10.1.23

Nulla dies sine linea

La frase en latín la cita por primera vez, que se sepa, Cayo Plinio Cecilio Segundo, también conocido como Plinio el Viejo en su Historia natural, atribuyéndola a Apeles de Colofón, pintor de la corte de Alejandro Magno y retratista de todos esos cuadros del Emperador que hemos visto en los que monta a caballo y parece tener la mirada como ida, quién sabe ocupada en qué distracciones divinas. La línea a la que se refiere es el trazo de una pluma. La propia palabra alude al hilo de lino o al cordel, de más predicamento pictórico o textil que literario. Luego la ocurrencia alcanzó el rango de proverbio, calzándole su pedagogía. Beethoven, que no cogió un pincel en su vida ni manuscribió texto alguno, la consignaba en sus partituras. Augusto Monterroso, tan amigo de la contención, la rubricó en una de sus miniaturas: la usó como título, casi más largo que el propio relato que contiene. Dice así: "Envejezco mal, dijo; y se murió". Escribir a diario, no dejar un día sin que se caligrafíe o se teclee (no es lo mismo, según aprecio, pero eso es otro asunto) una línea se extiende a una advocación mayor: la de que no haya día en la que no se facture algo de provecho, lo cual es sentencia sin matizaciones, de fácil entendimiento, presta a que cualquiera la empuñe y practique. Es la constancia lo que se prestigia. Sigo con las citas: Voltaire, del que no se dude que recogiera la máxima latina, dijo: "El hombre ocioso sólo se ocupa en matar el tiempo, sin ver que el tiempo es quien nos mata". Todos exaltan ese sentido de lo fugaz y de lo trascendente, trazando la línea (nada borrosa, sino firme y bien visible) que separa lo ocioso y banal de lo fundamentado y útil. Hay verbos de una belleza absoluta. Uno de ellos sale de esta resma de aforismos: perseverar. Tiene un fondo tan hermoso que me extraña que no se le encomiende más trabajo y comparezca con mayor ocupación en conversaciones y en textos. La hemos dejado un poco de lado, no se le hace el aprecio que se le debe, hasta parece que se desentiende el hablante de ella porque requiere un esfuerzo que no está dispuesto a mantener o, en el peor de los casos, ni siquiera a comenzar. Uno ama esos verbos transitivos que exultan carnalidad, dinamismo, creación. El propio verbo crear es afín a este dispendio mío de buena mañana. Se escribe para motivos que ni el ejecutante conoce. Tal vez el que lea componga alguno. 

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