La recta razón que a la prudencia invita flaquea al prendarse de los primores que la naturaleza ofrenda y escapan a nuestra voluntad. Es cosa suya doblegar el empeño que apliquemos y nuestra aceptar sus impedimentos y convencernos de la imposibilidad de franquearlos. Obra sin seso quien los ignora y desoye la clara reprobación que pronuncian. Así el pobre Sócrates se conforma, tiene con qué aplacar el deseo loco de su corazón, pero Mochuelo fue bendecido con el vuelo y prosigue su paseo. Por más agreste que sea, no le condiciona la orografía, no se arredra si un precipicio surge o si se iza la imponencia de una montaña. Bate sus alas y se aleja. No hay raíces en el aire.
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