12.6.22

Breviario de vidas excéntricas / 21 / Acadio Dalmau

 Debería haber una cierta impunidad en algunos crímenes. Una del tipo que te permita más tarde proceder con entereza y hasta con naturalidad frente a los demás y llevar una vida ordenada, en nada escandalosa, ajustada siempre al civismo y a las buenas formas, aunque al muerto, al sacrificado, lo devasten minuciosamente los gusanos en algún bosque impune en las afueras, pero esta garantía, este salvoconducto moral, no te lo da nadie. Te educan para el remordimiento así que matas a alguien y se te cae el mundo encima. No importa que el cadáver no sea recuperado. Ni que te sepas a salvo de la ley. En tu cabeza no prescribe el delito. El alma se atasca, se embota y ya no es posible besar a un hijo o estrechar manos cordialmente con la ufana naturalidad de antaño. No puedes lidiar con la rutina del trabajo sin considerar la miseria a la que has abocado tu vida. ¿Quién duerme ahora con la conciencia tranquila? En esa mansa vigilia que precede al sueño te invaden como lobos todos los muertos que has ido abandonando en los bosques, en las afueras. Como en una mala película de serie B, truculenta y casposa, la conspiración va urdiendo su trama secreta y todo conduce irremisiblemente a la detención del criminal. El cine forja sus héroes y sus villanos, pero la mano asesina carece de mitologías: no obedece a argumentos. El crimen paga, reza la leyenda. Habría querido yo esa cierta impunidad. Yo, Acadio Dalmau, el asesino. Haber vuelto más tarde a los parques y ver la evolución de los juegos de los niños. Haber mirado al mundo de cara sin la tozuda certeza del miedo a ser descubierto en un gesto delator. Haber enterrado la culpa junto con el muerto. Y ando las calles sin aplomo, ajusticiado, solo, entregado al vicio irrenunciable de los remordimientos. Y la hormiga muerta aparece en mis sueños, demediada, en la suela mortal de mis Nike de cien euros. La pobre, la inocente. Me duele toda esa conspiración de mis sentidos. Se confabulan para que prospere la culpa. Se empecinan en devolverme el cuerpecito roto. Todas las hormigas soñarán esta noche que me tumban, ocupan mi boca, se invitan a fatigar mis oídos. Las oigo dentro de mi cabeza ahora mismo. Es un murmullo insoportable. No sabré con qué disculparme. Me dejaré comer. Saciarán su odio. 

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