15.1.23

Dibucedario 2023 / Ñ/ ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976 )

 




Siendo niño, el juego es la vida, se moriría uno antes que perder. Un niño es lo contrario a la muerte. Nada que los enferme los derrota. Ni la oscuridad temen. No hay que creer cuando decir temer a algo. Están probándose, haciéndose adultos. El lenguaje es una herramienta del futuro. Las palabras, piedras que se lanzan al agua por ver qué cabriola hacen, si tardan en hundirse o alguna, extraordinariamente, flota. Un niño puede parecer inocente hasta cuando la razón desdice a nuestros buenos sentimientos. Muchos niños son un arma ciega. Hacen como los pájaros: van en bandada hacia un lugar que solo ellos conocen. Pájaros o abejas. Los niños son las abejas y la colmena, el polen y las flores. No hay uno que los guíe: lo que los mueve es anterior al mundo. Estará contenido en algún verso suelto de algún poema matriz. Si se está particularmente sensible, se puede entrever el mal que esconden. No son conscientes del mal, el bien es una extensión suya, no podríamos considerar uno sin el otro. Se les nombra con frecuencia con la palabra criatura, que es una manera de fijar un significado fiable a lo que no se entiende. Cada adulto fue un niño. Algunos lo son vivamente, sin tener tampoco conciencia de ese estado inalterable, al que no afecta la intromisión de las vicisitudes que acarrea el ingreso en la edad adulta. Se dice también que no deberíamos dejar nunca de ser niños, pero es un deseo endeble, no se lo cree el que lo dice, aunque lo pronuncie con convicción o sus actos delaten cierta franqueza, alguna especie de coherencia interna de la que, por supuesto, tampoco posee mayor propiedad que la que se tiene de un sueño. Comparten los niños una obediencia ciega a su condición de niños, la de los juegos alegres y las carreras sin término. La crueldad no es algo que sepan diferenciar de la ternura. Pueden fluctuar entre ellas con pavorosa verosimilitud. Del llanto a la risa no hay un periodo de adaptación. Nacer o morir son partes de la trama. Casi filosofía. 

¿Quién puede matar a un niño? es una recreación malsana de la niñez considerada como un trastorno, una joya del séptimo arte por muchas razones. La violencia infantil no se representa con motivos pedagógicos, sino que respeta escrupulosamente el sentir de un niño (sus algaradas, su falta de temeridad, su vehemencia) cuando pone el alma en lo que hace. Es de un atrevimiento fascinante también. No comete ninguna atrocidad que escandalice más allá de la que se sobreentiende, de la que surge al contemplar cómo los niños juegan a la piñata con la cabeza de un señor mayor y acaban separándola del tronco con una hoz, escena que con elegancia se nos retira, aunque la realce la música (infantil, fantástica, dosificada, argumental) de Waldo de los Ríos. Lo que hace Narciso Ibáñez Serrador es perturbar con lo que no es perturbable. El terror que sentimos no recurre a las sombras ni a la niebla, no tiene esa ascendencia romántica en la que la noche es la portadora de todos los males. Aquí hay luz, la hay de un modo apabullante. El sol es la metáfora del mal. No hay pudor en subvertir las normativa del género, ni siquiera cuando el director nos hace un prólogo terrible con imágenes reales (niños en campos de concentración nazi, en conflictos bélicos, en poblaciones arrasadas por el hambre) que acongojan y predisponen a un espectáculo atroz. Almanzora, la isla ficticia en la que transcurre la trama, es un lugar fuera del mundo. La misma historia es un sueño macabro al modo en que lo era El pueblo de los malditos (Wolf  Rilla, 1960 y John Carpenter, 1995) o Los chicos del maíz (Fritz Kiersch, 1984). Todas expresan un sentir parecido, una evocación enfermiza de la niñez, ocupada por intangibles deseos de muerte, animada por un deseo puro del mal por el mal, sin que nada cuente para que podamos convenir una razón o desplegar una justificación. No hay nada que esclarezca los motivos. Ni siquiera ese final absolutamente demoledor ofrece un asidero para la lógica. ¿Quién puede buscar lógica en un niño? Lo de matarlo es un asunto exclusivamente narrativo, aunque aquí no se arredre Narciso Ibáñez Serrador en eliminar a algunos al modo en que George A. Romero (más tarde cien películas más y alguna serie de caminantes muertos) eliminaba sin aspavientos todos esos zombis de antaño. Todo en ¿Quién puede matar a un niño? es simbólico, legítimo, desconcertante y lúdico. Como un juego de niños. 

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