20.1.23

Dibucedario 2023 / Q / El quinteto de la muerte, Alexander Mackendrick, 1955

 


La vejez contiene las travesuras de la niñez, pero exentas de inocencia. Que se arrime al puro atrevimiento o hasta a la desvergüenza depende de lo poco o lo mucho que esa niñez tuvo de osada o descarada. Hay personas mayores que derrochan ingenuidad y se las quiere al modo en que se le tiene ternura a los niños y las hay que se detestan; más cuanto mayor es el grado de refinamiento de su maldad. La anciana que más me viene a la cabeza cuando pienso en personajes de ficción que las mata callando es la señora Wilberforce, la adorable viejita que, sin coscarse de que está metiendo en su casa a una banda de maleantes, les alquila unas habitaciones. Ella es la que sostiene toda la historia que viene después y es tan jocosa, tan extremadamente ingenua que se tiene la impresión de que somos en verdad niños y se nos está contando un cuento. Es de terror ese cuento, grotesco e hilarante. Todo muy británico, muy eduardiano, muy de un tiempo que no pertenece a ningún otro, como extraído de un sueño o de una realidad imposible de reproducir ahora. Hay en El quinteto de la muerte un aire surreal, como de cosa caricaturesca. No se hace cine como el de Mackendrick hoy en día. Es otro, tal vez deba ser otro. Todo ese aire de impostura amable que se incrusta mientras se degusta su más que fluida trama se mantiene indeleblemente. Hay escenas que no se difuminan. Se tiene de ellas un recuerdo cercano, de asunto personal, como si lo que fuésemos proviniese también de la bendita ficción. Luego están Peter Sellers y Alec Guiness, inconmensurables, grandes entre los más grandes. 

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