Cifu fue un padre para quienes amamos el jazz. No entra ahora aquí si habrá alguien que prosiga lo que empezó hace cuarenta años o si la orfandad durará hasta que los hijos también nos vayamos al otro barrio. No duele que se muriera este hombre al que no conocíamos, con el que no habíamos tomado café, ni paseado los parques de Madrid, ni compartido un comentario sobre fútbol o cine negro o política: duele que no tengamos su voz, la voz que nos contó el jazz como nadie lo había contado antes. Jazz porque sí, su programa, en Antena 3 Radio y en RNE, es una catedral hecha de swing y de hertzios. No sé cuántas horas me ha regalado en los programas de la radio nocturna - que es la radio que más me emociona, la que más me conforta - ni cuánto jazz he aprendido -sí, sí, el jazz también se aprende -, pero poseo la certeza de que ya no habrá más Cifu, ni Jazz porque sí, jazz con mis cascos pequeñitos - buen sonido, - haciendo que Thelonius Monk, Charlie Parker, Chick Corea o Scott LaFaro me condujesen al sueño. No es el tributo más sentido a este buen hombre. Solo sé que le echaré en falta algunas noches cuando busque conciliar el sueño y no me cuente cómo se grabó un disco de Duke Ellington del 53 o cómo Chet Baker, en sus tours europeos, se ponía hasta arriba de whisky, coca y pastillas y tocaba sin aliento, al borde mismo del desmayo, las canciones que nos hacían sentir bien a él y a mí, Era muy joven. Siempre se es joven cuando toca retirarse. Hay discos de jazz que parece requerir su voz diciendo quién toca el bajo o la guitarra. Anoche escuché de nuevo (benditos podcasts) un monográfico sobre Bill Evans. Cuando escribí Un poco de swing, por favor, olvidé contar con él, anotar esa paternidad, rendirle una sentida dedicatoria. Cae ahora. Besos, abrazos, carantoñas. Así se despedía.
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