Esta cara de payaso la pintó Frank Sinatra en el hotel Felipe II, en El Escorial. Era el año 1.956 y Sinatra rodaba Orgullo y pasión (Stanley Kramer, 1.957) en el Madrid de Franco y del Fotogramas en blanco y negro, reventón de frivolidades y fotos de estrellas de Hollywood, por un par de pesetas. Al término de las sesiones de rodaje, en el hotel, Frank Sinatra se bebe el Manzanares con falda escocesa y se consuela en un piano del bar pensando en Ava Gardner, la mujer a la que amó, por la que trató de sucidarse dos veces, a la que veneró al punto de crear en su mansión de Los Ángeles un altar, en el que cientos de fotografías y de retratos ocupaban paredes limpias de materiales caros, la mujer que recorría las tascas de Madrid de la mano de Luís Miguel Dominguín, del que cuentan que nada más terminar de hacerle el amor en un hotel del barrio de los Austrias le dijo que se iba sin dilación, "a contarlo". La cara de payaso es un autorretrato. Sinatra está dentro, herido, lleno de canciones de amor y de deseo. Ahí está el Sinatra de las baladas descorazonadas, el crooner perfecto que encandilaba a las mujeres con su voz sublime. Cuentan que Sinatra pidió en ese bar del Felipe II una conferencia con Ava Gardner, que vivía en la ciudad, un poco más abajo, hechizada por los toros y por la ginebra, convertida en el animal más hermoso de la Gran Vía, en el exótico trofeo de una España de hule y rezo, de No-Do y copla, pobre como un ayuno y pecadora como una suscripción al Playboy. Cuentan que el romántico Sinatra le susurró a la Gardner el repertorio completo de los años en la Capitol. Canciones de amor en un teléfono negro que ahora, sesenta años más tarde, sería un objeto retro, ahora que hasta los cereales Kellogg's se venden en envoltorio vintage. Cuentan que Sinatra cantó sin considerar si su amada seguía al otro lado de la línea y que sólo colgó el auricular cuando ella entró en el bar del hotel, envuelta en un abrigón de visión y sin nada debajo. El bootleg de esa declaración de amor, si alguien hubiese pulsado el rec y el play de alguna grabadora casera, improvisada a la vera del teléfono, sería ahora un documento impagable. La Voz, el genio de los ojos azules, el cantante que hizo que a mí me interesara el inglés y que me atreviera a ensayar en ocasiones especialmente etílicas Cheek to cheek o I've got you under my skin, hizo su mejor recital. No imagino una ocasión mejor. De hecho creo que la historia es falsa, aunque Sinatra bebiese media Escocia en ese hotel y su amada esquiva se bebiese la otra media en Madrid, a unas decenas de kilómetros. La Gardner se encamó lo que pudo con la chusma analfabeta de un país exótico a los ojos de una diva de la meca del cine. Sinatra se casó poco después con Mia Farrow. "Siempre pensé que Frank acabaría acostándose con un muchacho" fue lo que se le ocurrió a Ava cuando supo de la noticia de la boda. Luego sentenció con más mala sangre: "Querida, eres la hija que Frank y yo nunca tuvimos..." Todo eso tenemos. No nos faltan decenas de rumores, episodios sublimes sobre el vértigo de la carne y la ebriedad de la sangre. Amantes incansables. Bebedores insobornables. Crápulas inmortales, mujeres a salvo del olvido. Lo que no tenemos es Night and day susurrado en ese teléfono del Felipe II. Eso nos falta. Sinatra cantando desde lo más profundo de su accidentada alma. Sinatra contándonos que el fin está cerca sin pronunciar una sola palabra. Para que la semblanza esté completa faltan las canciones. Miles de ellas, tal vez. En todas Frank fue el más grande, el más alto, el más amado. Que coqueteara con la parte peligrosa de la vida y le sacara partido a esa inclinación del alma es accesorio, aunque se disfrute y hasta se celebre que haya gente que se autorice para ejercer su santa voluntad y haga de esa empresa algo que perdure. No he leído ninguno de los obituarios que se le harían. Cualquiera sería aprovechable. Cuando estoy solo (el problema del mundo es que no sabemos estar solos, escribió De la Bruyere) me pongo algún disco de la etapa de la Columbia. Qué bien suenan, cómo se le entiende todo, con qué facilidad este hombre difícil nos hace la vida más llevadera. No sabemos si la suya lo fue, probablemente nunca cantó para escucharse. En los estudios de grabación, cantaba con las manos en los bolsillos y un cigarrillo en la boca. En la vida real, dijo más de una vez estar harto de Frank Sinatra. Nosotros nunca diríamos eso. La vida es una cosa esplendorosa, cantó una vez. Nosotros la sentimos así cuando ponemos un disco suyo y canta.
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