29.1.21

Dietario 29

 No sé fijar una fecha, una probable, en la que me sentí bien rodeado de libros. No es que sea placentero leerlos y se tenga esa certeza, estén a mano o sólo se piense en ellos, sino que su presencia nos conforte. Podría ser la adolescencia, no antes. De los maestros que tuve (alguno imborrable) ninguno (que recuerde) animó a la lectura al modo en que después he visto a otros maestros, cuando yo lo he sido. Una de mis obligaciones como docente es precisamente la de hacer amar los libros. El libro como objeto que tutele el posterior regalo, el de la lectura. El libro como extensión de uno mismo. Es de Borges esa idea; de los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo (cito todavía de memoria, ya flaqueará). Luego nombra maravillosos objetos que hacen que nuestra vida sea mejor o más feliz, pero todos esos objetos (creo que la espada y el teléfono, ahora la memoria no me alcanza) son extensiones del cuerpo, como si salieran vivamente de él, como si estuviesen hechos de su misma sustancia, pero el libro es memoria y es imaginación y proviene de ella su magia y su esplendor. Los libros son mapas tangibles de la felicidad. Mapas fiables de cómo funciona el mundo. Guías para no perderse. Cabe incluso la posibilidad de que los libros sean los mapas del desconcierto. Guías que no cumplen la función que les encomendaron. Porque ese mundo que registran en sus páginas no es una materia fácilmente registrable, de manejo dúctil. No creo que haya otro objeto más venerable que el libro. Lo que encierra (esa forma encriptada de belleza y de inteligencia) hace que seamos lo que somos. Para malo o para bueno. Somos lo que los libros nos cuentan. También lo que no cuentan. No hay nada que no esté en los libros. La bondad y la maldad están dentro de su reino. Pero los libros que más me fascinan son los que no están enteramente a mano. Los que no se exhiben con la majestuosidad de las grandes bibliotecas o las baldas de las buenas librerías. Ni siquiera ésos bien amados con los que uno ha ido haciéndose. Hablo de los libros inesperados. Surgidos de improviso, ofrecidos en un capricho del azar, rendidos a nuestros sentidos cuando nada invita a que aparezcan. 

Y ahí he pensado en el maravilloso oficio del librero. En el incontestable hecho de que lo vende es felicidad. Mapas fiables, guías. Conozco a un par de ellos que me han hablado del oficio o yo he visto cómo se manejan en su desempeño, en sus librerías, volcados en su reino de metáforas y de verdad. Aprecio el placer absoluto de manejarse entre libros, el confort óptico, la certeza de que el mundo entero está en las estanterías, en las mesas en donde se apilan los volúmenes. No es la primera vez que escribo sobre libros y estoy seguro de que no va a ser la última. Creo que no hay nada de lo que escriba más a gusto. Casi nada que me conforte más. Son criaturas dóciles, argamasa sublime con la que levantar un templo en el que refugiarse y al que invitar a la feligresía cómplice. Hay dioses en las letras. A falta de otro rezos, sigo descreído, no he entrado en la consideración de la fe, elevo a diario mi plegaria con un libro en la mano. Mañana sábado, iré a la librería de mi pueblo (estamos confinados, no podrá ser otra, aunque la de Pipo me abastece bien) y echaré un rato viendo estanterías, repasando títulos, viendo novedades. No sé qué libro caerá. Últimamente compro poesía. De entre todos los libros que hay en casa (no sé, no los he contado nunca, no caben, serán miles, necesitamos otro piso más grande) a los que más recurro es a los de poesía. Los abro, me dejo caer en poemas sueltos, los dejo en su sitio. Hay poemas que son plegarias. Acabo de pensar que eso es cierto. Una forma de credulidad y de esperanza. 

1 comentario:

eli mendez dijo...

Hoy me quedo y adhiero a esta frase totalmente.."Los libros son mapas tangibles de la felicidad.."
Perderse en una librería( con pandemia o no) y comenzar a hurgar entre lo antiguo y lo desconocido, las novedades... es uno de los placeres mas grandes que podemos tener cuando se nos ha educado en ese amor por los libros, y también como docentes, es un placer llegar a plasmar en un alumno esa pasión a lo largo de nuestra carrera .. Saludos, siempre un placer leerlo.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.