12.5.22

132/365 Leonard Cohen



A María Teresa Ferrer, por las canciones.

"Nos conocimos cuando éramos jóvenes./ Fue en un parque de colores lila y verde./ Me cogiste como si fuera un crucifijo mientras nos adentrábamos de rodillas en la oscuridad./ Hasta la vista, Marianne, ya es hora de que empecemos a reírnos y a llorar y llorar, y a reírnos de todo".

So Long Marianne, Frank Sinatra


I

Suzanne te invita a naranjas y té de la China. Sabe que no tienes nada que darle. Jesucristo fue un marinero cuando avanzó sobre las aguas. Dijo: todos los hombres seréis marineros y un día el mar os liberará. El sol cae como miel. Leonard Cohen está en Hydra. Ha visto a Mick Jagger tomar café en una terraza humildísima. Se saludan desde lejos. Jagger le ve sostener un libro. Tiene una biblia en la mano, pero no se cree lo que dice; sólo recita los pasajes controvertidos, los que encierran las metáforas más hermosas. En cierto sentido, su poesía es de índole teológica. Lo que hace en muchas de sus composiciones es indagar en la naturaleza de lo espiritual, en la posibilidad de que Dios exista y de que no sea una construcción humana, como sospecha desde que echó a andar por los libros y por las personas. Lo más hermoso de todo lo que Leonard Cohen ha escrito proviene probablemente de ese deseo enorme de aceptar la cultura que ha recibido y de convivir con ella con armonía. Maldito a medias, entre la voluntad de vender discos y hacer giras y la de pasar desapercibido y cantar a solas y escribir sin que nada importe, Leonard Cohen dijo estar en el ocaso de su vida poco antes de dejarla. La vio venir, podemos pensar. La muerte le habló algo. No me dediques ninguna canción, pero que sepas que he pensado en ti, le podría haber dicho. Siempre me impresionó la literatura póstuma. Tiene de verdad lo que otra ni alcanza., Todas esas últimas palabras que se dicen para que consten o para que la memoria de los demás las reciten o las pronuncien (más modestamente) cuando piensen en qué hicimos en vida y cuánto duele que no podamos añadir nada más. Este bardo feliz sigue fumando para siempre en las portadas de sus discos y desafía heroicamente a quien le reproche su mensaje, su discurso tras haber pasado por los hoteles de las ciudades a las que va a tocar. Cuando le dieron el Príncipe de Asturias de las Letras Cohen expresó una gratitud muy profunda: la de la tierra, la de la vocación por componer, la de ubicar su yo en el mundo, tarea a la que contribuyó (lo dijo varias veces) el poeta Federico García Lorca.

II

De Leonard Cohen se tuvo la impresión de que los años no le afectaban, aunque los cumpliera y tuviera cada vez más a mano la muerte, de la que ha contado algunas historias y a la que nunca le pareció un asunto por el que preocuparse. Eso de que la muerte esté cerca no es en absoluto atributo de la ancianidad. La obra de Cohen abruma, a poco que se mida o que se piense, porque es un recitado, pausado y lírico, de la soledad que nos cerca, del miedo que nos acucia, del dolor que nos vence. y todo lo cuenta como el galán atormentado al que le han robado el amor y le cuenta al nuevo, al que debe conquistar, el inventario de las heridas, por si se le da por lamérselas. 

III

Las heridas, lamidas, duelen menos. Mientras tanto, la cabeza del poeta sigue buscando las respuestas. Las del amor, las de la fe, las de la justicia. Ninguna viene con solo llamarlas. De hecho llevaba cincuenta años detrás de las palabras con las que explicarse el mundo. Quién si no. Al poeta Cohen le incumbía profanar el velo que separa todos los mundos que no se entienden. Y hay muchos. La labor no acaba nunca. El mundo no acaba nunca, como escribió Simic. Los discos de Cohen son también maneras de vivir. Se puede tener la encomienda de la narración de lo que no se ve a simple vista (eso hace la poesía, en cierto modo) y también el deseo, no siempre secreto, de vivir bien en el mundo al cual se interroga. Cohen trabajaba para pagar las deudas. Las de los bancos, las del alma. No es el único. Eso no le resta el valor que se le asigna.

IV

La belleza requiere cierto adiestramiento. Uno accede a ella sin tumulto, debilitado casi, sin consciencia alguna de que se está produciendo un milagro y de que somos espectadores de un hecho asombroso: la sublimación de los sentidos, cierta certidumbre imposible de subvertir a palabras en la que nos sentimos noqueados, derrotados por ese júbilo inefable y apenas dispuestos a razonar el calambre inicial, el roto en el alma que acaba desmontando todas las barreras, todos los miedos, todas las causas que nos han hecho alguna vez tristes y dolidos, abandonados, huérfanos. 

V

La belleza puede estar en una canción o en una fotografía o en un paisaje. Puede alcanzarnos en los violines de una pieza barroca o en la voz profunda de este bardo canadiense, dotado de un olfato poético único en el panorama de los cantautores en cualquier lengua. A distancia, aunque también digno de alfombrarle el paso, Luis Eduardo Aute, en España. Los dos, a su modo, han pecado en ocasiones y han entregado a la rutina y a la jauría de perros hambrientos que es el mercado discos espeluznantes, canciones horrorosas, pero les salva la belleza de algunas melodías, las letras que nos han acompañado como poemas súbitamente tarareables. La poesía debe contener ese aliento musical para no ser otra cosa de la que no pueda disfrutarse así, instintivamente, a golpe de corazón. 

VI

En un concierto ofrecido no mucho antes de morir, dos muchachas subieron al escenario a ofrecerle un ramo de flores. "Ay, si tuviera dos años menos", dijo, quitándose el sombrero y llevándolo con reverencia y humildad al corazón. 

VII

Cohen fue zen. Si se dice esa frase con voz rápida, no suena a español. Coenfuezén. Lo fue al perseverar en sí mismo, al convidarse de él, al meditar el estado de las cosas, el suyo propio. Ser un monje zen no le apartó del judaísmo de sus ancestros. El budismo carece de Dios, no hace que se recite ninguna plegaria, no es una amenaza. Dijo que le complacía extremadamente sentarse en el suelo de la cocina de su casa y ver desde la ventana la maravilla del sol al reflejarse en la chapa de los coches. Una experiencia absoluta, remarcaba. No tener que pensar en qué vas a tener que hacer después reconforta, dijo. No tendría que pensar en el sexo, ni en el alcohol ni en si una canción cuajaría o un amor duraría un mes. Vaciado completo. Cohen es un ser nuevo, pero de pronto algo del fragor antiguo regresa. Oye el ruido de un tren. Huele a tabaco rancio. Le viene a la boca el sabor de un buen whisky de malta. El camino del bodhisattva es hermoso, pero el peaje es caro. Cohen sabe convencerse. El cuerpo es un veneno. Las sombras son un templo. 



 


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