27.6.22

178/365 Robert Neville

 




Solo se ven escombros, masas orquestales de escombros, una epifanía de escombros. Ni siquiera se aprecia el escombro a fuerza de ocupar todo el paisaje. La única forma de liberar el ojo es mirar al cielo, pero hasta el cielo se está escombrando. El gris ocupa el azul de las nubes y todo parece una lluvia que no se acaba de pronunciar. Está el futuro precintado, escombrado, un poco tullido en las aristas, pero el pasado no nos alegra tampoco. Vivimos el presente, el gris de todas las nubes. La selva se ha adueñado de la ciudad. Ella es el virus. Se me contó todo esto, me lo confiaron. Lo que les preocupa es que nadie diga nada de los escombros, de las masas orquestales, del ruido que hace el silencio cuando ocupa la entera extensión de las calles. Se lamentan de que yo mismo no haya adquirido la sensibilidad que los hace visibles.  

Creen que los escombros me han comido la cabeza. El olor, dicen. Decían. Ahora estoy solo. Soy leyenda. Se mete dentro el olor. Es mío como mi brazo o mi memoria. El escombro tiene un olor que bloquea ciertos receptores sinápticos. Luego están los supervivientes. He estudiado. Por necesidad. Por hacer algo que no me enturbie del todo. Hacemos lo que podemos o lo que se nos ocurre. Sellamos las ventanas, buscamos comida en supermercados abandonados, escuchamos la luz. Hablo en plural para no venirme abajo completamente. Porque la noche es de ellos. Salen y cazan. Yo bebo whisky y escucho música de los siglos nobles. Los libros ayudan. Lo que busco son respuestas. Deben estar en ellos. Tengo una esposa y un hijo muerto. Tengo un perro que es un milagro. No hay más perros. Ni hombres. Yo soy un milagro también. Por eso me persiguen los monstruos. Creen que no debo contar a nadie qué he visto. Si es que creen algo. Puede que tan solo deseen reclutarme. Otro monstruo. Solo cuenta continuar. Da igual que seas un hombre o uno de ellos. Lo que sean. Todos somos monstruos bajo la máscara de lo humano. Se ha acabado ignorando el mal que nos enferma. Lo peor de este mundo es que gira sin pensar o gira sin sentir. Lo que nunca hace es dar a lo pensado un rango y a lo sentido otro, y no se ha esmerado el hombre en ensamblarlos. El uno malogra al otro. La ciencia riñe con la espiritualidad. La materia pelea a muerte con Dios. Todos los poetas han estado por aquí. Ya no queda ninguno. Toda la poesía es un esfuerzo (no siempre vano) por registrar ese combate absoluto. Habrá poesía en los escombros, en el silencio. Quizá no sea tan malo que los escombros nos hayan rodeado. Es posible que siempre hayan estado ahí, los escombros; que nunca nos hayamos percatado de su presencia. Intento llevar la conversación a mi terreno, que no sé bien del todo cuál es, aunque me bandeo cómodamente por él y sé en todo momento dónde resguardarme si las palabras se pierden. Todo está perdiéndose. Mantengo cierta dignidad. Me llamo Robert Neville. Lo pronuncio para que no se pierdan las palabras. Soy el último de una estirpe. Afuera prospera la barbarie o es aquí donde ha hecho su terca residencia. Cualquier día me atraparán. Seré juzgado. Me condenarán. Cuando digan mi nombre dirán el monstruo. Contarán que enloquecí. La tierra será de los vampiros. Una vez, hace tiempo, fue nuestra. 


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