El advenimiento de la revolución industrial supuso la deificación de la máquina. Los preceptos de la nueva religión eran paganos y capitalistas, tal vez eso sea una redundancia. Las cadenas de montaje en las fábricas crearon la ilusión de que el bienestar era accesible a todos o de cualquiera podía adquirir la mercancía, conformada como detentación de un status o hasta como icono. El peaje consistió en la alienación del obrero, en su descomposición gradual como persona y, las más de las veces, de acuerdo al grado de integración en esa cadena, la mutación en otra de sus piezas, en un engranaje entre los engranajes, en un objeto entre los objetos. La industria era la nueva gran cruzada que habría que dar con el grial de la felicidad. Chaplin hace en Tiempos modernos un uso terapéutico de la pantomima: construye una invectiva visual sobre la deshumanización que posiblemente no haya tenido rival que la iguale. A Chaplin le interesa más reflejar la vacuidad de la sociedad al confiarse a las máquinas que la voracidad del capitalismo.
En el fondo, Tiempos modernos es una película de amor. Habla sobre la vida cuando la vida se retrae de sus obligaciones y se mustia o se enmohece o se convierte en una rutina. Su comicidad es subversiva, su capacidad satírica es despiadada y pedagógica. La fábrica a la que se recurre para escenificar la automatización del hombre (su deshumanización) es la metáfora perfecta de la uniformidad a la que Orwell pondría argumentos de más honda contundencia. El personaje de Charlot aparece por última vez y Chaplin le hace representar al ciudadano de la Gran Depresión, al del paro, al de las injusticias sociales. Primero es un trabajador al que enloquece el desquiciante empleo que le encomiendan. La cinta transportadora en la que atornilla tuercas es una de las escenas más desternillantes de la película y, al tiempo, una de las más terribles. En un momento sublime, Charlot es engullido por la máquina: el monstruo se lo ha comido. No obstante, él sigue con su llave inglesa, apretando tuercas en la panza de la bestia, integrado en los mecanismos, él es uno. En otro, Charlot es usado para demostrar la eficacia de una máquina que da de comer (literalmente) al obrero de modo que no abandone su trabajo en ningún momento de su horario.
La transgresión de Tiempos modernos es lúdica y maravillosamente sutil. No hay gags ininterrumpidos, ni diálogo alguno que consolide un modo de buscar la risa. Salvo una canción (pronunciada en un lenguaje no reconocible, improvisada) todo es silente, la última gran película muda de la Historia del Cine. La modernidad a la que alude el título es el reloj que marca el imperio de la productividad. El hombre es una res que se conduce por un mesías mecánico. De hecho hay una escena en la que un gran rebaño de ovejas es comparada con los trabajadores camino de la fábrica. No son hombres: son animales. En esa imagen del rebaño se observa una oveja negra entre las blancas: es el propio Charlot, el que se desentiende de la rutina, el que campa a sus anchas, el que no obedece las normas. Esa disidencia hace que lo ingresen en un psiquiátrico, por loco, y en una cárcel, por comunista, de la que sale al malograr un motín.
El final de Tiempos modernos es uno de los más hermosos que yo recuerde. En su búsqueda de ser alguien, de pertenecer a algo, después de padecer peripecias ridículas o risibles o dramáticas, Charlot no encuentra a alguien a quien amar, sino a alguien con quien buscar. Esa huérfana (Paulette Goddard, pareja de Chaplin en esa época en la vida real) es la representación de la bondad, ni siquiera de la posibilidad del amor, sino de la esperanza de que exista. Tal vez el amor sea una investigación sobre la vida planeada por dos personas que están bien juntas. Es sobrevivir a lo que se dedican. Son los dos únicos seres vivos en un mundo de autómatas, viven de verdad. Ambos tienen un espíritu eternamente joven y son absolutamente inmorales. "Los dos están vivos porque son niños sin ningún sentido de la responsabilidad, mientras que el resto de la humanidad se encuentra aplastada bajo el peso del deber. Sus almas son libres" Son palabras del propio Chaplin en apuntes sobre el film. Al final, cuando la pareja se va alejando hacia una luz cegadora, de día limpio y precursor, él le pide que sonría. La canción con la que se cierra esta obra maestra, compuesta por él mismo, es otra maravilla. Esta mañana me he sorprendido cantándola. Creo que no tengo la voz de Nat King Cole.
La pantomima es el recurso idóneo para hacer comprender el absurdo.
Su puesta en escena es asombrosa. Es una película muda en la época en la que
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