Lo cantaba Violeta Parra, que la compuso, y más adelante Rosa León y Mercedes Sosa: volver a los diecisiete después de vivir un siglo. Una vez que creces, ya no puedes volver. La inocencia es lo que inevitablemente perdemos. A veces sobreviene y la reprobamos. Ser inocente no es nada de lo que pueda presumirse, no es una virtud, eso nos dicen. Nacemos inocentes y la vida nos va robando esa inocencia. Hay un momento de nuestra existencia en el que abandonamos el candor, la visión limpia de las cosas, esa fe en lo más acendradamente humano. Tal vez sea en el juego es donde están protegidas esas cosas hermosas y nobles. El juego considerado como una necesidad. Lo malo es que no volvemos al juego o, caso de que lo hagamos, lo ejecutamos con criterio adulto, pero es en el juego en donde la ficción está a la vista dentro de lo real. Al jugar garantizamos un pasaje a ese mundo inventado, el nunca jamás de Peter Pan, y después de vivir un siglo (o casi) volvemos a los diecisiete o a los once. Lo dice Peter Pan, lo avisa: Una vez que creces, ya no puedes volver. Y en cierto modo vemos que es verdad.
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