geometría invisible de causas y azares, una sintaxis secreta. Y quizá sea mejor así. Ay de quien todo lo gobierna y todo lo confía al manejo matemático de unas cuantas previsiones fiables. Ay de quien anticipa la distancia entre la realidad y el deseo.

Que yo esté ahora escribiendo esto en este momento y en este sitio se debe a una temeridad que condujo a la rotura de un dedo de mi pie izquierdo. Del entonces al ahora van dos años de escritura casi diaria y más de mil miradas al espejo de los sueños.

6.10.08

El relativismo 1.0

El Roto


Quien siga con atención esta bitácora personal entenderá que haya noticias que no sé dejar pasar. La de hoy reclama atención, aunque sea breve: "El Papa advierte de que Dios castigará a los pueblos ateos". Y lo primero que me ha venido a la cabeza es si a estas alturas de la Historia existen pueblos manifiestamente ateos. Porque yo pensaba, hasta hoy, que los ateos eran individuos. Gente sencilla, en su fondo díscolo y heterodoxo: gente de la calle como el charcutero del barrio o el profesor de Filosofía que tuvimos en COU. Incluso hay organizaciones, federaciones, congregaciones al modo en que los cristianos también se reúnen y se refocilan en sus textos divinos y en sus plegarias en comunidades, seminarios o foros. Así que pensé que la noticia estaba mal construída o que el Papa, al que le atribuyo la inteligencia de la que yo carezco, mayormente por edad y por contacto libresco, ha sido tergiversado por alguna de esas agencias de información que mueven los hilos de la realidad. Mi incertidumbre ha durado lo que he tardado en encontrar decenas de referencias en la Red.
La proclama ha sido pronunciada en la solemne apertura del sínodo de los obispos en la basílica romana de San Pablo Extramuros. Como a mí esos sitios de monumentalidad incustionable me producen azoramiento y un pudor místico que me escala el pecho y hace que zozobre mi alma, no soy capaz de someter la revelación papal al rudo mecanismo de la razón, pero igual un día me armo de valor y me arrepiento de esta apatía de martes, borro el pudor del gesto y escribo lo que me pide el cuerpo. Que a veces apetece poner a parir el salto sináptico.
Igual hasta conviene hacer oídos sordos a esta furibundia vaticana. Creo que yo que Dios, allá en su arco de prodigios, atrincherado en la perfección, ajeno a las cuitas de los hombres, se prestaría con más empeño a otros menesteres de su oficio que no a castigar a quien le ignora. Pero todavía no he leído suficiente prosa teológica para entender el alcance del aserto.


Cine israelí vs. Michael Bay

No he visto ni una sola película israelí y poseo una información precaria del conflicto que asola Oriente Medio, pero puedo entender al guionista y director Eran Riklis cuando dice que todas las películas que se hacen son políticas. Su pesimismo estético debe provenir de los años oscuros en los que Israel carecía de una industria del ocio bien compartimentada, ajena al discurso de las bombas y de los kamikazes palestinos. Tampoco son éstos años de luz y tampoco he visto un solo film palestino. Los circuitos por donde la filmografía de estos países circula por España están alejados de mi entorno o es hasta posible que no haya circuito alguno. Lo que Riklis concede al entrevistador de El País no es un exabrupto de un tipo encorajinado ni de un offisider, una especie de francotirador de la cultura occidental. Riklis, ese tipo del que no sé absolutamente nada, cuenta la historia por la mirilla de su experiencia, y ésta dice que el cine se deja contaminar por la realidad y, en ocasiones, es la única forma que tiene esa realidad para manifestar su precariedad o su languidez o su moribundia. En España, cine que sí conozco, no sé si pasa esto enteramente. Hay cine político y cine que no lo es, películas facturadas para el entretenimiento más inocente y películas que se articulan alrededor de la provocación política. Un tiro en la nuca no es un divertimento. Zohan, afuera, esa mamarrachada de Adam Sandler, es cine político, aunque se enmascare de banalidad y grosería. El cine político está cortejado por discursos próximos que poco o nada conducen a la propia política. A Bambi se le puede extraer un punto político y es probable que hasta Walt Disney la pensara así y montara un palimpsesto levísimo, una capa de mensajes subliminales que no perjudicara la visión limpia del infante pero sí que agitara al adulto atento. Yo he debido pasar por cientos de films en los que el mensaje se escondía con tan fino tacto que no lo percibí. La praxeología (ciencia que descubrí anoche en un hueco entre John Ford y John Coltrane) dice que uno no hace ciertas cosas por estar haciendo otras. De momento, en términos praxeológicos, prefiero ver Bambi confiadamente, como antaño.

