Qué hermoso acto entrar en el Catastro Municipal o
en la Iglesia de San Alberto Magno o en el local de la Asociación de
Minusválidos de Guerra con una cuchara en la mano, ver a la señora
Peláez, al señor Castillejo, al joven poeta laureado Cástor Villacisneros, autor de perlas del arte de enganchar versos, mirar la
cuchara en tus dedos una o dos veces, intensamente, como en trance, pero nadie dice una palabra o
hablan distraídamente de otras cosas y se despiden cortesmente. Incluso
Glorita Luján ha comenzado una conversación sobre el fin de semana tan
estupendo que ha pasado con un novio reciente al que le encanta la doma ecuestre, aunque no ha recalado en la cuchara, que está en mi mano derecha
como un postizo de metal muy brillante, derramada dedos abajo, formando
un todo inútil. La mano. La cuchara. Nadie le presta atención a mi
cuchara. Podría estar el día entero. Ir a la boda de la prima Luisa
Fernanda. La prima Luisa Fernanda, la que izó mi novata hombría al
olimpo de los calambres en el verano de los quince años. Acudir más
tarde al convite y no soltar en ningún momento la cuchara. Cambiarla de
mano de cuando en cuando. Primero una vez cada hora. Luego cada cinco
minutos. Al final de la noche, incesantemente. De una mano a otro como
un ejercicio malabar invisible. El primo Severo se agacha si se cae. Me
la devuelve con una sonrisa. Ten, tu cuchara, primo Lucas. Los Piedrahita somos así desde hace siglos. Nuestro escudo heráldico es barroco y hechizw a quien lo escudriña. Por ver si hay un oso o un Lobo o es un dragón. Es hermoso este
día con mi cuchara en mi mano izquierda. Con mi cuchara en mi mano
derecha. Si hubiese elegido un cuchillo, me habrían cercado. Todo se
habría conducido más trágicamente. A lo mejor, es una conjetura
verosímil visto el decurso de los acontecimientos, la cuchara no existe y
es una invención de mi ocio. Llegado el momento de deshacerme de la
cuchara, si es que alguna encontrara, la dejaría caer con mansa
complacencia. Con mimo casi. Ha sido un día muy bonito. Mamá me mira. Se
acerca.
Hijo, ya no veo la cuchara que has llevado todo el día.Todo lo acabas perdiendo.
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