27.1.24

Elogio del poema todavía no escrito



Sin motivos, un poco por respeto o por pudor o por temor, uno va aplazando lo que importa. Se posterga sin mayor quebranto, se deja para después por el placer de ir pensándolo, de darle un cuerpo dentro de la cabeza o por convidarse de futuro y creer que podemos gobernarlo. Como la madre que planea una vida para el hijo que lleva y fantasea con los ojos que va a tener o con la voz con la que dirá las primeras palabras o en si será cirujano o poeta laureado. Se aplaza la felicidad tal vez por antojársenos inalcanzable o por no desear saber qué trae, para no despreciar, más por ignorancia que por otra cosa, los placeres que nos ofrece. Se disfruta más con los preliminares, oye uno decir. En el fondo es el miedo el que hace que actuemos así. El miedo a que no compense el esfuerzo. El miedo a que el hijo no sea el esperado o que su voz no nos emocione o que sus ojos nos miren sin mirarnos o que salga funcionario de una delegación tributaria en lugar de maestro o de galán cinematográfico. 


No sé qué cosas estaré aplazando yo. Algunas habrá. Se tiene la idea de que no hay problema en eso, en no pensar, en dejar a un lado esas obligaciones morales o lúdicas o sociales. O se las ingenia uno para que no duela o duela de un modo tan suave que no alarme, ni se tenga conciencia de que algo nos rebaja.  Leí un poema que refería la dificultad del poeta en conseguir que lo volcado en los versos finalmente se impusiese a la nada en la que estaba. Y venía a decir que el poema ya estaba. Solo faltaba llamarlo. La idea de un lugar en donde todo está almacenado, tutelado, confinado a expensas de que se extraiga me incomoda, me hace pensar en que no haya azar. Sin el azar, sin el asombro, sin la sensación de que algo que no se ha previsto incline a un lado o a otro la balanza de los días. Yo estoy todavía intentado encontrar ese poema. Hay días en que lo atisbo, en que vislumbro una brizna de lo que quiero expresar y el apero de palabras con el que airearlo y hacer que se imponga a la realidad. Todos somos padres de algo, sabiéndolo, sin saberlo. 

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