Bob Fosse hacía que la gente brincara o saltara o simplemente hiciera cosas que no entraban en el común de las cosas, en la rutina de ir al parque a pasear al perro o comprar el pan y volver a casa pensando en cómo ocupar la tarde, en si dar una limpieza al piso o desoír ese imperativo higiénico y salir nuevamente al parque o al centro comercial para comprar cerveza o salchichas o botellas de amoniaco por si al día siguiente, si Fosse no te pide que brinques o saltes, te da por barrer, quitar el polvo de los muebles y fregar el piso entero. Bob Fosse era un tipo excéntrico que hacía excéntricos a quienes le escuchaban con más atención de la necesaria. Dustin Hoffman pudo pensar que no podría hacer ese gesto sin que algo dentro de sí mismo se quebrara definitivamente, pero lo hizo. El mérito de quienes mandan es que hacen que todo lo que se les ocurre sea razonable, por desquiciado que parezca. Porque nadie llega tan alto si es tan bajito, como el caso de Dustin. Quizá le estaba dando a entender que podía ser lo que quisiera. Fosse le dice a Hoffman: "Tú puedes ser Bob Beamon". No creo que Hoffman emulase a Beamon, 8.90 en las olimpiadas de México del 68 en salto de longitud, marca mundial absoluta, pero seguro que tras caer, al volver a la realidad, Hoffman sintió que podía hacer cualquier cosa. Hay gente que nos explica la parte de nosotros que no conocemos. Gente como Fosse para que exista gente como Hoffman. También el propio Fosse, que hizo Cabaret, Lenny y All that’s jazz, tendría un Fosse adentro que le susurraba los pasos de baile. La muerte lo visitó en un set de rodaje: estaba escrita y tenía la cara de Jessica Lange. La de verdad ocurrió no mucho más tarde. Un infarto. El corazón perdió el ritmo. Esas tres películas son parte del mío.
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