1
Palabras que concuerdan entre ellas y una arrima el concurso de la otra de manera que no crees posible separarlas, considerar que puedan cursar una vida aparte. Igual las personas, los afectos, el amor cuando acude. Un gesto se cose a otro y hasta crean en su intimidad primeriza una especie de realidad a salvo de la realidad, un reino de fe y de cordura. El amor es la expresión más alta, la que invoca a cualquier otra y de la que se extrae la respuesta que satisface cualquier pregunta. Es de amor el día, a qué ocultarlo, no hay con qué reemplazarlo, ninguna otra consideración rivaliza con él, ni lo rebaja. Amor a uno mismo en la medida en que cada uno disponga y luego (es un orden el que ahora invoco yo) amor al prójimo. De tan completo a veces no alcanzamos a abarcarlo entero, pero nos da la cantidad exacta de esperanza y sabemos que únicamente él nos explica. Afuera suyo, en su derredor turbio, no ocurre nada a lo que debamos prestar atención y, sin embargo, cuántas cosas suceden que carecen de amor, con qué frecuencia se despojan de él (si es que llegaron a tenerlo) y hasta lo combaten. Nada a lo que dar más vueltas.
2
Está el sábado de un gris manejable: no apesadumbra como en ocasiones suele, pero no se deja y a la luz le cuesta abrirse paso. Hace un momento el sol ocupó el alféizar de una ventana baja en mi camino de vuelta a casa. Alzó el vuelo nada más hacer yo el gesto de sacar el móvil del bolsillo del abrigo o tal vez fuese el ruido (no excesivo, es cierto) de la calle. No hubo manera de que pudiera registrar esa imagen que (sin el escrutinio de la razón) me pareció sobrecogedora, habida cuenta de la mañana tan sucia (llovía, hubo niebla) con la abrió el día. Conforme el pájaro cogía altura y se perdía por detrás de unos tejados, el sobrecogimiento tornó en admiración. No nos fascina lo que ya hemos visto, hay un cansancio, una especie de ceguera. Esta mañana la luz era entera pájaro.
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