La admiración proviene de la humildad. Quien mira con fascinación reconoce la grandeza de la belleza o de la inteligencia. Curiosamente la RAE da una acepción doble a la entrada fascinación. Una la promulga como engaño, como ilusión, como alucinación. La otra, de uso más extendido, fija el embeleso, la seducción, el encantamiento, términos que propician la participación de la magia, que no deja de ser engaño, ilusión, alucinación. El fascinado sin interrupción está probablemente enfermo de inocencia. Su gratitud es mecánica; su humildad, una debilidad del espíritu. El pobre Sócrates, enamoradizo, enardecido, convicto de los primores elementales de la realidad, confía a su mochuelo el deslumbramiento que lo ocupa. Él rebaja esa fogosidad. El frenesí es un artificio de los corazones sobreimpresionables. Likes de la Grecia Clásica.
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Dietario 26 / Las palabras
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