13.1.24

Otros que de mí se ocupen


              Fotograma de "Spellbound", Alfred Hitchcock, 1945

De pequeño yo era trastolero, zangolotino y un poco zascandil. Tramaba maldades ligeras, pequeñas acometidas que casi nunca adquirían la sustancia del drama. Encontraba en todas esas transgresiones un alimento espiritual que más tarde me proporcionarían los libros o las películas. El mismo hecho de que ahora escriba proviene de toda esa épica infantil, censurable, a poco que se piense, motivada por estar todo el santo día en la calle, maquinando juegos, concediéndome la posibilidad de cancelar la realidad impuesta y fabricar una a mi entero capricho. Sería mucho más tarde cuando la vida se ocuparía de hacerme comprender que aquellas malandanzas a las que mi espíritu juguetón se inclinaba no era nada más que escaramuzas infantiles, aunque yo me cuidara de que ninguna trascendiera más de la cuenta, más por evitar que mi padres pasaran un mal rato que por verme reprendido, expuesto a la maledicencia del barrio. De mayor no soy trastolero, zangolotino ni zascandil. No tramo maldades, que sepa. Si alguna acaece la convoco sin verdadero ánimo de hacer daño a nadie, y eso no debe hacer creer que me tenga por una buena persona, siempre hay algo reprendible. Pero la certeza mayor es no reconocerme en aquel niño, no tener nada más que briznas, escenas sueltas, nada mío. No sabría decir cuando irrumpió el yo pretérito que trajo el yo de ahora y cuántos hubo y si alguno futuro no se reconocerá en éste. Tampoco si todos perduran y es uno el que da la cara, el elegido para representar a los demás. No sé cuál de ellos se ha envalentonado esta mañana de sábado y escribe. Alguno se estará ocupando de mí. Siempre hay alguien que lo hace. 




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