Vuelta a Israel: me sigo preguntando la razón por la cual el cine israelí no existe en mi memoria cinéfila. O el húngaro. O el chipriota. El indio, al parecer, es estajanovista en eso de hacer películas. Bollywood se come a Hollwyood. En otro lado: Si me borran la RKO, la Universal, la Metro, Columbia y cuatro empresas más, mi fascinación por el cine mermaría. Sé nombres de cientos de actores americanos, pero no me pidan uno solo búlgaro. Yo no sé si el cine que vemos, como dice Riklis, es político. Puede que sea así y yo no lo aprecie. Lo que sí tengo meridianamente claro es que vemos el cine que nos dejan ver. Por más que tengamos redes p2p, canales de cable, videoclubs cada vez de catálogo más sofisticado y cine-fórums (en mi pueblo arranca uno muy bueno en breve) seguimos viendo el cine americano, a granel, a tutiplén, sin consideración de otras cinematografías de enjundia menor o de más escaso calado en el gusto popular. Por imperativos de mercado. Por colonización cultural. Por la invisible red que nos mancomuna a todos y a todos nos convierte en consumidores standard. Israel, a efectos de caja, no existe.

4.10.08

Cometas

Los talibanes prohibieron el vuelo de las cometas. Ahora se han pasado a la narcoguerrilla. Los laboratorios de heroína alfombran el agreste suelo afgano. Campos de amapolas improvisan una imprevisible oleada de afecto. La belleza se desentiende de la realidad. El opio hará que el conflicto dure diez años más. El dinero de la droga se invertirá en la fabricación de bombas artesanales. Al tiempo que los equipos americanos y la ONU levantan escuelas, carreteras, aeropuertos y hospitales, la población sucumbe a la certeza de que el país será, en el futuro, un campo de refugiados lisiados, tullidos o mutilados, de odios cervales y de enconadas disputas que únicamente resolverá el concurso infatigable del tiempo.
Mientras tanto, afuera, en la realidad, crecen McDonalds en todo el mundo, lo cual no tiene nada de malo ni de bueno pero es un síntoma de algo y probablemente pueda convertirse en un signo de la estatura ética de una sociedad; Eddie Murphy hace el ganso fantásticamente y el Real Madrid rompe el maleficio de vencer en campo ajeno en Liga de Campeones. Asuntos domésticos. Pequeñas viandas para el ocio pequeñoburgués. Caramelitos baratos. La sociedad mercantilista ofrece (es su oficio) estas menudencias para distraernos de avatares de una gravedad mayor, pero tampoco podemos estar todo el día llevándonos las manos a la cabeza y pidiendo que cesen las guerras y que la pobreza se erradique del planeta. Es que no es posible, aunque queramos. No, al menos, como querríamos. La realidad es una concesión vitalicia de la ficción y no al contrario. Lo que fabulamos, el inventario de historias que interponemos al discurso rutinario de las horas no alcanza el grado de procacidad moral de la realidad. El talibán que prohíbe el vuelo de las cometas y cubre a las mujeres hasta hacerlas invisibles es un producto sofisticado de un autor retorcido. O es la evolución perturbada de un modelo social lisiado, tullido o mutilado al modo en que los ciudadanos que sobreviven al fragor de la barbarie quedan después de que las tropas del mal crucen por sus pueblos y los aliñen de odio. Y no podemos aliviarnos pensando que Afganistán está lejos: hay talibanes a pie de calle, tenemos cafres en los campos de fútbol, en las barras de los bares, en las colas del supermercado. Hay perturbados que se ajustan a capricho al modelo de psicópata o de degenerado o de bárbaro que nos venden los telediarios, pero están ahí afuera, agazapados, convertidos en presentables padres de familia que, al tiempo que contribuyen al bienestar del Estado con sus tasas y sus gestos, a la vez que besan a los hijos y ufanamente departen sobre frivolidades, luego son (en la intimidad) monstruos, gente que prohibiría el vuelo de las cometas y borraría de un plumazo al género femenino salvo que le sea útil en la cocina o en la cama. Lo vemos en exceso. Nadie se pasa aquí a la narcoguerrilla, pero hay escarceos violentos en múltiples escenarios, atrincheramientos en los que el talibán se adiestra y perfecciona su perfil a mayor gloria de su tara.

