3.1.24

Elogio de los talleres de escritura creativa

 No he sido asiduo de talleres de escritura creativa. El adjetivo, aplicado a la escritura, le da un porte mayéutico, de cosa que se va sabiendo conforme se le presta la atención suficiente. Más que la pertinencia de que algo de lo que se me contara cuajara y me guiara buscaba sacar de paseo a la escritura misma, exponerla al escrutinio ajeno, considerarla maleable, dúctil, materia afín al barro o al mármol cuando se le extraen los cuerpos que oculta en su interior. Creo recordar que en algunos disfruté muchísimo. Vino gente a impartir el curso a la que admiraba y procedí primerizamente, como el actor novicio que se planta por primera vez en un escenario o el que, por muchas tablas que tenga, se sube a él en la certeza de que es un aprendiz, de que cualquiera lo es si la disciplina que ejecuta le merece el mayor de los respetos. También yo he sido recabado para hacer que otros escriban o, más modestamente, aprecien lo que se pierden no escribiendo. Son agradecidos los alumnos de secundaria o de bachillerato, convencidos de tener delante a una especie de estrella del rock: su entrega o es de un candor maravilloso o te ignoran como un conductor al mosquito muerto en el parabrisas. Yo habré sido ambas cosas. A los de primaria no hay que convencerlos con artes sutiles: basta con convertir en juguete la mercancía para que se venda solo. Es esa condición, la de juego en la escritura, la más favorable para que alguien se anime a contar historias o a montar versos. Cuando crecemos, al no saber ver las cualidades del juego o al apartarlo adrede, por inapetencia, por pudor, perdemos la confianza en nosotros mismos, en nuestra capacidad para crear. Yo mismo he sido reacio a prodigarme cuando tuve oportunidad. Me parecían a veces muy iguales todos. Me daban la sensación de que eran cortos, a pesar de lo largos que algunos se me hacían. Ahora, en cierto modo, los echo de menos. Habré ido a cuatro en mi vida y esta mañana pensé en que ojalá hubiesen sido cuarenta. Es lo que no se tiene lo que más nos pertenece. Borges lo dijo mejor: “Sólo es nuestro lo que perdimos”. En mi colegio, en los que he estado, he disfrutado mucho ese arrancar a alguien a que invente. Todo empieza con una frase. Se te ocurre, irrumpe sin tener mucha idea de cómo lo hace y luego lo demás sucede por precipitación. Escribir es una cosa pluviométrica. 

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