Ilustración: Ramón Besonías
Uno no siempre es lo que desea ser. De hecho, somos antojadizamente lo que surge en cada momento y damos lo que oportunamente se precisa cuando se nos requiere o se nos conmina a que nos exhibamos de una manera o de otra. Tampoco somos lo que los demás creen al modo en que todos ellos no son lo que les pedimos. El baile no es de máscaras, sino de palabras. Unas consolidan más que otras lo que quiera que seamos. También se podría argumentar a la reversa: a uno no siempre se le asigna la identidad que manifiesta y que, por consciente o por anhelada, es la única por la que se desea que lo nombren. Quien no hace la distinción entre todas las posibles y se concentra en una sola, que no tiene por qué ser la equivocada, poco puede hacer para hacer salir del equívoco a quien se determina en la que no parecería la correcta. Billy Wilder dejó en su lápida una máxima lapidaria, permitidme la reiteración: "Soy escritor, nadie es perfecto...". Quizá (ahora conjeturo o ya llevo un rato haciéndolo) su convicción era la de alguien que, a sabiendas del despropósito de su oficio, estaba a gusto en su desempeño. Se tiene últimamente la voluntad de contrariar a quien se expresa a su insobornable capricho, se zahiere al otro por no ser lo que debiera. Hoy hablaba con un amigo que me animaba a que dejara el mundo correr, él sabe bien a qué nos referíamos. Lo valioso, me explicaba, es tener esa altura de miras (no sé en quién he pensado) que permite vivir y dejar vivir. El mochuelo de Atenea, el símbolo de la filosofía, el ave que acompañaba a la diosa de la sabiduría y de las artes, la nacida de la cabeza de Zeus, hará su trabajo de volar de noche y de ver en la oscuridad. Pensar es un acto que va invariablemente de las tinieblas a la luz o de la nada hacia la realidad. Hasta que no se nombra algo no existe. Sócrates parece disfrutar soliviantando al animal. Búho, le dice. Pero el filósofo, se nos ha dicho, no sabe nada, todo lo infiere: arguye, deduce, entiende una vez que ha sido convenientemente informado y tiene las herramientas para construir su pensamiento. Cuando el afectado en la confusión, el pobre búho, perdón, mochuelo, le clarifica su verdadera naturaleza, él parece destenderse de la confidencia que se le ha hecho. Qué más dará, cómo asignar una palabra y no otra podrá modificar la sustancia que la palabra tal vez inconsistentemente desearía acotar. No somos nadie, agregará.
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