Llevo unos días dejándome crecer la barba. No dejaré que pasten insectos en la crecida montaraz del pelo y me parezca al agreste retrato de Whitman. pero disfruto muchísimo cada año cuando (por octubre y luego en enero, invariablemente ) escondo la crema y las cuchillas y me dedico sin particular regocijo a contemplar en el espejo el nervio de la madre natura, que clarea y ofrece el verdadero desgaste del cuerpo. Hay algo sobrenatural en el pelo creciendo desde dentro. En las uñas. Son símbolo de algo que no alcanzo a entender. Por eso (tal vez) poseen esa dimensión simbólica. He caído finalmente en la certeza de que el cuerpo no nos pertenece por más que le demos mimos o afectos o tengamos la sospecha de que podemos inclinarlo a nuestra voluntad. El mío hace tiempo que va por libre (siempre habrá ido, supongo) y sestea cuando le pido vértigos y se multiplica cuando necesito paz. En las muy raras ocasiones en las que ambos vamos a una le miro con arrobo y casi nos entendemos, pero luego me sobreviene un dolor en el costado o me escalan cien lagartijas la espalda y empiezo a sentir un quebranto a mitad del pecho. El cuerpo es un laberinto y sus paredes se agrietan y permiten la metástasis de todos los dolores. Los pequeños y los grandes. Va a ser cierto eso de que uno es pobre hasta que se muere.
14.1.21
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