8.1.24
Dibucedario socrático 2024 / H de hombre
El pobre Sócrates tiene el seso sorbido por pensamientos elevados. Los de baja intensidad, los pedestres, todos los que vuelan y no hacen nido en ningún árbol, no le suscitan mayor interés. Es de buscar tres pies al gato el buen hombre y ese oficio es ruinoso, se mire por donde se mire, haya o no árboles y sea el nido en el que deposite las ideas la mejor de las residencias posibles para las palabras. Anda en la esperanza de dar con el hombre sabio por ver si esa especie existe y sus desvelos tienen por fin consuelo en la tierra. La sabiduría era lo sublime cercano, la representación del pensamiento puro, no vertido sobre ningún soporte (para eso tuvo después a su discípulo Platón) y contrastado ad nauseam. No hubo hombres sabios, ni los hay ahora. Se cita la sabiduría popular, que es un artefacto semántico en el que se mancomuna el saber de muchos para no enfadar a nadie si se escoge como sabio a alguien no consensuado. El acervo de un pueblo es accesible, se refrenda en sus ciudadanos, se expande a poco que se le permite explayarse, se alimenta de la experiencia de los siglos, de las victorias y de las derrotas, de todo lo que hace que el hombre medre en su condición de hombre, pero ninguno la exhibe soberanamente, cualquiera puede incurrir en faltar a su criterio. La sabiduría es un imposible. Sus ideas son el humo que el fuego no es capaz de retener. Todo el pensar es estéril si no lo anima la verdad, pero es de alguien esa verdad y no de todos y es huidiza y no da con árbol en el que fundar un nido. Tal vez la sabiduría esté en lo sencillo, en lo que no precisa alambique del pensamiento. El hombre no es lerdo ni sabio a tiempo completo. Saber que nada se sabe es una malicia sintáctica y moral. Esperar sentado a que el sabio se nos acerque es evidencia de una de esas sabidurías menudas, de andar por casa, decimos por aquí, de decir las cosas como quien no se ha parado mucho al pensar en ellas y, sin embargo, las rubrica con pasmosa eficacia.
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