A José Luis Trullo o Félix Trull, que me dio pie; a Miguel Cobo, aforista riográfico; a José Manuel Benítez Ariza, poeta cabal y cercano
El aforismo es la constatación de algo inasible que de pronto emerge y ocupa un lugar que no puede ser reemplazado con ninguna otra manifestación sensible.
Es una inminencia tangible, un cortejo a la inteligencia y a la belleza. También un homenaje a las palabras. Se vale de unas cuantas, no excesivas, con objeto de hacer venir en el lector las sacrificadas. Esas son parte suya, pero no las conforma, se retrae y anhela que concurran en el lector.
Un aforismo adquiere peso y nombradía conforme se piensa y hasta se expande, a pesar de su vocación de brevedad y de concisión.
Difuso por inercia creativa, el aforismo es género bisagra de todos los demás: fronterizamente los observa y proteicamente los usa. Todos cuentan, todos lo surten.
El escritor de aforismos es un observador paciente. Lo que azarosamente irrumpe en su campo de trabajo (las ideas, las imágenes, ambas con la argamasa de las palabras) es tan suyo como de quien accede a su obra.
En el aforismo concurre una especie de epifanía: el que la percibe se transforma en depositario de un milagro, el de la transubstanciación del pan y del vino de las emociones en el fuego del lenguaje.
Un aforismo es también una sugerencia, un cortejo entre la inteligencia y la palabra. Hasta tiene clara su vocación de endogamia: se mira en el espejo y se gusta. El aforista es un espectador de sí mismo. Rasga la superficie por ver el interior. Ese espectáculo es la intimidad del propio aforismo, paradójicamente.
Escribir aforismos es convidarse de uno. Al aforista le agrada con colmo darse, ser hospitalario consigo mismo y también desdecirse, proclamar la futilidad de la verdad, la fugaz caligrafía de lo tasable y algorítmico.
Cuanto más se encona en desaparecer, cuanto mayor es el esfuerzo en encogerse y ahondarse, más gozosa es su presencia de su mercancía contenida y generosa
Hay aforismos que no se agotan. Más que miniatura, son pirueta.
Hay poetas que son aforistas secretos se puede decir a la reversa sin rebaja. Convocan la sombra para que todo sea ansia de luz. Contrariamente, con su paradoja feliz, exhibe la luz e invita a las sombras.
Un aforismo es un juego. En cierto sentido, un aforismo es un regreso a la infancia.
Igual que las hojas, en otoño, desobedecen al árbol, el aforismo desoye la voluntad de quien lo esculpe y a veces dicta su discurso. Fulge porque sí. Abraza el aire. Toca la verdad.
En última instancia, el aforismo posee su propio reloj interno. No siempre suena igual, no es cartesiano. Se lee con el mismo asombro de Heráclito cuando dejó dicho que nadie baja dos veces al agua del mismo río. Es otro el aforismo; somos invariablemente otros los lectores.
A modo de coda, algunos aforismos de dos de mayo:
Al declarar la sombra su tornadiza sustancia de luz, el objeto que la anuncia desaparece.
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Oculta bajo el entenebrecido paisaje de un sueño, discurre la vigilia del que duerme.
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Toca el poeta novicio la misma sustancia de la belleza y, en ese esplendor sobrevenido, en ese tacto puro, olvida la epifanía de las palabras. La pureza, cuando se gusta, es una jaula.
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Allá donde el fantasma irrumpe desaparece el miedo.
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Al declarar la sombra su tornadiza sustancia de luz, el objeto que la anuncia desaparece.
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Oculta bajo el entenebrecido paisaje de un sueño, discurre la vigilia del que duerme.
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Toca el poeta novicio la misma sustancia de la belleza y, en ese esplendor sobrevenido, olvida las palabras.
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Allá donde el fantasma irrumpe desaparece el miedo.
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La única consideración del trabajo que acepto sin discusión es aquélla que declara lo bien que se siente uno cuando lo ha concluido.
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No abunda el recato. A veces ni el semántico conviene, pero qué festín lo breve, con qué lujuria nos engolosina y acaricia
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Di a la beneficencia mis pecados más populares.
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El verdadero drama del hombre es que no tiene bastante con los que conoce y continuamente anda inventando otros.
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Sienta bien no tener asiento.
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Antes de perderse en la amoralidad de la pared, el ladrillo es un objeto de una hermosa inutilidad, un objeto entre los objetos, una inminencia de oficio, una invitación a pensarlo
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Conocerse uno mismo sin saber para qué.
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Hay que estar muy aburrido o muy desesperado para perder una mañana contando sílabas y después dejar el soneto a medias.
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