En la gran literatura rusa los trenes
descarrilan en lo más hondo del hondo invierno.
Coges una novela rusa y se te hielan las manos.
Primero notas el frío escalarte el brazo
como una malla de agujas, como una lagartija infinita
que anhelara comerte el alma.
El frío es un pájaro ciego.
La nieve, su vuelo muerto.
Todos esos personajes de la gran novela del frío ruso son fantasmas que el invierno
escogió para ocupar sin fatiga
los anaqueles de su república de hielo.
Los ves venir de lejos, tiritan,
les castañetean los dientes, gimen, danzan
con los pies desnudos, con la boca rota.
Luego intimas con ellos, los conoces,
asistes a la representación de su tragedia
y buscas con ansia, con fervor, con fe
algún fuego que te repare el alma.
Ilustración / Nadja Kuznetsova
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