5.1.24

Elogio de los juguetes perdidos

 Esta es la historia de un niño que perdió un juguete:

con dos años lloró desesperadamente,
con cinco lo añoraba,
con doce se avergonzaba del recuerdo
con ochenta recordaba el juguete con ternura.


(Milton Erickson)


A Pedro del Espino, por el niño dentro 


El paraíso que hemos ido pensando hasta que satisfizo nuestro anhelo de armonía y de felicidad se fija con algunos frágiles instrumentos. El que más cuesta anclar a su empeño constructor es el tiempo. Se desentiende de lo que le exijamos, no aduce nada para excusarse, hasta ignora a quien falazmente conjetura con tener alguna propiedad suya. Sólo es nuestro lo que perdimos, sentenció Borges. Cuanto más perdido, más nuestro. Lo eterno no tiene principio ni fin, pero lo sempiterno progresa en el tiempo, no sucumbe, no sufre la decepción del olvido ni se enferma por la veleidad o la frivolidad de los hombres: irrumpe en la realidad y perdura infatigablemente en ella. El juguete es sempiterno. No importa que ya no podamos inclinarnos ante él o que su recuerdo se haya difuminado. Lo que nunca hace es desvanecerse del todo, adquirir la cualidad de los fantasmas, también sempiternos. Basta poco para que surja de nuevo y la ternura nos embargue. Felices Reyes. 

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