Tengo por cierto es construcción lingüística en franco desuso que debería reclamarse, concederle plena vigencia. Ayer la usé en una conversación y pasó desapercibida. Nadie hizo por darse por enterado, no hubo indicio de que mi atrevimiento contrajera algún tipo de refrendo. Las expresiones vetustas que me llegan de otros (las leídas más que las escuchadas) las aprecio y hasta hago constar el agrado o la sorpresa que por lo común me causan. Denotan que quien las trae es sensible a las saturnales de las palabras, que veneran la llegada del invierno del lenguaje. Ahora todo es presentismo lingüístico, ese festejo ciego en el que el pasado es vestigio, huella de algo que debe ser reemplazado con otra huella, como un palimpsesto torpe, como un eco de un eco. Doy fe de que no son estos tiempos los de la gratitud hacia los que pasaron. Dar fe tampoco es marchamo actual, no se le privilegia cuando hay que atestiguar algo. La fe es la que está en entredicho. No se tiene fe a nada, ni siquiera al tesoro de nuestro bendito idioma. A fe mía que no se encuentra amor más durable.
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