Asesinato justo: Ídolos caídos en desgracia...


Es más que posible que Robert De Niro y Al Pacino hayan contribuído más a mi felicidad que gente a la que veo a diario, con la que me tropiezo e incluso con la que comparto alguna conversación casual sobre cómo va la Liga o sobre si va a llover el fin de semana. La vida tiene estas injusticias morales. Al cine le encomendamos asuntos que jamás confiaríamos a gente real con la que (insisto) nos une la rutina de los días, las barras de bar o los años compartidos en la infancia. Esa evidencia no aturde mi equilibrio ético y, en cuanto puedo, regreso al cine como vehículo de crecimiento personal. En este razonamiento se me hace muy difícil despotricar contra estos dos genios de la interpretación. Lo que han hecho en el pasado les salva de todas las tropelías que hagan en el futuro, pero Asesinato justo se acerca al concepto de desvarío que el diccionario de la R.A.E. recoge. Es una película tan sumamente irrespetuosa con el espectador inteligente que uno piensa que De Niro y Pacino firmaron el contrato bajo algún tipo de amenaza de modo que igual la verdadera película está debajo, en otro nivel, y ésta que nos han vendido es una tapadera. La ficción y la realidad poseen túneles inverosímiles, pasadizos que conectan la parte auténtica con la fantástica. Estoy convencido de que el tiempo, que es juez y febrilmente sentencia a quien merece castigo, borrará de la memoria del buen cinéfilo esta infumable pesadilla en forma de thriller que acabo de ver en el cine, en pantalla grande, como manda Dios, es decir, Billy Wilder.
Jon Avnet es uno de los fabricantes de esta infamia. Debió quedarse a medias cuando convenció a Al Pacino a enfangarse en un delirio psicótico mayor que éste que respondía al nombre de 88 minutos y que también tuve el error de ver en pantalla grande y que me produjo ardores en la conciencia durante días, preguntándome a cada momento cómo podía ser posible que el hombre que había sido Serpico, Michael Corleone, Tony Montana o Ricardo III fuese ahora un triste pelele desnortado, un actor en crisis, incapaz de separar el trabajo honesto del meramente alimenticio. O son malos tiempos y los grandes de la pantalla, a falta de buenos papeles, deben conformarse con migajas tan vergonzantes como éstas. Y De Niro no va a la zaga, el pobre. No se entiende, yo al menos por más que lo intento no alcanza a vislumbrar las razones de este declive, que quien encarnó a Travis Bickle, Jake La Motta, Michael Vromsky o Jimmy Conway rebaje su exigencias dramáticas para meterse en este patético policía de gestos torpes y parlamentos vacíos.
Mi decepción no enturbia la imagen idílica que guardo de estos dos señores. Están ahí Taxi Driver, El Padrino, El cabo del miedo, Serpico, Malas calles, Uno de los nuestros, Toro salvaje, Tarde de perros, A la caza o Justicia para todos. Buenos tiempos. Ahora nos queda pensar que el destino, que también es un bicho cabrón cuando quiere, les regale un papelazo de altura, alguno con el que deslumbrar otra vez y hacer que olvidemos bodrios en los que han arrastrado (penosamente) su ocaso. Tenga el amable lector la indecorosa lista de atentados contra el buen gusto y la memoria sentimental: El enviado, Condenado, Pactar con el diablo, Showtime, Apostando al límite, 15 minutos, Los padres de ella, Los padres de él, 88 minutos, S1mone... Títulos que sonrojan el pudor, invaden de tristeza el alma sencilla del cinéfilo honrado y conducen a la irremisible conclusión de que el vil metal (o la fama o el gusanillo de la cámara) puede más que el buen texto.
Despojada de intriga que arrastre al espectador a un seguimiento minucioso de la trama, que es plana y ridícula, Asesinato justo vive exclusivamente del cásting que la justifica. Su incompetencia para contar una historia meridianamente creíble se amplifica con la ineficacia para entregar a sus dos pesos pesados un material dramático a la altura. Los diálogos de los dos policías son ramplones, irrelevantes y risibles. El patético guionista (cuyo nombre ni viene al caso ni haré porque venga) no parece que en algún momento de lucidez manuscribiera el libreto de Plan oculto, una peliculita soberbia si la comparamos con la que aquí nos tiene el nervio desangrado y la ira a ras de tecla.
Si ahogamos el morbo de ver a De Niro y Pacino juntos (lo de Heat fue un engañabobos) Asesinato justo queda en un blockbuster (cómo me gusta la palabrita) de arranque de otoño que únicamente contentará a quienes, por su edad, por su impericia cinéfila, no han conocido a Travis Bickle o a Tony Montana. Como de éstos puede haber legión, no dudo que este émulo de película arrastre a una caterva entusiasmada de ingenuos. Avisados estamos.

