El amo de la india Violeta pasa las noches en vela. Era ya amo siendo niño y tampoco entonces dormía.
La india Violeta duerme las noches enteras.
Era esclava cuando niña y dormía sin solivianto las noches dulces y completas.
El amo de la india Violeta tiene la boca llena de remiendos: por las mentiras y por las infamias que por esa boca ha dicho.
La india Violeta tiene una boca limpia y dentro fulguran astros y titila el firmamento cuando canta.
Amo y esclava comparten la misma fiebre. O es una fiebre con dos caras: como si fuese moneda.
El amo ha pensado que estaría bien ser esclavo y poder dormir. Al menos una noche. Una noche símbolo de todas las noches entregadas al desquicio y al quebranto.
La india Violeta siempre quiso ser señora, dueña, ama: daria por bueno eso de pasar las noches en vela y tener, Dios así lo querría, la boca zurcida de remiendos.
El confesor del amo, un hombre de fe que nunca ha hecho otra cosa que confesar al amo, leer libros de santos y mirar horas la cruz que se levantó en un risco de la hacienda, le ha manifestado que Dios tiene en su cetro el secreto numen de las cosas y da a sus criaturas la vigilia o el insomnio, la miseria o la abundancia según su voluntad y no se debe mudar su deseo según capricho humano.
Todo –ha dicho– para que, no contento nadie nunca con nada, todos alojen en su alma la fe, que provee la idea de que algún día todo será concedido en su plenitud y el día reventará el cielo de júbilos y de cánticos. La fe, que es un suspender la razón y llenar el pecho de asombro y de promesas. La fe, que es un milagro sin matemáticas, un ir y un volver sin desplazar el cuerpo, ha dicho el confesor en un rapto de inspiración.
El amo ha bostezado, pero la plática del religioso, tan lánguida, tan mentida, no le ha conducido al sueño. El amo está roto como un muñeco que lastimara un niño travieso.
Dios en su misterio, caprichoso y rudimentario, deja que sus criaturas se rompan y luego los repara en el sueño, en el limbo perfecto donde no existen los días ni los cubren las noches.
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