Debió haber nevado anoche y hoy tendría que haber amanecido todo blanco con ese frío notarial que cala el alma. El sol es un pequeño contratiempo sentimental. El frío contribuiría a sublimar la sensación de recogimiento. A la nieve se la convoca poéticamente, tiene su liturgia íntima. Acudimos a la homilía, nos refugiamos en la porción más tierna del corazón. Está ahí siempre, pero hoy pareciera que emerge, como si cancelara los latidos inútiles y se centrara en hacer sonar los más privados, los ungidos de luz, los agraciados con el gozo puro de la sangre. Como si el mundo acabara de empezar y se festejase el primer pulso de luz, esa epifanía limpia y dichosa. Pero el verano es un cuartel fiero y no hay quien lo haga caer por ninguno de sus flancos más débiles. Ahora cae la luz como una espada. Se aprecia el fulgor del metal. No hay blanco por mucho que se mire. El color es un estado de ánimo. El frío es una república de lobos. El verano es un catálogo de objetos pesados. La piel es un ensayo sobre el cansancio.
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