3.10.08

Reflejos: Espejo o espejismo...



No parece claro que la renovación del terror como género cinematográfico pase por las manos de Alexandre Ajá. Las colinas tienen ojos, el remake del clásico de Wes Craven, encaramó al cineasta galo a un trono efímero del que se acaba de bajar a la luz de esta mediocre adaptación de la cinta norcoreana El otro lado del espejo.(Into the mirror, Kim Sun-Ho)Su blockbuster de otoño no cuaja porque está (básicamente) mal escrito. Tampoco tenía un guión portentoso la cinta de Craven, pero Ajá amañó el tono crepuscular y descuidado e introdujo un vigoroso sentido del ritmo, una trepidante forma de filmar y, ante todo, un desparpajo visual del que ahora se ha desprendido. Quizá le ha venido grande el maisntream americano. El guión, turbio, traiciona algunos patrones del género pretendidamente resucitable y cae en la trampa de la rutina, de los giros previsibles y de la resolución grandilocuente (sí, el final, a pesar de todo lo malo que sucede antes, es lo mejor del film). Si en algún momento logra perturbar al atribulado espectador que ve le cae encima una más de terror asiático pasado por la turmix del Hollywood más caníbal es por la habilidad de Ajá en crear entornos densos y plásticamente impecables.

2.10.08

Dexter, el caníbal filantrópico


Dexter Morgan es mi caníbal favorito. No tiene la enjundia intelectual de Hannibal Lecter. No se rige por impulsos y jamás le traiciona la ambición. Lejos de que la realidad le aturda, Dexter es feliz a su manera. Carece de pudor y se refugia en el anonimato, en la sombra, en la zona invisible en donde degustar sus trofeos, la sangre registrada a modo de palimpsesto orgánico.
Dexter es razonablemente inmune al desaliento y no le descabalga de su empresa justiciera ningún sentimiento. De hecho recela de las emociones y forja su máscara a conciencia, consciente de que únicamente debajo de esa representación pública puede administrar sus vicios con mayor desperpajo. Es, a su modo, un actor representando infinitamente un texto a sabiendas de que el texto le ocupará, en la mejor de la opciones, el resto de su vida. En este sentido, este psicópata tierno y conversador, incapaz de hacer el mal a quien no lo merece, me recuerda la frase genial de Groucho Marx. Aquélla de no entrar en un club donde dejen entrar a gente como yo. Dexter es único y no hay club que aloje a desquiciados tan presentables como él.
Mediocre por tramos, sin saber a qué lado de la moneda decantar el tono general, la serie de Showtime se crece en los monólogos de este héroe invertido y es coherente en la construcción de arquetipos y en la resolución de la alambicada trama. Más interesados en no traicionar el suspense, la hilazón narrativa que sostiene la evolución psicológica del personaje, los guionistas han escamoteado mala leche y donde debieran haber hurgado para encontrar la bilis del monstruo han aliñado un mejunje melodramático excesivamente lastrado, de una credibilidad neutra, que sólo se compensa con los episodios freudianos y el espejismo de estar a un lado y, al mismo tiempo, al otro de la escena del crimen. Caso de que la historia acceda a la pantalla grande, imagino que se perderán los matices, los gestos, la muy bien escrita búsqueda de la felicidad que en todo momento ocupa la mente perturbada de Dexter Morgan. En todo caso, una serie más que recomendable.

