3.6.22

154/365 Pablo Picasso




Crear es no conformarse. También confirmarse en esa disidencia de lo previsto. Uno crea para centrarse y acaba descentrado. El arte es una indagación de la periferia de las cosas. Hay disciplinas visibles y las hay perseverantemente ocultas. Esas son las verdaderas, a poco que uno las indaga y comprende que cualquier objeto puede ser convertido en un objeto artístico. La posibilidad de que todo sea material de trabajo es el motor de quien crea. Picasso era un inconformista, un indagador, un excéntrico puro. Todo era susceptible de ser incorporado a su incansable hambre creativa. Era excesivo como autor y como persona. Una y otra consideración se entrelazan, conforman un ser indivisible: lo que uno urde se subordina a lo que el otro hace o a la reversa. Le intriga el mundo y lo observa con tal vez los ojos más desquiciados que se puedan tener. Mirar es sobre todo atreverse a mirar, dar con lo velado y extraer lo esencial, cierta compostura en apariencia invisible que forma un toro que no es deliberadamente un toro, pero que aspira a concentrar todos los toros posibles. Lo fascinante de Picasso es su osadía, ese ir abandonando aquello en lo que ya ejercía un magisterio y aventurarse a mirar de nuevo con ojos inéditos. Querría empezar cada vez. No darse nunca por satisfecho. Creer que crear es siempre un aprendizaje. El material de trabajo era la luz misma, el modo en que bañaba los objetos. Luego su cabeza componía los destellos, la cadencia cromática, la disposición novicia de las líneas, la ocupación alternativa de los volúmenes. Porque todo estaba sujeto a esa dispersión lúdica de lo mirado. Su don era ese continuo discrepar con la realidad. Su aportación al arte es esa deconstrucción feliz en la que, más que registrar en un lienzo una fugacidad o un estado de ánimo, era convenir una visión que excitara la imaginación. 


Tardé cuatro años en pintar como Rafael, pero me llevó toda la vida aprender a dibujar como un niño, dijo. Esa vehemencia inocente describe a Picasso más que ninguna otra aproximación formal y academicista, discursiva o exegética. Quiso ir hacia atrás desde que descubrió que únicamente ya podía ir hacia adelante. Ansiaba esa candidez de la infancia, todo ese limpio e inocente concurso de la pureza. Todas las etapas (azul, rosa, cubista) eran tentativas, un tránsito hacia otra cosa. Hizo lo que quiso ininterrumpidamente. Vivió como quiso con la misma intensidad. Amó sus palomas malagueñas. Amó su soledad al enfrentarse al momento bautismal en que su imaginación confeccionaba una nueva creación. Hay que ser un clásico para faltarle al respeto. Hay que pensar como El Greco o como su adorado Velázquez para renegar de ellos y reformar la pintura de su época. Hay que estar en absoluto estado de gracia para renunciar a un patrón y dejarse ocupar por lo que quiera que lo sacuda y haga brotar el genuino talento, el genio inagotable. A mí me sigue pareciendo una intromisión ver esas fotografías que tanto disfrutaba que le hicieran en las que, ataviado solo con unos calzones, pinta. Es el artista en su laberinto. No sé si la escritura puede representarse con esa logística íntima y clarificadora, un poco desafiante e impúdica.

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