Están los dioses confiados a que se les escuche en un paisaje sin más encanto que su detenida ocupación del tiempo. Acuerdo con mi paciencia esperar a que algún milagro irrumpa del que pueda más tarde dar exacta rendición en un verso, pero no veo ninguna evidencia de la divinidad ni los árboles desalojan la luz que han ido acunando durante el esplendor del día. La noche los deshace en un rumor. Mis palabras se entretienen en la sospecha de que hubo un milagro del que no fui testigo. La gracia delicada de un don me susurra algo que no entiendo. Oigo la dulzura. Cuando me acerque otra vez al lugar desde donde presentí la dicha, será otra cosa lo que vea. Habrá cambiado. Ni estarán los mismos árboles ni los riscos, a lo lejos. El aire será un temblor antiguo. Mi voz será la de un niño que acaba de descubrir la tenacidad de la belleza.
16.6.22
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