El disco de hoy: Björk: Volta


Björk siempre me pareció una sirena desquiciada. En Volta al desquicio le podemos agregar un extra de paranoia vocal y una base melódica de influencias oníricas, que rastrea el sonido de los puertos, evoca el murmullo de la lluvia sobre la hierba y termina descarrilando sobre un campo de fresas en construcción. Fuera de una sensibilidad pop, ajena a los patrones del jazz o del blues, la música de Björk (la reciente, desde Medula) fascina y repele, conmueve y hastía. No hay vez que termine un disco sin la firme convicción de que no volveré a caer en la trampa de ese exotismo tímbrico que hechiza, cautiva y (finalmente) incomoda. No soy un fan, aunque el primer disco me pareció una obra maestra, una del tipo que trasciende la época en la que se crea y fluye monumentalmente, a salvo de modas. Había distorsiones, cacofonías y tratamientos hostiles de la melodía, pero uno acertaba a encontrar, en esa impureza, canciones adictivas, inversiones del pop comercial que jugaban a ser, en el fondo, pop de toda la vida, aunque tamizado, estrujado, arrugado, convertido en otra cosa, en algo nuevo. Ya la novedad cedió al ombliguismo y la señora de los cantes delirantes se dedica a investigar texturas, que es una forma muy culta de decir que está perdiendo soberanamente el tiempo y consiguiendo que el público, a excepción del muy letrado y muy cómplice de estas florituras musicales, termine bostezando. Hoy, camino de recoger a mi hijo, me he vuelto a prometer (por lo bajito, para que nadie me oiga y piense que estoy pirado) no volver a escuchar Volta. Ni Vespertine. Sé que no va a ser así. Nunca lo ha sido. Pillaré (creo) un grandes éxitos, un recopilatorio doméstico en el que volcaré momentos estelares. Hay muchos. Me quedo con Venus as a boy. Su melodía todavía, en ocasiones, me persigue, me transporta a mundos que no conozco. Eso busco yo en Björk. Perderme del todo, no. Cuando llegué a casa, abrí mi Ipod y borré el archivo. El CD, en la estantería, llama como la sirena de Ulises. Ese rojo extasiado. Ese incendio.

1.10.08

"Cómo discutir con un fundamentalista sin perder la razón"

Hubert Schleichert, en Cómo discutir con un fundamentalista sin perder la razón (Siglo XXI, Madrid, 2.004) razona que es materia imposible argumentar con quien no se presta a los sagrados principios de la argumentación. ¿A quién le regalaríamos el libro? Pero qué iluso soy. Si niegan el diálogo, ¿qué decir de la lectura? Yo, sin mayor desgaste racional, he pensado esta noche en un par de excelentes candidatos. Y se adscriben a confesiones morales, religiosas y políticas de variada extracción. ¿Y el amable lector? ¿Dio en tan poco rato con los suyos?

Borges (once again)




Las causas
Jorge Luis Borges

Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta de Adán.
El ordenado Paraíso. El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.

Paul (III)


Paul finge tocar el trombón. Satchmo y Duke se lo deben estar pasando en grande. Un intruso de Hollywood con los ojos azules y fama de ser un actor de los buenos entre dos genios de la música del siglo XX. Tres genios del siglo XX, concluyo. Con esto finiquito la ronda de homenajes a Paul Newman. Ya lo hemos dicho. Que los ángeles de Le Mans le llenen de buenos octanos el depósito y corra por alguna pista celestial.
La fotografía es gentileza involuntaria de este buen link.

El mundo desde el abismo...(Paul II)




En Un mundo desde el abismo 3.0, la estupenda página de cine de "Refo", uno puede encontrar una selección de fotos memorables, una cartelería bien seleccionada, evidencia del buen gusto del autor, corregida y pegada y, sobre todo, un trabajo formidable que transpira conocimiento y amor por el cine, aunque de cuando en cuando cuela deportes y otros vicios confesables y compartidos. No son palabras gratuitas y no soy un asalariado del amigo Miguel Ángel. Ni siquiera le conozco. Entro en su página desde hace tiempo y disfruto mucho con sus textos. El que ha colgado para tributar el homenaje que se merece Paul Newman es encomiable. Por eso lo coloco aquí e invito al amable lector que se salga del Espejo y entre en el Abismo. Luego escala uno y llega a la realidad en un periquete.




... and I feel fine....


Mi amigo Stipey va a disfrutar esta noche muchísimo delante de su amigo Stipey. No es un juego de palabras. O sí lo es. El caso es que la envidia es sana. Ya buscará un hueco para contarme el prodigio.

Pintar las ideas, soñar el humo

  Soñé anoche con la cabeza calva de Foucault elevándose entre las otras cabezas en una muchedumbre a las puertas de una especie de estadio ...