Los ríos van a parar a la mar, que es el morir, pero el frío carece de trayectoria, el frío prescinde del volumen, no condesciende a una cartografía. El frío es un invento de los poetas románticos o un capricho de algún dios juguetón y rudimentario, confinado a su retiro maximalista, impartiendo su cátedra homicida, su cuchillo de palabra.
El frío es un vértigo en la sangre. El frío es el que hace que el mundo gire. No es el amor, como quería Dante a decir en la boca de su Beatriz. Ni el jazz de Grant Green que ahora suena en mis jbl pequeñitos. Hay cosas que solo se perciben si se han vivido con verdadera rudeza. Si alguien no ha sentido el frío, el frío severo, no comprenderá que el mundo entero sea una extensión fiable del frío.
El calor es justamente la ausencia de frío, pero no es nada en particular, nada tangible, nada que pueda medirse. Me da igual que haya termómetros o que las piras funerarias sacrifiquen bárbaramente a los ingenuos y a los rebeldes. El frío es la medida de todas las cosas. El frío es un vértigo de la sangre.
El frío sucede en el interior. Existe porque desciendo a mi adentro y me encuentro solo. El frío es una república de lobos. Mi palabra es una bandera sin público. Me explica el frío a cada palabra que callo. Escucho el frío abriéndose paso en la carne, comiéndose sílabas de las palabras que pronuncio, malogrando el amor promiscuo, haciendo que el amor verdadero estalle en el interior, donde sucede la eclosión de su fiebre rota, incurriendo en deslices que no le son propios, invariablemente haciendo que todos los que lo sienten piensen en él y no puedan pensar en ningún otro asunto.
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